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05 de abril, 2016

“¡Quiero dedicarte un gol!”

Matías Roskopf: joven futbolista de la primera división de Boca Juniors, exalumno de Paraná.

Dos trapos improvisan un arco. No importa si la pelota es de cuero o de plástico, si hay o no zapatillas, o si el suelo es de tierra, asfalto o baldosas: él aparece sin que lo llamen allí donde un grupo de chicos o chicas se junten a disfrutar del tiempo libre. Titular indiscutido de recreos, oratorios, patios y ateneos, el fútbol es una postal bien conocida de las obras salesianas de todo el país, así como también objeto de deseo y pasión por parte de miles de jóvenes que sueñan con parecerse a sus máximos ídolos. Uno de esos muchachos era Matías Roskopf, quien en su Paraná natal, mientras compartía con sus compañeros la vida en la escuela salesiana, empezaba ya de pequeño a pegarle a la redonda, para llegar este año a ser parte del plantel de primera división del Club Atlético Boca Juniors.

¿Cómo fue tu trayectoria en la escuela salesiana?
Vivía enfrente de la escuela. Arranqué en el jardín a los cuatro años y ahí estuve hasta cuarto año del secundario, cuando vine para Buenos Aires, donde continué con quinto y sexto, que terminé el año pasado. En los recreos y en Educación Física casi siempre jugábamos al fútbol. Pero no de una forma profesional, sino recreativa. Yo trataba de que siga siendo todo igual con los compañeros, me gustaba que sea así, más allá de que yo jugaba en un club. Tampoco repetí ningún año, no me llevé materias. Sabía que primero tenía que terminar la escuela, y después estaba el fútbol. El colegio me ayudó mucho a la hora de expresarme, de hablar con alguien mayor. Hoy en día a muchos chicos les cuesta leer y escribir, y es muy importante saber hablar, como cuando te hacen una nota.

¿Cómo empezaste con el mundo del fútbol?
A los tres años mi papá me llevó a jugar a la escuelita de Claudio Marangoni, en Paraná. A los 9, Colón me llamó para jugar en Santa Fe. Jugué ahí hasta los 14, cuando Boca le compró el pase a Colón, y me vine para Buenos Aires.

¿Cómo fue llegar a Buenos Aires?
No fue fácil, sobre todo por tener que separarme de mi familia. De todas maneras, con el tiempo te acostrumbrás y se hace llevadero. Uno que entrena todos los días no tiene ni tiempo para pensar en lo que deja. Cuesta decir el “sí, me voy”, pero una vez que te fuiste, ya está. Nunca lo dudé. Además mi familia siempre me acompañó, y me acompaña. Yo vivo en la pensión de Boca. El ambiente es muy lindo, somos todos chicos del interior, desde los 12 años hasta los 20. El clima en el club es agradable; pero también exigente, siempre.

¿Qué le advertirías, y en qué alentarías, a un chico que se quiere dedicar al fútbol?
Que si quiere cumplir ese sueño que tiene, que trabaje y que tenga mucha humildad y sacrificio. Y si salen mal las cosas, trabajar el doble y esforzarse el doble. La vida en el fútbol no es fácil, más estando lejos de tu familia, de tus amigos; es bastante sacrificada.

¿Se puede jugar en la cancha con la misma alegría con la que se juega en el patio?
Se puede jugar con la misma alegría, pero no con la misma responsabilidad. Esto es un trabajo, y hay que cumplir. Nosotros trabajamos para el club. Y así como nos divertimos, también las cosas son serias. No nos podemos distraer de eso. Pero estoy muy contento, sobre todo porque acá siento que puedo seguir creciendo.

Por Santiago Valdemoros • Boletín Salesiano de Argentina

Abril 2016