25 de noviembre, 2014
¡Sos un maestro!
“Hay una desvalorización del trabajo y de la profesión. Se cree que trabajamos pocas horas, que estudiamos poco o tenemos muchas vacaciones. Maestros hay muchos, y como en toda profesión no somos todos iguales. Basta acercarse a cualquier escuela para encontrar docentes comprometidos y apasionados que, aunque muchas veces se encuentren cansados, son optimistas cuando hablan de sus alumnos”. Melina tiene 32 años, y cursa el último año del profesorado de educación primaria en la ciudad de Rosario. Trabaja de moza en un bar, y es mamá de una niña de 11 años que la llena de orgullo. Cuando terminó el secundario empezó a estudiar Arquitectura, pero la necesidad de trabajar la hizo abandonar.
“Siendo mamá sentí ganas de trabajar con niños. Muchos me decían que faltando tres años para recibirme de arquitecta era una locura empezar un profesorado de cuatro.
Recuerdo que iba con algunos prejuicios personales, por ser mamá soltera y tener ya 28 años al momento de comenzar, pero siempre fui bien recibida”.
A pesar de todo
Así como Melina, en Argentina hay gran cantidad de jóvenes que, pese al descrédito que muchas veces sufre la profesión, apuestan por la docencia como opción de estudio, trabajo y desarrollo de la vocación.
“Pareciera que cada vez los docentes sabemos menos, que cualquier persona que haya ido a la escuela puede decirnos cómo y qué enseñar. Y también existe el desaliento a quienes quieren estudiar docencia, basándose en los sueldos y las presiones de la vida escolar”, comenta Clara, quien a sus 26 años es maestra de nivel primario, a la vez que estudia el profesorado de Historia para nivel medio en el instituto Joaquín V. González.
Por su parte Agustina, maestra en un programa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para alfabetización y educación básica en villas, cuestiona la idea del docente centrada sólo en el aspecto vocacional:
“Hay que poner el corazón, pero no alcanza con eso. Si sólo educamos desde el corazón, esto no implica necesariamente tener un docente cualificado. Desde esa postura no hay lugar para luchar por las condiciones necesarias para que la enseñanza sea significativa”.
En ese sentido, estos jóvenes son conscientes del desafío que implica la tarea docente en nuestros días.
“Dificultades hay muchas: el vínculo escuela-familia, los nuevos paradigmas de enseñanza y su aceptación por parte de docentes y padres, el presupuesto educativo y la infraestructura, el vínculo con otros profesionales para trabajar dificultades en el aprendizaje, cómo construir el rol docente con el grupo de estudiantes, en relación a los límites y el afecto”, enumera Clara a modo de ejemplo.
Cada vez más
“Con la aplicación de la Ley Nacional de Educación, es notorio el incremento de matrícula en el Profesorado. Entre 2008 y 2014, de cincuenta alumnos pasamos a tener cien”, afirma Laura Terol, rectora del terciario del instituto María Auxiliadora, de la ciudad de Rosario. Este dato va en línea de lo que informa la Dirección Nacional de Información y Evaluación de la Calidad Educativa:
de 226 mil alumnos estudiando en institutos de formación docente en 1996, en 2012
esa cifra trepó a 422 mil.
Los números no reflejan la disparidad entre provincias. Mientras que Buenos Aires casi duplicó la matriculación, distritos como Santa Fe o Ciudad de Buenos Aires apenas si se han modificado al alza.
“Si bien estos datos hablan del incremento de alumnos en el sistema de formación docente, existe una carencia importante de maestros y profesores en varias jurisdicciones”, comenta Héctor Rausch, del instituto Juan XXIII de la ciudad de Bahía Blanca.
La raíz salesiana
que interpela la vocación de muchos
se juega a la hora de encarar el trabajo
con los chicos y jóvenes
También ha cambiado en los últimos años el tipo de estudiante vinculado a la carrera:
“Especialistas como Emilio Tenti Fanfani (2010) y María Cristina Davini (2008) dan cuenta de estos cambios —agrega Rausch—
Nos encontramos con estudiantes que por lo general no han elegido la carrera docente en primera instancia, estudian y trabajan, y en muchos casos representan la primera generación que accede al nivel superior. Entre las razones por las que eligen ser docentes aparece cierta estabilidad laboral, deseos de continuar circuitos formativos, fuerte identificación con la enseñanza y la percepción de poseer buenas condiciones para vincularse con niños y jóvenes”. Por otro lado, también los cambios sucedidos en la formación docente parecieran influir.
