18 de enero, 2016
Poner el cuerpo
La importancia que le damos a la imagen y su repercusión en la vida de los adolescentes.
Hace varios años una publicidad ofrecía un desodorante indicando que “la primera impresión es la que cuenta” y una bebida decía que “la imagen no es nada, la sed es todo”. Singulares figuras televisivas, formatos y campañas interpelan a toda la sociedad aludiendo a la idea de juventud eterna y configurando una matriz de lo joven a través de la imagen. ¿Cómo influye esto en la vida de los chicos y de las chicas que están en edad de formar su personalidad? ¿Qué impacto tiene en los adolescentes que, por estar atravesando esa etapa de la vida, prestan especial atención al cuidado de la imagen?
Imagen para ser nosotros
¿Qué vemos cuando nos miramos al espejo, lo que está frente a nosotros o lo que queremos ver? En todo ser humano
“hay un primer momento importante cuando el chico se reconoce en el espejo, un poco antes del primer año de vida”, apunta el licenciado Adrián Grassi, titular de cátedra de Adolescencia en la carrera de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Desde la perspectiva del psicoanálisis, la imagen especular —la que otorga el espejo— cumple un rol fundamental para la constitución de la identidad, en los primeros años de vida y posteriormente en la adolescencia:
“El adolescente en su propio desarrollo se va desprendiendo de cosas. Por ejemplo, del lugar central de la familia, o de su imagen de niño. La adolescencia se presenta como un momento de cierto vacío, justamente por estas cosas que se van dejando”.
Según Grassi, este vacío es un momento de fuerte replanteo de la identidad, lo que genera a su vez una profunda angustia:
“En ese vacío cobra valor la imagen, porque viene a instalarse en un lugar donde el sujeto siente ‘no hay nada’, entonces puede ser ‘llenado’ con distintas cosas. Algunos, lamentablemente, lo hacen con drogas, con alcohol, o con conductas agresivas. Y encontramos también la imagen, necesaria sobre todo en los momentos que la identidad está cambiando, pero dejándole un rédito al sujeto para su desarrollo”.
Pedidos de autonomía
Mariana Chaves es licenciada en Antropología, doctora en Ciencias Naturales, e investigadora del Conicet. Su trabajo está centrado en el estudio de las condiciones de la vida de los jóvenes en contextos urbanos. Ella identifica la etapa de la adolescencia también como un momento de crecimiento en autonomía:
“Empiezan los conflictos con el espacio, los permisos para moverse y las negociaciones sobre ‘hasta dónde voy a ir’. Quieren tener mayor privacidad —relata Chaves—
Pensemos que los espacios en los que se mueven son conducidos por personas más grandes: en la escuela y la familia ocupan situaciones —
posiciones—
inferiores en términos de edad. La circulación en el espacio público, por ejemplo, les da la posibilidad de una experiencia distinta”. Una segunda cuestión es la autonomía en los horarios; en el fondo, quién decide cómo se usa el
tiempo.
“Y finalmente, quien va a decidir cómo se usa el cuerpo. Es el otro ‘territorio de disputa’”, dice Chaves, vinculando con la cuestión de la imagen.
La imagen que otorga el espejo cumple un rol fundamental para la constitución de la identidad, tanto en los primeros años de vida como en la adolescencia.
“Los otros me hacen falta”
En este proceso de cuestionamiento de la identidad y de pedidos de autonomía, la imagen cobra importancia en la adolescencia como parte de este proceso de desprendimiento, donde es fundamental el vínculo con los pares. “
Por eso son tan importantes los grupos en la adolescencia —retoma el licenciado Grassi—
. Estos grupos de amigos van marcando algo muy importante, que es el valor que tiene el ‘nosotros’, porque en ese ‘sentirse vacío’ del adolescente, tiene que tener lugares y personas de donde agarrarse”.
Dentro de este fenómeno de los grupos tan característico de la adolescencia, la imagen también conforma un ingrediente importante, incluso generando fuertes diferencias entre los chicos y chicas.
“La imagen se constituye a veces en un eje de presentación fuerte para no pasar desapercibidos —desarrolla Chaves—.
Es lo que se conocen como los ‘estilos espectaculares’: los ‘punks’, los ‘rastas’, los ‘mods’, los ‘flogers’; estéticas muy particulares, relacionadas con determinados usos del espacio y el tiempo, y con ciertos consumos de bienes culturales. Hay una fuerte apuesta por la identidad en la producción de la imagen”. Para Chaves, una forma de dar prueba de esa apuesta es atendiendo a las horas y el dinero que se dedican a eso, que se evidencia en esos estilos particulares, pero también en función de las seducciones y las prácticas de cortejo, y como las chicas y los chicos se visten y se preparan para salir.
“Imagen no disponible”
Empezando por el correo electrónico, para pasar luego al “chat”, posteriormente a Facebook y Twitter, y ahora a nuevas plataformas de comunicación virtual —como Instagram o el mismo WhatsApp— todas ellas han puesto en lo multimedia —texto más imagen y audio— la base de la comunicación. Pero la velocidad de difusión masiva, justamente,
plantea dificultades en controlar el alcance que pueda tener lo que se comparte por las redes. “Muchos saben que lo más doloroso para una persona puede ser que se suba una imagen donde se la expone de manera degradante —aclara Grassi—
Y esto a veces los chicos lo hacen, y los padres también, incluso como forma de ‘castigo’”.
