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21 de noviembre, 2014

¿Y por qué no?

“¿A Ciudad Juárez se va Tomi? —preguntaban, como quien busca confirmar lo que escuchó, sus compañeros del centro juvenil— ¿no es una ciudad muy peligrosa?”. Y la respuesta era “sí”: durante todo 2013, Tomás Sánchez vivió como voluntario misionero con la comunidad que anima la presencia salesiana de Ciudad Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos. Exalumno de la casa Pío IX de Buenos Aires, recibido de traductor público de inglés, anima el centro juvenil de su obra, hizo experiencias misioneras en Formosa con su comunidad, a la vez que formó un grupo en el barrio porteño de Villa Soldati. Un joven como muchos, que se preguntó si eso que soñaba era posible, y se animó a buscar la respuesta, en el momento justo. Después, la intriga lo llevo a decidir su destino misionero: “¿Será verdad todo lo que dicen de Juárez?”

¿Cuando empezó a surgir la idea?
Después que me recibí en 2011, al tener más tiempo disponible, me empezaron a surgir muchas ganas de hacer otras cosas. Recordaba a una exalumna del Pío IX que se había ido de misionera a Angola, y en ese momento me había quedado la idea de de dedicar un año a otras personas... Lo empecé a pensar, y después lo compartí con el grupo del Voluntariado Juvenil Salesiano de la inspectoría. Me contactaron con un salesiano, participé de algunas reuniones de formación, charlas con otros voluntarios que ya habían ido... Hasta que en septiembre de 2012 mandamos la carta al inspector, planteando las “ganas” de hacer la experiencia, pidiendo en lo posible que sea fuera del país. Después de que se aprueba esa carta, empezamos a buscar el lugar. Pasamos por algunos países de África, Colombia... hasta que decidimos por Ciudad Juárez. Había terminado de estudiar, sólo trabajaba, tenía el tiempo y las ganas, no estaba en pareja, vivía con mis papás... era como una situación ideal.

Juárez tiene el estigma de ser una de las ciudades más peligrosas del mundo. ¿Vos tenías esa idea previa?
Antes de subirme al avión para volver, me dijeron: “no te olvides de decir que Ciudad Juárez no es lo que es”. Desde que llegué allá derribé un montón de prejuicios. Para hablar de un lugar, hay que estar en esa realidad, vivir ahí, para poder sacar conclusiones acertadas.

Nunca sentí ni inseguridad, ni violencia, ni maltrato. Lo que sí vi fue una sociedad muy golpeada por un pasado muy reciente pero que ya se había ido. Lo más fuerte de la ciudad fue entre 2010 y 2012: problemas de narcotráfico, guerra de carteles, matanzas diarias por cuestiones de venta de drogas. Desde fines de 2012 la situación cambió. A mí me tocó ver el renacer de mucha gente, el empezar de vuelta.

¿Como es la realidad de los pibes de esa ciudad?
La obra salesiana consta de tres oratorios, la casa en sí es un oratorio, tiene todas actividades no formales. Al no haber alumnos de escuela, los pibes que asisten al oratorio salen de estudiar y van ahí, o no estudian. Dos de los tres oratorios están en barrios de clase media baja, carenciados, con esta realidad de que si no hay una segunda alternativa, los chicos pueden caer en cosas que no están buenas. Si no está el oratorio, hay otras invitaciones: droga, parar en la esquina a ver qué pasa...

¿Cómo se hace para generar vínculos con los chicos, sabiendo que en un año se terminan?
Esa fue una de las cosas más difíciles. Pero siempre tuve presente que el tiempo lo tenía dedicado para eso, no había nada más importante. Me sirvió mucho el deporte. Tengo la imagen de dos o tres pibes jugando a la pelota, y yo meterme, presentarme y empezar a jugar. Después preguntarles los nombres, invitarlos a una actividad y decirles “nos vemos mañana”. El trabajo en la calle, de ir al encuentro del pibe, y no esperarlo en el oratorio. Uno no podía quedarse nunca a esperar que las cosas pasen. Si bien había momentos de fragilidad, cuando no estaba en acción, a veces, llegaban las dudas: ¿está bien esto, está mal? Los primeros meses iniciamos un proyecto que yo sabía que no iba a terminar. A la mitad de mi experiencia, vinieron otros voluntarios a los que les “pasé la posta” de la actividad. Yo me fui, y ellos siguen ahí, y serán los próximos en pasarles la posta a los que vienen. Les confiás la actividad, y también les confiás a los pibes. Uno no es el que hace el cambio, sino la comunidad.

¿Qué sucedía cuando extrañabas, o te planteabas si estaba bien lo que hacías?
Extrañaba cosas puntuales de rutinas de acá, de Argentina, y tuve la suerte de compartir con el director de la comunidad que era un hombre muy cercano. Sabía que podía contar con él. Y descubrí en la oración un refugio y un impulso importante. Uno acá no reza todos los días, por rutina o cansancio, y allá era una parte importante del día. Hacerlo todos los días de la semana, durante once meses, me hizo darle una vuelta de rosca a la oración, y empezar a confiar un poco más en ella.

¿Extrañás cosas de allá?
Cuando llegas de vuelta te das cuenta que el que se fue es uno, y acá la vida siguió. Uno viene de otra realidad, y se siente medio a contramano. Mi familia y amigos no habían tenido mi experiencia, me sentía en desnivel con el resto de las personas. ¿Cómo hago para que lo vivido no quede en la nada? Quería que cambie mi vida. Desde apostolados diarios, hasta formas de ver las cosas. Todavía me cuesta verlo, me falta esa vuelta de rosca.

¿Alguna historia en particular que rescates?
Dos hermanos, Kevin y Manuel, de ocho y doce años, de una familia muy humilde. Sin conocer su historia, me empecé a meter con ellos mucho, hasta que pude conseguirles dos becas para que vayan de campamento en el verano. Después ellos iban solos al oratorio. Cuando pienso en los nenes, pienso en ellos dos. También dos animadores, que antes de irme me decían que nunca habían llorado por un voluntario. En el aeropuerto un animador que se llama Irving vino, me abrazó y se puso a llorar. Era mezcla de felicidad y alegría, con el deseo de volver a encontrarnos. ¡Cuánto uno puede acompañar y hasta sumar con cosas que parecen muy simples, estando presente, atento, dando una palabra en el momento justo! Uno sin proponérselo va tocando vidas.

¿Qué le dirías a otra persona que puede estar hoy con la misma inquietud que vos?
A mí me sirvió mucho ver que otro lo hizo, para empezar a pensar en eso. Y después sentí que nunca iba a estar preparado del todo, y que si tenía las ganas, el tiempo, y la actitud para hacerlo, no había mucho que pensar. Creo que nunca vas a estar cien por ciento seguro, ni siquiera estando allá. Yo sentía que si no era en ese momento, no iba a haber otro. Sobre todo sabiendo que no me escapaba de nada. Sentí las ganas, sentí la motivación, y me agarré de eso hasta subir al avión.

 

Por Ezequiel Herrero