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10 de abril, 2017

¿Quién me salva y de qué?

Recorrer las pascuas de Jesús como un camino de salvación hacia la Pascua definitiva.

En los textos dominicales de la Cuaresma, Jesús nos invitó a seguirlo en el camino hacia su Pascua. Así, cada semana “adelantó” su Pascua, compartiéndonos algunas de sus victorias ante esas formas de esclavitud, dominio, oscuridad y muerte que nos atan a todos los seres humanos.

Propongo en esta reflexión pensar la Pascua como una experiencia de liberación de algún peligro o condición indeseable, y celebrar los logros parciales alcanzados en este intento, que se expresan en sentirnos vivos, enteros, sanos y alegres: es decir, a salvo. Así planteada, la Pascua no es un rito ni una ceremonia a la que asistimos en un tiempo y espacio determinado, sino la vida misma.

La Cuaresma nos muestra un Jesús que fue aprendiendo a “salvarse” de situaciones en las que los humanos tropezamos más de una vez.



Les propongo recorrer las pascuas de Jesús como un camino de salvación que lo llevó a celebrar su Pascua definitiva, y que es ahora un gran don ofrecido a toda la humanidad. Él vivió dócil al Espíritu, que lo empujaba a frecuentar aquellos sitios “límite” donde reina, como mentalidad y sistema, nuestra propia inhumanidad. Caminó esos márgenes acompañado de algunas mujeres y algunos varones que quisieron. Y libró batallas cuyo oponente residía también en el propio interior, colonizado por la mediocridad de metas, la estrechez de miras y el egoísmo.

La Cuaresma nos muestra un Jesús que fue aprendiendo a “salvarse” de situaciones en las que los humanos tropezamos más de una vez. Veamos:

  1. Jesús se salvó y nos ofrece salvación de la idolatría —lectura del primer domingo de Cuaresma, Mt 4, 1-11—. Jesús se salvó al no dejar morir sus sueños ni avasallar a sus pares; eligió cubrir sus necesidades y contuvo sus deseos de omnipotencia. Experimentar la Pascua para Jesús fue vivir en armonía con la vida, aprendiendo a usar el poder como una posibilidad de relación respetuosa con los demás que brota de la paz del corazón.



  1. También se salvó de discursos y proclamas (II Domingo, Mt 17, 1-9) de palabrerías que endulzan los oídos y codifican o rubrican la vida, aceptando habitar en construcciones —de ladrillos o de ideas— que quitan perspectiva, cierran horizontes y alejan realidades. Jesús se salva optando por seguir andando por campos sin alambrados, techos ni muros. La Pascua de Jesús fue no tener dueño ni adueñarse de nada ni nadie.



  1. Se salvó de mirar a las personas desde categorías —machistas, xenófobas, clasistas— que excluyen, humillan y generan servidumbre (III Domingo, Juan 4, 5-42). Jesús se salva encontrándose con el otro, en reciprocidad y desde lo profundo. Así, la mujer del pozo sacia el hambre de Jesús con su hablar acerca de Dios, y de ella genera un apóstol para sus vecinos. Pascua es vida plena, abundante, manantial que brota de lo profundo.



  1. Se salvó de la fácil comodidad de no meterse en los problemas que se suscitan al ayudar a otros a que vean, piensen y se expresen desde sí mismos (IV Domingo, Juan 9, 1-41). Jesús se salva haciendo suya la necesidad de quien no ve. Pascua es ayudar a otros para que todos vivamos en libertad y solidariamente.



  1. Se salvó de que sus certezas no quiten la densidad humana que le es propia a las experiencias, siempre provisorias, del amor y del desamor, del dolor y de la alegría (V Domingo, Jn 11, 1-45). Jesús se salva amando a su amigo y llorando su muerte, rodeando de presencia y cariño el duelo de la familia que lo supo acoger y hospedar. Pascua es la vida cotidiana vivida en la profundidad de los sentimientos y en la luminosa certeza de lo definitivo.


Jesús quiso ser un Hijo de hombre que creciera en la certeza de la presencia del Dios padre y madre que dignifica su condición humana y lo libera de cualquier intento que lo lleve a ostentar otro nombre que no sea el de “hijo amado de Dios”. De lo que Jesús no se salvó, sino que necesitó ser salvado, fue de justificar en nombre de quién hablaba con autoridad y vivía en libertad. Y así fue que el mismo que lo engendró le salió como garante, devolviéndole la vida que intentaron quitarle… y que Él ofreció por vos, por mí y por todos.

Pascua es recibir gratuitamente aquello que nos es más preciado: la vida.



Pascua es recibir gratuitamente aquello que nos es más preciado: la vida. Y este don es para ser gastado en servicio de comunión con todos los hombres y mujeres. Pascua es la Vida devuelta a los que, por sentirse hijos amados, luchan por la dignidad de sus hermanos. Pascua es el sucederse cotidiano de la vida vivida en la conciencia de estar en la mirada amorosa del Dios, celebrando los gestos del amor que nos hermana y despierta las ganas de vivir como familia humana.

Por Marcos Aguirre, sdb • maguirre@donbosco.org.ar

Boletín Salesiano, abril 2017