28 de noviembre, 2016
Y todo sigue igual...
Finalmente,
el Nobel de Literatura no fue para Bob Dylan: el ganador es el escritor Daniel Mantovani, argentino, radicado desde hace cuarenta años en Europa. Con esta escena comienza
El ciudadano ilustre, de los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat, gran estreno del cine nacional.
Para Mantovani (Oscar Martínez), la entrega del premio es su partida de defunción literaria: estos honores, que él repudia, marcan que sus mejores escritos son los que ya se han publicado. Hasta que una carta enviada por correo simple a su domicilio en Barcelona lo despierta del letargo:
es una invitación a volver a Salas, su pequeño pueblo natal perdido en la pampa bonaerense, donde pretenden declararlo ciudadano ilustre.
Volver a Salas es viajar a la inspiración de su literatura. Un lugar del que toda la vida quiso escapar, pero donde sus personajes de cuento quedaron atrapados, inspirados siempre en los habitantes, los lugares y las situaciones cotidianas de su pueblo. La admiración y el recibimiento como si se tratara de un héroe, le ceden el lugar, con el transcurso de la película, al desencanto de los locales con su nuevo hijo pródigo, fruto de la vergüenza y el rechazo a la vida de pueblo que el escritor deja entrever en sus novelas.
En
El ciudadano ilustre se complementan
un estilo cinematográfico no muy habitual con textos elaborados y sin desperdicio, que permiten lucir la capacidad actoral de sus protagonistas, en especial de Martínez. Los diálogos dan lugar a ambiguas situaciones de conflicto. El visitante no quiere ser un juez de las costumbres, pero a la vez no lo puede evitar; la actitud frente al que viene de afuera oscila entre una admiración exagerada —infundada, quizás, pero sin dudas tragicómica— y una enorme incompresión.
El vértigo del “progreso” choca con el tedio de la tradición. Una vida apacible frente a una vida en tensión. Ambas incompletas por igual. ¿Hay un ganador?
Cuesta distinguir entre buenos y malos: las conductas y las palabras de todos pueden ser tan detestables como comprensibles, cargadas de vicios y también de algunas virtudes. El nivel de tensión muchas veces parece aumentar, al punto de querer dar lugar a un desenlace altisonante. Pero esto no sucede. Como en el día a día, los conflictos entre las personas se arrastran, las palabras se postergan... y la vida sigue.
No vivimos en una típica película de Hollywood, donde dividir entre buenos y malos es cosa fácil: eso simplifica la realidad y no permite abordar con seriedad los asuntos humanos, donde encontramos héroes y villanos, muchas veces, compartiendo el mismo traje.
El ciudadano ilustre, como la vida real, no es una típica película.
Para seguir pensando:
- ¿Qué tensiones atravieso hoy en mi vida? ¿Espero que se resuelvan o me voy acostumbrando a vivir con ellas?
- ¿A qué personas o situaciones etiqueto, ya sea como “buenas” o “malas”? ¿Estoy dispuesto a dar un paso atrás para mirar mejor y volver a conocerlas?
Por
Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano, noviembre 2016