15 de enero, 2015
Una historia que nos sigue hablando
Si entramos en la capilla del antiguo noviciado salesiano de Bernal, provincia de Buenos Aires, podemos hallar un busto, con una lápida a los pies que en latín dice: “
Santiago Costamagna, obispo de Colonia, fallecido el 9 de septiembre de 1921, habla todavía”.
Este particular epitafio es más que elocuente. La vida de monseñor Costamagna tiene aún hoy mucho para contarnos de su experiencia con Don Bosco, de sus aventuras misioneras, de su amor por la música y, en fin, de su experiencia de fe en Jesús, que lo hizo salesiano, sacerdote, misionero e intrépido anunciador del Evangelio.
En el tiempo y lugar indicados
Nació en Caramagna, pequeño poblado a treinta kilómetros de Turín, en la madrugada del 23 de marzo de 1846. Tenía doce años cuando lo enviaron a Turín para que estudiase con Don Bosco, quién era conocido del párroco y de los feligreses de Caramagna por las visitas que había realizado a ese pueblo en los famosos “paseos otoñales”.
Ingresó al oratorio en 1858. Además de adelantar en el estudio, se fue perfeccionando en la música. Don Cagliero fue su profesor, y supo aprovechar en más de una presentación sus cualidades de contralto. Don Bosco produjo en él, por su paternidad, cercanía y afecto, una verdadera fascinación.
Así fue transcurriendo su vida entre el estudio, la oración, la alegría de los recreos y la música. Descubrió que
se sentía llamado a seguir con Don Bosco en el oratorio, para darles a muchos jóvenes la oportunidad de una vida plena; de un encuentro real con Jesús, como él mismo había experimentado y disfrutado. Siendo ya clérigo, Don Bosco lo envío al colegio San Felipe Neri, de Lanzo. Allí ejerció como maestro de música, y compartió la vida con otros clérigos que se transformarían en amigos y compañeros más adelante, aún en la distancia, en las tierras de misión: Luis Lasagna, quien sería apóstol de Uruguay y Brasil, y José Fagnano, apóstol de los nativos de Tierra del Fuego y la costa magallánica.
El año 1868 estuvo lleno de emociones. El 28 de junio recibió el diaconado, y el 18 de septiembre el sacerdocio de manos de monseñor Ricardi di Netro, arzobispo de Turín. El 23 de septiembre de 1869 hizo los votos perpetuos como salesiano.
A dónde Don Bosco lo envíe
Llegó a Mornese el 6 de noviembre de 1874, enviado por Don Bosco como director espiritual de la entonces casa central de las Hijas de María Auxiliadora. Se consagró al acompañamiento del naciente Instituto, y pudo ser testigo de la ejemplar santidad de Madre Mazzarello, que prodigaba su celo y su ternura ayudando a crecer a sus hermanas.
En 1877
Don Bosco preparaba la tercera expedición misionera a Buenos Aires, y pensó en él para encabezar el grupo de diecisiete salesianos y seis salesianas de Mornese, entre ellas sor Ángela Vallese —quien llegaría a ser la gran misionera de Tierra del Fuego.
Después de muchas peripecias, y contando con el aliento y la insistencia de Don Bosco, el 17 de abril de 1879 inició la marcha hacia la Patagonia acompañando la expedición al desierto del general Julio Argentino Roca, junto con monseñor Espinosa y el clérigo Luis Botta, llegando hasta Choele-Choel, y realizando numerosos bautismos.
El 4 agosto de 1880 falleció el padre Francisco Bodratto, primer inspector de la Argentina. Inmediatamente nombraron a Costamagna como nuevo superior de América. Fueron años de muchísima actividad, donde acompañó el trabajo de sus hermanos salesianos. En 1881 le tocó visitar las casas de Uruguay, donde pudo comprobar la espiritualidad y sacrificio de las nacientes comunidades. En 1883 visitó Valdocco, y allí dio su segundo y último adiós a Don Bosco, el día 11 de noviembre.
