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26 de noviembre, 2014

Puertas abiertas, manos extendidas

No es igual entrar a un lugar, que alguien se acerque y te dé la mano o te salude por tu nombre o simplemente te diga “buen día”, a entrar y pasar desapercibido, como si nadie te conociera. En la banda de sonido de El diluvio que viene podemos escuchar: “La puerta siempre abierta, la luz siempre encendida. El fuego siempre a punto, la mano extendida”. Ser bien recibido es una hermosa característica de una obra salesiana, porque cada niño o joven es esperado: es una vida que pasa frente a nosotros a la que seguramente podemos ayudar a crecer y desarrollar lo mejor que tiene para dar; a la vez que enriquece con su presencia nuestras vidas.

De mañana, de tarde, de noche. Pero la puerta siempre abierta; y con alguien que da la bienvenida. Así es la entrada de una obra salesiana. Don Bosco advertía la importancia del portero: era la persona que cuidaba el orden y la seguridad de la casa, la relación de ésta y de los chicos y jóvenes con el mundo exterior. Un detallado “reglamento” para los porteros de las obras puede encontrarse en las Memorias Biográficas. Allí se puede leer en su artículo primero: “La primera obligación del portero es la de estar siempre en la portería y recibir cortésmente a quien se presente”. En una forma de entender la educación donde “es el ambiente el que educa”, todos los que puedan aportar algo a ese ambiente son de vital importancia. Así es que también puede leerse en las Memorias esta frase de Don Bosco: Un buen portero es un tesoro para una casa de educación”.

Como el padre que recibe al hijo pródigo con los brazos abiertos. Como el buen pastor, que es la puerta por donde pasan las ovejas, a las que conoce por su nombre. No somos ni ladrones ni empleados: en la casa de Don Bosco somos pastores. Y no hay peajes. El oratorio es un “recibir” gratuito, sin pedir nada a cambio, por eso fuertemente evangélico, y se pone en juego desde esa atención inicial que nos hace sentir tan en casa que no nos queremos ir. Es que en la casa de Don Bosco se rompe la indiferencia cotidiana; es hablar de una manera concreta, es hacer sentir cariño a aquellos chicos o chicas que no lo suelen sentir en su vida diaria. Esperarlos es expresarles, con un pequeño gesto, que ellos son importantes, que alguien los aguarda, los recibe con un mate, un beso, un saludo, que hace distinto su día.

La puerta abierta, estar, dar la bienvenida. Es un primer paso. Indispensable pero un primer paso. El segundo es ir al encuentro de los jóvenes, es salir, como bien nos invita el papa Francisco. Porque no podemos callar lo que vivimos, debemos conocerlos y que ellos nos conozcan, que sepan que estamos, que ellos son importantes. Como Jesús Buen Pastor, que conoce a cada una de sus ovejas; que es la puerta, que está para dar la vida, y que va en busca de aquella que está perdida.

 

Por Roberto Monarca