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24 de julio, 2018

Un lugar para volver

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Es una mañana fresca en el oratorio, y una pausa en el tiempo de estudio se convierte en ocasión para generar un espacio de mates y charla. Estamos en la ciudad de Santiago del Estero, donde un grupo de jóvenes de entre 14 y 19 años vive de lunes a viernes en la residencia de la obra salesiana. De sus hogares los separan entre tres y cinco horas de viaje hacia la zona rural de la provincia: vivir en el Oratorio Don Bosco les permite acceder a la educación secundaria, posibilidad que no tienen en sus parajes.

Agustín, Gustavo, Pablo, Javier, Pablo, Mauricio, Alexi, Nahuel, Jairo y Hernán —diez de los treinta y dos chicos de la residencia— se juntan con Alejandro, salesiano sacerdote, para conversar. ¿El tema? La vida en el campo.

 
¿Cómo es el ritmo de la vida en el campo?

“La jornada de trabajo inicia a eso de las siete de la mañana, pero mi papá arranca a las cinco porque tiene que hacer doce kilómetros hasta el monte. Las plantas están todas en el monte”. “Cuando aclara entra al monte y no sale hasta las cuatro de la tarde. Así es todos los días. Cuando vuelve se dedica a ver las chivas y los animales”. “La jornada de trabajo es hasta las ocho de la noche, cuando se esconde el sol; se termina en el corral y se vuelve a la casa”.
“Uno tiene que ser responsable para trabajar en el campo, si no haces algo un día después se complica todo”.

El día a día está marcado por el trabajo. La principal fuente de trabajo de los padres es la elaboración de postes, leña y carbón. También se dedican a la cría de animales —como cabras, vacas, y cerdos— para el consumo familiar. “El trabajo es muy intenso”, comenta uno de ellos. “Luego de tirar la planta, se la va cortando y con mi hermano nos encargamos de ir acomodando. Pero cuando no estamos, mi papá hace todo solo”.
 ¿Qué cosas se aprenden en el campo?

“Primero, cura, la responsabilidad. Uno tiene que ser responsable para trabajar en el campo, porque si no haces algo en un día después se complica todo y no se puede andar desperdiciando”.

“Uno aprende también a valorar. Cuando trabaja en el campo, uno se cansa mucho, y por ahí tiene que valorar la posibilidad de estudiar.” “Mi papá me dice: ‘Si no querés andar aquí haciendo leña, estudiá, sé alguien en la vida’”. “Otro valor es el compromiso y el agradecimiento que tenemos con nuestros padres. Nos están dando la posibilidad para que estudiemos, se matan trabajando por nosotros”.

“Aparece mucho también la solidaridad. Siempre entre todos se ayudan. Cuando alguien se enferma se hacen rifas, campeonatos”. “Cuando alguno no puede agarrar a su animal o falta algo para la motosierra, siempre te prestan sin cobrarte nada, para que puedas seguir trabajando”.
¿Y hay dificultades también?

“En primer lugar la salud: hay sólo una salita pero no tiene ambulancia. Si te enfermás o desmayás no te pueden sacar rápido”. “Otra dificultad grande son los caminos. A veces cuando llueve se hace imposible desplazarse”. “Capaz que un tiempito están bien, pero si llueve o si después pasan máquinas grandes, se hace muy difícil salir”. “También es un problema el transporte: un solo colectivo va para allá”.

“En algunas épocas es un problema la falta de agua. Cuando no llueve y se termina el agua del aljibe hay que pagar para que el comisionado te haga llegar agua, y se hace difícil tener para los animales”. “También es complicado no contar con mucha policía. Por ahí te roban un animal y no se puede hacer nada”.
 “Cuando uno trabaja en el campo se cansa mucho. Tiene que valorar la posibilidad de estudiar”.

¿Qué diferencias hay entre vivir en el campo y vivir en la ciudad?

“Allá en el campo es más tranquilo, se hace mucho más lindo el encuentro”. “Aquí en la ciudad hay ruido por todos lados”. “Allá vas al monte y escuchás los pájaros nada más”.

“Aquí tenés que tener muchas precauciones. Cuando salís en cualquier lado te pueden robar en cambio allá podes salir tranquilo”. “Sí, cura, aquí las casas si no son con rejas, un poco más con cámara, perdiste. En cambio allá podes dejar la bicicleta, la moto, lo que vos quieras afuera y no va a pasar nada”.
 ¿Cómo se imaginan el futuro?

“Recibirme de algo, tener un trabajo”, “terminar el secundario y después una carrera”: algunas respuestas para una pregunta tan difícil. Aparece también el deseo de ayudar a los padres para aliviarles el trabajo. Uno de los muchachos dice: “Quiero ser policía para tener un trabajo y después estudiar otra cosa. Para que no sea tan pesado para los padres, porque no soy el único hijo y mis hermanos también tienen que poder estudiar”.

Aunque algunos desean volver a trabajar en el campo una vez finalizado el secundario, motivados por el deseo de no perder las costumbres, en su mayoría expresan el deseo de volver pero desempeñando una profesión u oficio distinto al de sus padres: “Me gusta trabajar en el campo pero quiero cambiar de vida, no quiero seguir haciendo lo mismo siempre”; “estudiar aquí, recibirme y volver  trabajar al campo de eso que he estudiado”.

La charla finaliza con la siguiente pregunta: si tienen que elegir, ¿prefieren vivir en el campo o en la ciudad? Entre mate y mate, la respuesta es una sola: “¡en el campo, cura!”.

 
Un grupo de chicos de entre 14 y 19 años que viven en la residencia del oratorio Don Bosco de la ciudad de Santiago del Estero compartieron unos mates con uno de los salesianos que acompaña la comunidad para reflexionar sobre la vida rural. Las respuestas a las preguntas son un resumen de lo conversado.

¡Animáte a repetir la experiencia en tu grupo, escuela o capilla y dale también la voz a los jóvenes!

 

Por Alejandro Jorrat, sdb • ajorrat@donbosco.org.ar

BOLETIN SALESIANO - JULIO 2018