La Palabra me dice
Si bien los orígenes de esta celebración pueden ser muy discutibles, sin embargo, en todo caso, los textos de la liturgia muestran la manera peculiar en que Cristo sería "Rey". Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso. Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran entender por qué tiene que ir a la muerte. Y también hoy, para mí, es una aventura y un riesgo... seguir a un crucificado, a contramano de una sociedad que señala otros caminos de pretendida plenitud y felicidad, que tiene otros parámetros de éxito. También estoy demasiado acostumbrado a decir y oír decir que Jesús reina a través del amor. Pero ¿no olvido que el único amor que realmente me plenifica y hace feliz es un amor "que ama hasta que duela"?
Con corazón salesiano
Don Bosco a lo largo de su vida vivió momentos de un amor crucificado a favor de los jóvenes... cuando nos cuenta que se sintió solo, incomprendido y abandonado por los sacerdotes que lo habían estado acompañando desde el principio... cuando comenzó con la publicación de las "Lecturas Católicas" y empezaron a lloverle amenazas que no tardaron en convertirse en trampas mortales... cuando entró en conflicto con su propio arzobispo... Me pregunto también cuál habrá sido el secreto de la paz imperturbable que conservaba el corazón de Don Bosco, en medio de tantas contrariedades, el secreto de su alegría: la certeza de sentirse amado por el crucificado, que le prometió estar siempre con él.
A la Palabra, le digo
Hoy quiero renovar una vez más, Señor, mi promesa de Seguirte. Lo hago con la clara conciencia de que soy débil, inconstante y frágil. Unido a todos los hombres y mujeres, que desde hace miles de años han sentido en sus vidas los signos de tu presencia -en arrobados éxtasis, en el camino de todos los días... y otras muchas veces sin saberlo-, quiero confesarte, «Dios de todos los nombres», como el fundamento misterioso de mi existencia, como la meta inefable hacia la que camino, Padre y Madre de la Vida y del Ser. Convencido de que «todo lo que avanza y asciende, converge», evoco tu amor y me abrazo a todo lo que existe y a todo lo que vive, contigo, que vives y amas por los siglos de los siglos...
|