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27 de julio, 2016

Se me hace familiar...

Una carta sobre los desafíos pastorales de la vida en familia que va del corazón de Francisco al corazón de cada hogar.


Amoris laetitia, en latín. La alegría del amor, en castellano. Ese es el nombre de la carta que el 19 de marzo de este año nos regaló el papa Francisco. Fue a fines de 2013 que él convocó a un encuentro mundial de obispos para debatir acerca de los desafíos pastorales de la familia. Durante 2014 se introdujo un procedimiento inédito: un cuestionario con 39 preguntas enviado a todo el mundo para que respondan no sólo los pastores, sino especialmente los laicos, sobre materias de familia y sexualidad. Todo eso llegó al aula sinodal, provocó un nutrido intercambio y quedamos entonces a la espera de la palabra final del Papa.

Al estilo de Francisco

Este no es un documento doctrinal. Es un texto elástico y práctico. Y está en continuidad con lo ya anunciado por Francisco en su momento: no se ha de esperar que el Papa o el Magisterio de la Iglesia tengan respuesta para cada situación específica o problemática.

Tampoco es un texto precisamente breve. Convengamos que aborda uno de los temas más complejos y apasionantes de nuestra realidad, y eso no puede resumirse en quince páginas. Francisco ha reunido numerosos aportes y los ha trabajado con celo de pastor, con sabiduría de padre y con esa enorme capacidad que tiene de ponerse en el lugar del otro, especialmente del que sufre.

Nadie podría decir que dejó de leer esta carta por encontrarla difícil o complicada. Es un lenguaje cercano y amable, que acorta distancias. Su tono es afectuoso, comprensivo, sin condenas. No es el tono del profesor que enseña desde arriba imponiendo ideales, sino que se hace pastoralmente compañero de camino, describiendo con realismo las cruces y amarguras que marcan a muchas familias. Desde el primer capítulo hace las veces de quien entra por la puerta a nuestras casas y se apresta a compartir un diálogo entre mate y mate.

Nada más y nada menos

Ya está dicho que la familia es una realidad compleja, y como todo lo humano está atravesado por los logros pero también por los límites y las heridas de esta época. Cuando uno comienza  a escribir una carta, siempre se toma un tiempo para resolver: “¿Cómo la comienzo?”, “¿Qué digo primero?”. Eso mismo le debe haber pasado a Francisco. Y lo que resolvió fue comenzar nada más y nada menos que con las palabras “alegría” y “amor”. En una sociedad tan marcada por el drama y los conflictos, donde es inevitable poner el acento sobre todo en el defecto y en la falla, Francisco nos invita a mirar más alto, a no perder de vista la cima, y así nos muestra que la realidad familiar — aún con todas sus sombras y heridas— no queda excluida de la Buena Noticia anunciada por Jesús.

Como un médico de campaña

Esa Iglesia “en salida”, entusiasmada por evangelizar, se manifiesta también en este texto del Papa. Sale al encuentro de hombres y mujeres con vidas heridas, no para reprocharles que no cumplen con el ideal propuesto, sino para animarlos en su camino de búsquedas y discernimiento. Como ya lo hizo la Iglesia a través del Concilio Vaticano II hace cincuenta años, el Papa vuelve a apelar a la conciencia de cada persona, a ese espacio sagrado e íntimo en que el hombre se encuentra con Dios, se siente a solas con él y es su voz la que allí resuena.

En el número 37 de la carta, afirma Francisco que a quienes tenemos responsabilidades pastorales “nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar conciencias, no a sustituirlas”.

Ante las situaciones más delicadas y dolorosas

Sabemos por nuestra propia experiencia el dolor que acarrean las crisis familiares, y la atención enorme que el Papa y todo el Sínodo ha prestado a estas situaciones; especialmente aquellas vidas y familias heridas que están en una segunda unión. Cuando se producen separaciones matrimoniales es porque se han agotado buena parte o todos los recursos. Algunas veces podemos ser un tanto superficiales para juzgar una separación. No hay ruptura sin dolor.

El matrimonio debe ser plataforma de mutuo crecimiento y camino hacia la plenitud humana, sabiendo que muchas crisis deben atravesarse y ojalá también sortearse con éxito. “No se convive —afirma Francisco— para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de modo nuevo (…). No hay que resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una insoportable mediocridad” (332). Y hace aquí el Papa un llamado de atención: “La mayoría de las parejas en crisis no acude al acompañamiento pastoral, ya que no lo siente compasivo, cercano, realista, encarnado. Por eso, tratemos ahora de acercarnos a las crisis matrimoniales con una mirada que no ignore su carga de dolor y de angustia” (234).

Mirando el bien de nuestros hijos

Cuando la separación es un hecho, el Papa hace un llamado a los padres, por el bien de los hijos: “Se han separado por muchas dificultades y motivos, la vida les ha dado esta prueba, pero que no sean los hijos los que carguen el peso de esta separación, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge. Que crezcan escuchando que la mamá habla bien del papá, aunque no estén juntos, y que el papá habla bien de la mamá” (245).

“Un pastor —agrega Francisco— no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones ‘irregulares', como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas” (305). Hace falta más comprensión, más misericordia e inclusión para aquellos protagonistas de lo que el Papa llama “un collage formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozo, dramas y sueños” (57). El Papa se arriesga a mirar la complejidad de las relaciones amorosas, sus crisis y rupturas, sin caer en facilismos simplificadores: pide más realismo y menos idealismo.

Este artículo, para el cual hemos recurrido a la teóloga y periodista Carolina del Río Mena, no agota la temática ni la riqueza de la carta. Hay mucho más para decir, y esperamos darle espacio en futuras ediciones del Boletín Salesiano, y que se siembre en nosotros la inquietud por conseguir la carta, leerla y usarla en nuestras comunidades, escuelas y movimientos.

Por Ángel Amaya, sdb • aamaya@donbosco.org.ar

Boletín Salesiano - Julio 2016