“La gran modificación es en la formación inicial. Cambió la duración de tres años a cuatro. La inmersión en la práctica educativa comienza desde el primer año, hay un acuerdo de validez nacional de los títulos, está el plan Conectar Igualdad y la tarea activa del Instituto Nacional de Formación Docente dando unidad nacional —enumera Fabián Otero, del equipo inspectorial de escuelas de Argentina sur—
Faltan dar otros pasos significativos, como nuevos roles que ayuden a trabajar en un formato de escuela del siglo XXI, y no del XIX”.
Razones para elegir
Varias son las motivaciones que impulsan a un joven a decidir un proyecto de vida desde la docencia. Agustina tiene 25 años y cursó el profesorado en el Normal 10 de la Ciudad de Buenos Aires:
“Entre mis compañeros había mucha variedad de aspiraciones.
Algunos lo viven desde el compromiso político, desde el servicio, la militancia; a otros simplemente les ‘gusta trabajar con chicos’, o también están los que encuentran una salida laboral concreta con estabilidad, y que ofrece ciertas comodidades”. En su caso particular, la inclinación por la docencia surgió desde su animación de distintos grupos juveniles:
“El patio salesiano fue el lugar donde más me encontré con mi vocación; concretamente, en la experiencia de apoyo escolar: la excusa de ‘ayudarlos a hacer la tarea’ que abría el camino para el encuentro con los chicos. En esos espacios fui descubriendo que una forma muy concreta de transformar el mundo, de construir el Reino, es a través de la educación”.
Asimismo Clara comenta que decidió ser maestra porque encontró en la educación formal
“la herramienta para participar activamente en mi sociedad, porque trabajás con un rango de edad amplio, en el cual se dan las experiencias más importantes y formativas de la vida”. En ella también influyó su experiencia como animadora salesiana y, al igual que muchos jóvenes, el tener familiares docentes:
“Me permitió ver cómo era el ritmo de trabajo, y verlo compatible con otros intereses y actividades”. Al igual que Andrés, de Bahía Blanca:
“en cierto punto la docencia me eligió a mí: en mi familia hay dos docentes. Y desde los quince años estuve en contacto con niños en los distintos grupos”.
“Fui descubriendo que una forma
muy concreta de transformar el mundo,
de construir el Reino,
es a través de la educación”.
Esa raíz salesiana que interpela la vocación de muchos se juega también a la hora de encarar el trabajo con los chicos, adolescentes y jóvenes.
“Llega un punto donde lo tenés tan incorporado, en la forma de acercarte a los pibes, en la mirada sobre ellos, en generar el ‘ambiente que educa’ —insiste Agustina—
Cuando te animás a salir un poco del ambiente salesiano, se nota: ‘marcás la diferencia’”. De todas maneras, esto no quita que es necesario formarse y esforzarse. En este sentido Clara enfatiza que
“ser animador es ser educador, pero no equivale a ser docente. Los animadores que queremos ser y somos docentes, tenemos que prepararnos profesionalmente con mucho énfasis y entusiasmo”.
Otras experiencias posibles
“Nunca sentís que ‘te las sabés todas’ —reconoce Clara—.
A medida que van pasando los grupos, lo gratificante es descubrir nuevas formas de enseñar y de aprender”. Para ella, como para tantos otros, lo mejor de la tarea docente es la relación con los estudiantes chicos y jóvenes, aprender y enseñar a la par de ellos y, sobre todo, cuidar sus vidas.
“Sueño con horas en centros de educación de adultos o nocturnos, o incluso con horas oficiales en centros de régimen cerrado… Pero sólo sueño, muy tranquila”, dice Soledad. Profesora de Letras, hoy quiere crecer y desarrollarse en la secundaria pública en la que trabaja, con el horizonte puesto en
formatos escolares no tradicionales. El sueño de Andrés es irse al sur, a alguna escuela hogar:
“El contacto con los niños es de otra manera y se generan vínculos más profundos”. Agustina se ve trabajando en los sectores más vulnerables, en proyectos que impliquen el acompañamiento de jóvenes, el sostener a los pibes en el sistema educativo. Melina piensa también que, sin restarles importancia, los contenidos terminan siendo una excusa
“para una tarea más noble y profunda: sembrar en el otro el respeto y la admiración por toda forma de vida, acompañarlo a crecer en amor y oportunidad, a ser una persona justa, honesta y feliz”.
¿Qué decirle a la chica o al chico que está pensando en la docencia como una opción para desarrollar su vocación?
“Hay trabajo, hay que moverse, exige esfuerzos, atraviesa nuestras vidas, no se puede cerrar la puerta y desconectarse; económicamente tiene sus cosas, sus luchas, pero como todo... —responde Soledad—
Si el corazón se lo dicta, si ve señales de felicidad en un aula, si se siente a gusto, si percibe que puede desplegar su potencial… que siga para adelante”.
Por Juan José Chiappetti y Santiago Valdemoros