La Palabra me dice
El evangelio de Juan es el que más relatos de resurrección presenta: le dedica dos capítulos con cinco narraciones con el Resucitado; el encuentro del Resucitado con el incrédulo Tomás es el tercero. Al comparar estos relatos de resurrección de Juan con los otros tres evangelios (llamados sinópticos), el lector se puede preguntar por qué este evangelio contiene más relatos y a tan distintos a los tres primeros. Una de las claves para esta respuesta la encontramos en el prólogo del evangelio. En la cumbre de este himno cristológico el autor expresa: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de gracia y verdad” (Jn 1, 14). Para Juan Jesús es la Palabra llena de gracia y verdad proveniente de Dios y esta Palabra se ha quedado para siempre en la vida de la comunidad porque posee la gloria de una carne que vive para siempre porque es el Hijo único del Padre. Esta realidad que Jesús es la Palabra llena de gracia y verdad que está en medio de los discípulos y que manifiesta su gloria y la gloria del Padre como Hijo único es la garantía de la fe de la comunidad que está resucitado. Tomás ante la evidencia de esta Palabra exaltada en la carne le permite hacer una confesión de fe, a la que Jesús corrige en el sentido que no se puede ni es necesario ver al Resucitado, sino creer que su Palabra es poseedora de vida eterna. Esta identificación entre Palabra y vida eterna, apropiada por el discípulo, es la que lo hace feliz. Dichoso el discípulo que reconoce en Jesús la Palabra eterna del Padre en la gloria de la carne resucitada.
Con corazón salesiano
Don Bosco sabe que la Iglesia es siempre comunidad de hermanos y eso se expresa en el Oratorio: espíritu de familia, compañías (asociacionismo), casa de los sin hogar, etc. La centralidad de la Eucaristía en la vida sacramental del Oratorio, y su valor pedagógico.
Don Bosco sabe reconocer la presencia del Resucitado en la vida de los jóvenes marcados por los clavos de la pobreza, la enfermedad, la ignorancia, la marginación, la explotación.
A la Palabra, le digo
María Auxiliadora, de tu mano quiero llegar a Jesús… enséñame el camino que todos los días tengo que seguir… en cada momento cotidiano, sin necesitar ver para creer, quiero sentir y vivir en la presencia de Dios. Amén.
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