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05 de agosto, 2018

Seguir educando

El miércoles 8 de agosto se debate o se debatió —de acuerdo a cuando el lector se encuentre con estas líneas— en el senado el proyecto de ley que propone despenalizar el aborto. Más allá de la coyuntura el tema exige un tratamiento serio que supere este tiempo donde parece haberse puesto casi “de moda”. Desde el gobierno nacional se dijo que se lanzaba un debate que respetaría la conciencia de cada legislador, pero al parecer fue mentira, porque después supimos que dentro del Congreso hubo presiones y negociaciones, fruto de operaciones políticas llevadas a cabo, entre otros, por miembros del oficialismo.

El deseo de todo gobernante es hacernos entrar en el primer mundo. Sería bueno entrar porque prestamos una atención más integral a las mujeres que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Sería bueno entrar porque agilizamos y damos más calidad a los procesos de adopción. Sería bueno figurar entre los países más desarrollados porque hemos usado nuestros abundantes recursos de inteligencia y de producción para contener a toda persona en situación de vulnerabilidad.

Es una batalla dura la que están librando grupos de médicos que hicieron un juramento hipocrático y que no quieren traicionarlo. Son profesionales que se prepararon para salvar vidas. Y es dura también la batalla en los medios de comunicación, que en la inmensa mayoría de los casos se ocupan de ridiculizarnos y de tratarnos de “enemigos de los derechos humanos” a quienes nos manifestamos en contra de la sanción de la ley.

Soy salesiano consagrado, pero no es mi fe ni mi vocación lo que me lleva a estar en contra del aborto; atiendo sencillamente a la biología, le medicina y el sentido común. Sí son mi fe y mi vocación las que me comprometen a no dejar de educar para transmitir el valor de toda vida.

Por Ángel Amaya, sdb

BOLETÍN SALESIANO - AGOSTO 2018