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03 de agosto, 2017

¿Qué nos separa?

Respeto, diálogo y compromiso ciudadano para enfrentar las verdaderas “grietas”


El “idiota”, en la antigua Grecia, era esa persona que no se interesaba por las cuestiones de la polis: un sujeto egoísta que no se ocupaba de los asuntos públicos. En la misma línea Arnold J. Toynbee expresa: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”.

Lejos de ello, debemos involucrarnos en los problemas que nos afectan a todos. No con una mentalidad de “bazar”, donde cada uno elige lo que más le conviene, sino con espíritu ciudadano, haciendo un aporte desde nuestro lugar al bien común de toda la sociedad.

Para eso es necesario distender posiciones: si el otro es etiquetado de una manera que lo inhabilita a realizar cualquier aporte, no hay diálogo posible… aunque tampoco sería bueno disimular las faltas u opciones inaceptables, renunciando a las convicciones. No toda opinión personal es una “premisa irrevocable” y no todo punto de partida es objeto de debate. Parece urgente recuperar aquella advertencia del Evangelio: ser “astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10, 16).
De grietas y brechas

En los últimos años, se puso de moda en nuestro país hablar de “grietas”, como si se tratase de campos enfrentados a lo largo de una división horizontal y transversal, dando cuenta de ciertas posiciones antagónicas que con más o menos frecuencia entran en tensión. Estas diferencias no deberían ser motivo de angustia, de nervios o de enfrentamientos irreconciliables, en la medida que funcionen los mecanismos institucionales previstos para procesarlas y asumiendo que hay consensos generales a los que puede arribarse y desde ellos construir.
Si el otro es etiquetado de una manera que lo inhabilita a realizar cualquier aporte, no hay diálogo posible.

Para esto, es básico hacer una opción inicial por el respeto hacia el otro. Esto no implica desconocer que hay perspectivas o temas en los que no necesariamente se llegue a un acuerdo, y que deberán dirimirse por compulsas electorales. En ellas es necesaria la grandeza de los líderes y dirigentes: el “ganador” no tiene derecho a anular los aportes válidos del “perdedor”, y este último no tiene derecho a obstruir la voluntad expresada en el sufragio popular. Todos debemos entender que es más grande la búsqueda del bien común que el resultado electoral de la coyuntura.

De esta manera podremos, quizás, preocuparnos un poco menos por las grietas, y abordar las enormes brechas socioeconómicas que dividen verdaderamente a nuestro país desde hace décadas: la brecha en la distribución del ingreso, donde el 20% de los hogares acumula la mitad de los ingresos, el 10% más rico de los mismos gana 26 veces lo que gana el 10% más pobre y la mitad de los asalariados gana el salario mínimo; la brecha geográfica, con la postergación de las regiones más pobres de nuestro país; y la brecha generacional, que le resta posibilidades a jóvenes y ancianos frente a los adultos en edad laboral.
¿”Votocracia” o democracia? 

Es propicio instalar estos temas en las elecciones parlamentarias que se celebrarán en octubre, dado que el Legislativo es el poder público que debe pensar el largo plazo y preparar el futuro de las próximas generaciones, teniendo presentes por su naturaleza de “asamblea” las principales miradas de la escena política actual. En este sentido, el debate parlamentario debería ser una institucionalización del debate ciudadano y popular: la democracia es bastante más que una “votocracia”.

Con este mismo espíritu, sería deseable que, además de buscar candidatos reconocidos por su honestidad y competencia, en el Congreso se escuchen, efectivamente, “todas las voces”, en un doble sentido. En primer lugar, evitando una fragmentación excesiva de los partidos: así como no hay sólo dos proyectos de país, tampoco hay veinte marcadamente distintos. En segundo lugar, procurando que esas voces sean efectivamente escuchadas y puedan contribuir; en ese sentido, las minorías tienen también un importante rol que cumplir en las democracias.

El diálogo político no es una simple cohabitación de monólogos, como puede ocurrir en algunos shows de debates televisados, sino una búsqueda compartida, reconociendo tensiones como ocurre en tantos pequeños diálogos ciudadanos cotidianos, superando la queja, la solución fácil o la autoritaria.
El diálogo político no es una simple cohabitación de monólogos, como puede ocurrir en algunos shows de debates televisados.

Educar para la política 

En ese debate ciudadano polifónico, los cristianos —como menciona la plegaria eucarística— además de los gestos y obras de solidaridad, estamos llamados a dar una característica “palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado”, una palabra atenta “ante quien se siente explotado y deprimido”, y un mensaje esperanzado y esperanzador que comunique y renueve “la verdad y el amor, la libertad, la justicia y la paz”. Es importante tener presente la eventual necesidad de explicitar compromisos, convicciones, creencias. Se atribuye a San Francisco de Asís la siguiente frase: Prediquen el Evangelio en todo tiempo, y de ser necesario usen palabras”, quizás inspirada en el texto de Lucas: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6, 45). Mientras nos debería parecer claro que las palabras deben sustentarse en acciones asumidas con arraigo, no debe olvidarse que estas posiciones no siempre son transparentes y claras ante los otros, y es necesario estar preparado para dar razones y fundamentos de las mismas.

Aquellos ciudadanos con sensibilidad educativa también deberíamos hacer docencia frente a las personas que se encuentran en riesgo de caer en el “analfabetismo político”, poniendo en discusión y destacando la problemática de los jóvenes, así como el estado actual del sistema educativo en su conjunto.

La tarea de construir un mundo más justo y más fraterno se hace con pasos pequeños. Es relevante que podamos darlos con grandeza de espíritu y amplitud de mirada.

Por Ricardo Díaz • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano, agosto 2017