05 de abril, 2016
Santidad: volver la vista a Jesús
El cura Brochero, Mama Antula, la Madre Teresa y el constante llamado de Dios a que todos seamos santos.
Las “vacaciones” de Semana Santa son una fecha de moda para “pasarla bien”. Pero un grupo de chicos y chicas decidieron compartir, con un gesto original, la pasión de Jesús. Invitados por los Hermanos de San Juan de Dios, jóvenes a partir de los 18 años han entregado esa semana al servicio de los enfermos de un hospital, para vivir con ellos la experiencia de la misericordia y la alegría de Dios. Pasaron los ratos más importantes de esos días sirviendo a Dios entre las personas que más sufren o están pasando un momento de vulnerabilidad. Esta es sin dudas una expresión de “santidad”.
¿Qué es ‘ser santos’?
Uno está tan acostumbrado a leer noticias sensacionalistas con ceño fruncido y serio, que cuando se topa con estas anécdotas menores, una nueva claridad ilumina la mente y el rostro, porque devuelven la alegría de vivir. En realidad, la santidad nos produce alegría. ¿Por qué?
Porque
la santidad es tener la vida encaminada hacia Dios: ¡es volver la vista a Jesús! Es la comunidad entera de los bautizados inmersos en la comunidad de Dios:
“Él que nos llamó es santo, sean ustedes también santos en toda la manera de vivir...”, advierte san Pedro. Jesús ha venido y viene continuamente por su Iglesia, y si la Iglesia no es santa, no ve al Señor.
Ser “santo” es dejarse llevar por
“todo cuanto hay de verdadero, de noble, de amable y de puro, y tenerlo en cuenta” (Flp. 4, 8). Tener la vista hacia Dios es querer uno mismo ser santo, antes de exigir a los demás que lo sean. La santidad es seguimiento de Cristo cada día, no sólo un recuerdo dominical o de vez en cuando. Es ver lo más importante que tiene la vida de una persona en este mundo: la existencia tensionada hacia el bien y la belleza suprema que es Dios.
Hoy muchos creen que se debe buscar la felicidad como fin último, pero esa no es la meta de la vida.
Para los cristianos, la finalidad de la existencia es “gozar de la santidad” y así conquistar la felicidad, porque ella brota del Espíritu Santo:
“el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz...”, dice la Biblia. Dios quiere que seamos felices, y nunca lo seremos a espaldas de Él; al contrario, caeremos en el abismo de la tristeza. Llamada a la alegría del Evangelio de Jesús, la juventud dará muestras de valor y energía para cambiar el mundo y “armar lío”, según palabras del Papa Francisco, para que nuestro hogar, la oficina, la fábrica, el club, el colegio y la sociedad adquieran el sabor bueno de la santidad de Dios.
Los santos nos hacen bien
Existen los “santos canonizados”, aquellos que la Iglesia reconoce como cristianos y cristianas que en forma destacada y excelente han imitado a Jesús y practicado las virtudes del Evangelio con ejemplos heroicos que llamaron la atención durante su vida terrenal.
La Iglesia nombra a esos santos para que sean ‘ejemplos de vida’ para los demás cristianos y sean imitados en sus virtudes. De hecho, muchos tienen estatuas en los templos y a ellos acuden los creyentes para pedir favores, gracias de Dios, por su intercesión, porque desde el Cielo con Dios, siguen ayudando al mundo y a la gente de la Tierra.
Lo más útil, sin embargo, no es eso, sino el recuerdo continuo que esos santos nos traen del Señor Jesús, de sus gestos de bien en favor del prójimo y de su inmenso amor al Padre Dios. Estimulan al seguimiento del Señor, a practicar el perdón, la bondad al que sufre y a los que necesitan de nuestra ayuda, a trabajar por la justicia. Esos santos nos hacen bien a todos.
Al lado de ellos estamos el resto, los demás, “los del montón”, pero que deseamos ser santos, como mucha gente lo es de veras con su vida, su oración y el bien que realizan en todos los ámbitos de la sociedad. Podemos decir que la santidad de Dios se difunde en la Tierra y la renueva de continuo, manteniendo viva la esperanza y el gozo de sentirnos queridos por Él.
Y estuvieron entre nosotros
Este año el Papa va a canonizar al
cura Brochero; es decir, a reconocer públicamente delante de toda la Iglesia el ejemplo de su vida entre los campesinos de Córdoba. Su santidad fue simple, sencilla y profunda. Ya anciano, achacoso y casi ciego, el cura Brochero no podía ayudar a los campesinos de su gran parroquia, y entonces se recogía en oración por ellos y así los tenía siempre cerca para Dios. María Antonia de San José, más conocida en su Santiago del Estero natal como
“Mama Antula”, dedicó su vida a llevar el Evangelio a los más humildes y será beatificada en agosto.
También Francisco declarará santa a la
Madre Teresa, una mujer extraordinaria. Ella hubiera querido recoger a cada uno de los que morían por las calles de Calcuta sin auxilio alguno, entonces pidió ayuda a todo el mundo y creó asilos para acogerlos: en ellos veía a Jesús mismo. Viviendo el amor al prójimo, podemos posar la mirada sobre él y vivir el mandamiento máximo de Jesús de modo concreto, porque la santidad conjuga constantemente el amor de Dios con el amor a los demás. Don Bosco siempre exhortaba a los chicos a ser santos, a no temerle a esa hermosa aventura, la más apasionante de la vida.
“El favor que yo le pediría a Dios —decía un cristiano—
sería escoger la perfecta semejanza con el Señor Jesús, en otras palabras, la santidad”. Lo que más necesita la sociedad son personas santas.
Por Victorino Zecchetto, sdb • Boletín Salesiano de Argentina
Abril 2016