Salesiano de costa a costa
Muerto Don Bosco, en 1890 Don Rua lo llamó a Italia para encabezar una nueva expedición misionera, entonces pudo ir a Valsálice a visitar la tumba de su amado Padre. En esa oportunidad Don Rúa delegó en él la facultad de visitar las casas del Pacífico, las repúblicas de Chile y Ecuador. Ese fue el comienzo de un largo y fecundo peregrinar misionero por América. Fueron tiempos maravillosos, en los que pudo vibrar con la expansión de la obra de Don Bosco en tantas regiones de América del sur. Mientras tanto, seguía ejerciendo su servicio de inspector en Buenos Aires.
Habiendo recibido el llamado urgente de Don Rua comunicándole su próxima consagración episcopal, dejó Buenos Aires y llegó a Turín en la Nochebuena de 1894. Pasó en el oratorio las fiestas de Navidad, mientras el gobierno ecuatoriano por una parte y la Santa Sede por otra dejaban establecido lo concerniente a los nuevos vicariatos apostólicos creados en el Ecuador.
Fue consagrado obispo el día 23 de mayo de 1895 en la Iglesia de María Auxiliadora de Turín.
Recién a mediados de junio de 1902 obtuvo permiso del gobierno de Ecuador para visitar, sólo por tres meses, a los misioneros afincados en el vicariato apostólico de Méndez y Gualaquiza. En esa oportunidad se embarcó en el puerto del Callao rumbo a Guayaquil, y de allí pasó a Cuenca a lomo de mula. Hasta Cuchil, último puesto poblado, los acompañaron tres soldados: ahí les pidió que regresaran,
para que la cruz entrase en el vicariato sin la compañía de la espada. Tuvo contacto con los naturales del lugar y pudo observar la tarea abnegada de los misioneros. La segunda visita al Ecuador la pudo comenzar el 22 de agosto de 1903, recorriendo el vasto territorio de Azuay y del Guayas. Luego visitó Panamá, donde se embarcó para San Salvador. Volvió a Turín en 1904 para participar del Capítulo General X de la Congregación Salesiana. Terminado el mismo se embarcó para la Argentina, adonde llegó los últimos días de 1904, continuando el viaje para Chile y las costas del Pacífico con el carácter de visitador para el que lo había reelegido Don Rúa.
Hasta el último aliento
Permaneció en Buenos Aires desde 1910 hasta mediados de 1913. El 11 de junio de 1914, entró definitivamente a su viña de Mendez y Gualaquiza, Ecuador. Se dedicó al estudio del idioma jíbaro y se consagró a la redacción y traducción de un catecismo en ese idioma.
Recorrió todo lo que pudo el vicariato, y trató de acompañar paternalmente a los misioneros.
A mediados de 1918, sintiendo que su salud declinaba, presentó humildemente su renuncia a la Santa Sede. Regresó a Buenos Aires. En 1920, habiendo sufrido una operación el padre Vespignani, éste le pidió que hiciese la visita canónica a las casas salesianas de la inspectoría: las de la ciudad de Buenos Aires, San Nicolás, Rosario, Córdoba, Rodeo del Medio, Salta, Tucumán y las casas de la Patagonia. Al regresar a Buenos Aires vivió en la casa de formación de Bernal, participando en la medida de las posibilidades del recreo en el patio, recordando los felices tiempos de Valdocco y gozando con la presencia de los novicios y formandos.
En julio de 1921 encargó la nueva edición de sus “Alabanzas a María” donde entre muchísimas obras musicales en honor a la Virgen, destaca el conocidísimo “Venid y vamos todos con flores a María”.
Monseñor Santiago Costamagna falleció en Bernal el 9 de septiembre de 1921, sin embargo sus composiciones musicales y su obra misionera siguen hablándonos e invitándonos a continuar la obra de Don Bosco.
Por Alejandro León, sdb