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13 de abril, 2021

Rebrote

En la obra salesiana, la pandemia es también una oportunidad de tejer redes y ayudar al otro.

La zona se hizo “famosa” hace unas semanas, y por una situación desgarradora. Maia, una niña de 7 años, permaneció desaparecida durante tres días. La historia tuvo un final “feliz”: al margen del uso político y mediático de lo sucedido, Maia fue encontrada con vida, y su captor puesto en manos de la Justicia. Lo que no tuvo cambios fue la propuesta que la sociedad le hizo a Maia: vivir junto a su madre —con problemas de consumo, otra víctima— en una carpa de telas y cartón al costado de una de las autopistas que cruzan el sur de la ciudad de Buenos Aires, sin DNI y sin poder ir a la escuela.

A unas quince cuadras de la casa de Maia, pero hace ya décadas, en el barrio porteño de Parque Avellaneda, los que también instalaron una carpa fueron los salesianos. El oratorio en ese predio con el tiempo dió lugar a la escuela, al taller, a los grupos juveniles, a la parroquia… en fin, a una comunidad educativa y creyente: Nuestra Señora de los Remedios. Aquí, como en tantas otras obras salesianas del país, la emergencia que generó la pandemia se transformó en una oportunidad para salir al encuentro de un barrio donde historias como las de Maia abundan, pero donde también abunda el compromiso y las ganas de acercar a Jesús a las vidas de tantos chicos y chicas.


“¿Esto va a ser un sólo sábado?”

Era mayo del año pasado. En lo más estricto del confinamiento, como en todo el país las actividades presenciales de esta casa estaban suspendidas. Docentes y educadores ponían su empeño en tratar de sostener las distintas propuestas de forma remota. Y se acercaba la fiesta de María Auxiliadora.

“Los jóvenes querían hacer algo  —cuenta Leonel Mantía, encargado de pastoral—. Habíamos hecho antes cuatro mil barbijos para repartir en los comedores de las casas salesianas que ya venían entregando viandas. Como no podíamos circular, cortábamos las piezas y llevábamos a cada uno para que los cosiera en la casa. Acá pasó lo mismo. Llevamos las verduras, las cortaban y las pasábamos a buscar”. ¿El resultado? Un gran locro para distribuir en viandas el 24 de mayo entre los lugares del barrio que más lo necesitaban.

Fue Román —21 años, uno de los jóvenes animadores del oratorio—, el que dijo: “¿Toda esta organización para un sólo sábado?”. Lo que iba a ser de un solo día, se transformó en quinientas viandas que, hasta hoy, se cocinan, fraccionan y reparten cada semana, junto con una gran cantidad de bolsones de mercadería. “A vos te puede conmover la realidad… pero a partir de eso, ¿qué hacés? Te tenés que comprometer”, agrega Román.

A esas manos se sumaron las familias de la escuela que colaboraron con mercadería. Un exalumno donó las bandejas descartables. Otro hizo el contacto para conseguir productos frescos. “Empezamos sin recursos, con la donación de la gente, que es lo que hoy sostiene el comedor —agrega Juan Skarlovnik, director de la obra—. La verdad que la pandemia fue un espacio de ‘oportunidad’ para la casa, para poder salir al barrio”.


Tan cerca pero tan lejos

Los que primero se acercaron fueron los de una parroquia vecina, San José del Tránsito, que necesitaban entregar alimentos pero no tenían cocina. Luego conocieron a Gladys, una vecina del barrio y abuela de una alumna de la primaria. Viendo la necesidad de sus vecinos, ella abrió las puertas de su casa para abrir un sencillo comedor y duchas. Hacia allí van también algunas de las viandas.

A través de Gladys pudieron acercarse a “La Cueva”, un edificio sin ventanas ni agua corriente habitado por decenas de familias al lado de la autopista, y así conocer a “Tita”, la referente del lugar, a la que cada semana entregan otras tantas raciones. “Hace dos semanas se les prendió fuego el tercer piso, imagínense la situación. Los bomberos no sólo apagaron el fuego, sino que llenaron todo de agua. Hicimos una colecta para ayudar”, relata Juan.

Y a dos cuadras de Remedios, tan cerca pero tan lejos, los esperaban los vecinos de “La Lecherita”, un complejo habitacional donde viven unas 150 familias. Un lugar por el que muchos evitaban pasar, y con el que no había contacto. “La gratitud que nos dieron esas personas no recuerdo haberla recibido en ningún otro lugar”, sintetiza Román.


Sentirse útil

Es sábado, el cielo amenaza con llover, y ya desde las diez de la mañana un grupo de chicos y chicas preparan lo que serán las viandas de esa semana. Al comando de todo está Pepe, un “histórico” de la casa, quien fuera dirigente del grupo scout y hoy realiza tareas de maestranza. “Estoy para el servicio que se pueda dar —afirma con sencillez—. Acá aprendí a compartir, a estar al servicio de los demás. Remedios es mucho para mí, me formó como persona. Tengo mucho que agradecer y devolver”.

Según Tamara, estudiante de Psicología, la idea de abrir un comedor ya estaba desde antes de la pandemia. “Es que los chicos llegaban al oratorio a la tarde sin haber almorzado”, agrega Mica, que le está dando una mano fraccionando las viandas. Para ella, el comedor le permitió “hacer algo”, “sentirse útil” durante la emergencia. Agrega Román: “Tantas cosas malas que se escuchaban… vamos a hacer algo que cambie un poco esta realidad”.

Llegado el mediodía del sábado, parten las cajas a los distintos lugares. Al llegar a “La Lecherita”, los conocen a todos. Es que en enero, con el proyecto Callejeando la esperanza, llevaron adelante allí varias jornadas de oratorio. “El último día nos preguntaban: ‘¿Van a volver el sábado que viene?’”, cuenta Luna, 18 años, animadora del grupo juvenil. Y el plan es volver.


No hay nada previsto

“Creo que algo interesante es poder ir escuchando y tratando de dar respuesta a las necesidades que trae la gente, como la Iglesia que nos propone el Papa”, rescata Leonel. Así es como en “La Lecherita”, después de Pascua, comenzará un sencillo oratorio los sábados por la tarde. También encuentros de catequesis de comunión para chicos y catequesis para adultos. Y un curso de soldadura para los vecinos, que ya cuenta con quince inscriptos.

Los lunes por la noche, en uno de los turnos libres que tenía la cancha de la obra salesiana vienen a jugar al fútbol un grupo de jóvenes de “La Cueva”. Y también está el proyecto de poder instalar una cocina mejor equipada, que permita brindar un mejor servicio. Con mucho esfuerzo, compromiso y trabajo en red. Pero, sobre todo, con mucha confianza en Dios frente a lo que vendrá; porque, como recuerda Juan, el director, “nada de esto estaba previsto”. •


Publicado originalmente en el Boletín Salesiano. Abril 2021.