La Palabra me dice
Hay dos personajes muy distintos entre si en el centro de la escena: una mujer pecadora que expresaba su amor a Jesús de manera concreta, con gestos de tremenda ternura y delicadeza, y un fariseo que se coloca en la posición fanática del que reprocha a los demás y desprecia a los que no son “perfectos” como él. Jesús quiere hacerle notar que el amor que manifiesta la pecadora es fruto del perdón que recibió, que la había elevado a un grado de amor que el fariseo no tenía. Su aparente perfección ocultaba una falta de amor; por eso era incapaz de amar a los pecadores y había sido incapaz de recibir a Cristo con ternura sincera, con gestos de cariño. El amor demostrado por la mujer es fruto del perdón, y no al revés. La mujer expresó un agradecimiento amoroso tan intenso porque se le habían perdonado muchos y graves pecados. Dios perdona porque ama, no porque lo amamos; y podemos amarlo porque nos descubrimos perdonados.
Con corazón salesiano
Don Bosco utilizó la fuerza sanadora del perdón de los pecados para acercarse a los jóvenes y ayudarlos a creer en ellos mismos y en el amor que Dios les tiene. La reconciliación se convirtió en un elemento educativo central en su Sistema Preventivo, junto con la Eucaristía, porque sabía que el amor de Dios puede llenar una vida y se manifiesta en su misericordia.
A la Palabra, le digo
Dios no puede sino dar su amor, nuestro Dios es ternura. Bendice al Señor alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre. Dios es ternura. Bendice al Señor alma mía, no olvides sus beneficios. Dios nos perdona. Dios no puede sino dar su amor, nuestro Dios es ternura.
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