26 de marzo, 2015
Un estilo de vida
Para los exploradores existe un “código”, la
ley de honor, que guía nuestro estilo de vida y orienta nuestras acciones cotidianas. Es una síntesis de lo que quiere Jesús para nuestra vida. Cuenta con diez artículos: los tres primeros explicitan la trilogía Dios, Patria, Hogar; el cuarto lo hace con el lema, “Siempre listos”; los siguientes brindan virtudes que todo explorador debe cuidar y potenciar; el noveno lo pone en relación con la naturaleza y con Dios; y el décimo resume el ideal personal y comunitario del explorador en su realización plena.
“El explorador es artífice de su vida y constructor de un mundo mejor en su comunidad”
Ser artífice es tomar la vida siendo protagonistas de nuestro aprendizaje, desarrollo y maduración, concientes de nuestras decisiones y opciones fundamentales, y sobre todo constructores de nuestro proyecto de vida. Poniendo “nuestra vida” en manos de Dios vivimos y nos vinculamos día a día con los demás. Por otro lado, también somos parte activa de la sociedad; el exploradorismo busca formar “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, y cuando uno llega a la etapa de ser sol animador comienza a ser un laico comprometido, que viviendo con estilo salesiano es protagonista de la construcción de una sociedad más solidaria, más respetuosa y más justa.
De chico, pensaba que ser sol era sólo animar a los más pequeños del batallón, pero a medida que fui viviendo esta etapa y visitando las familias de estos pibes, conocí las realidades que vivían, con dificultades familiares y laborales. La realidad entonces no era lo que “veía en la televisión”, sino la que caminaba a diario, y que formaba parte de la mía. ¿Cómo poner entonces en práctica la ley de honor más allá de un sábado de actividades?
Visitar a una familia, escucharla, acompañar en un duelo o simplemente compartir un mate es dar esperanza y confiar en el otro. Es comprometerse con la vida del otro, con algo pequeño, con algún gesto de cariño o de confianza: es “amar” verdaderamente a la otra persona, regalándole una ventana de esperanza.
Por Federico Torossian