En definitiva, las redes sociales terminan “amplificando” lo que sucede en torno a la imagen como parte del crecimiento, con desenlaces que no podemos preveer. Para el psicoanalista,
la idea de obscenidad es útil para pensar el efecto de las redes sociales: “Es lo ‘fuera de escena’, lo que no tiene que ser mostrado, lo que es parte de la intimidad, entendida como ese lugar donde el sujeto se siente seguro consigo mismo, no porque esté escondiendo algo”.
La difusión de la imagen por las redes promueve cierta cuestión de obscenidad, de aquello que está oculto y que es excesivamente exhibido,
“generando actitudes ‘enfermantes’, con toda la violencia que esto genera. Se hacen chistes con un perjuicio importante porque no se dimensiona el valor que puede tener para el otro...”.
En la adolescencia comienzan los conflictos con el uso del espacio, el tiempo, y el cuerpo. Son “territorios de disputa”.
A imagen y semejanza (del mercado)
Dentro de la construcción de la imagen por parte del sujeto, y que es beneficiosa para la construcción de su identidad, la doctora Chaves enfatiza que existen presiones desde el mercado para generar una exacerbación y un culto por la apariencia:
“Hay una estimulación permanente al consumo en torno a la producción estética y a buscar determinados modelos hegemónicos de cuerpos. Uno puede intentar no darle importancia a esa presión, pero está. Algunos se verán más atrapados, y entonces podemos tener casos extremos, donde hay tergiversaciones de la propia imagen, como en el caso de la bulimia, de la anorexia, o de la hipermusculación en algunos varones... pibes que tienen doce años y que quieren ir al gimnasio a levantar fierros”.
El cuidado y cierta obsesión, finalmente, termina estando al servicio del mercado.
“Esta oferta no es de los medios de comunicación en sí mismos, es sobre todo de las industrias —agrega Chaves—.
Los medios publicitan una oferta de consumo en función de que hay una ganancia atrás de eso, que es la venta de todos esos productos diversificados”.
El que sufre es el cuerpo
Estas exigencias del mercado a través de los medios de comunicación masivos confluyen en la adolescencia con la búsqueda de la identidad, en una etapa caracterizada por sentimientos de
angustia. Y aunque para muchos chicos el paso del tiempo alcance para la superación de ese sufrimiento, para otros ese mismo dolor puede empujar a conductas poco saludables. Ciertos jóvenes no logran canalizar su angustia a través de la palabra,
“entonces le hacen pasar a su cuerpo situaciones de peligro, a veces mediante la alteración de funciones vitales, como son la anorexia y la bulimia. Ahí aparecen también los consumos de sustancias tóxicas, cuando lo que entendemos que fracasó en realidad, es que el chico no tiene los recursos simbólicos para procesar esa angustia, ese dolor, y toma otras vías”, advierte el licenciado Grassi.
Dentro de las actitudes riesgosas hacia el cuerpo, los trastornos de la alimentación ocupan un lugar importante, y preocupan y ocupan a familias y educadores. Aunque son más comunes en las mujeres, también se registran casos en varones.
“Trastornos alimentarios puede haber muchos, pero anorexia hay una sola, y cuando aparece como tal, no le importan las clases sociales, no le importa nada: vas a tener que estar al lado de tu hija, porque se puede morir, y va a haber que internarla —sentencia el licenciado Grassi—.
La anorexia es no tener deseos de comer. En cambio, en los problemas alimentarios que no son anorexia, más vinculados sí con las exigencias sociales, se lucha con el deseo de comer. Muchas veces cae todo en la misma bolsa por la difusión que ha tenido el tema”.
Adrián Grassi también aclara que
no hay aún estudios que indiquen un aumento significativo de estos casos patológicos en torno a la imagen corporal:
“Sí hay mayor registro de los problemas y tiene su ventaja, porque genera mayor capacidad para pensar en cómo se ayuda”.
Pero en cuanto a la relación con el propio cuerpo, también otras dificultades aparecen en chicos y chicas más allá de los trastornos alimenticios. El profesor de Educación Física Gabriel Rebagliatti relata sobre varios muchachos y chicas que hacen actividad con el pulóver o el buzo puesto, incluso en verano,
“muchas veces hasta aguantando las cargadas de sus propios compañeros, que pueden llegar a ser muy pesadas”.
Ciertos jóvenes no logran canalizar la angustia a través de la palabra, entonces le hacen pasar a su cuerpo situaciones de peligro.
Confianza y presencia
Así como los medios masivos proponen modelos y parámetros de belleza que impactan en forma negativa en la sociedad, potenciando angustia y cuidado excesivo en adolescentes, también es importante reconocer que la escuela y las instituciones religiosas y de bien público fueron tomando un rol muy destacado en la formación de agentes y docentes respecto a las dificultades propias del desarrollo de la adolescencia.
“No se trata de que los chicos sean buenos o malos, más o menos estudiosos o más o menos revoltosos. Eso existe, es así. Pero debemos sensibilizarlos frente a ciertos hechos de que son la muestra de que hay algún problema detrás —concluye el licenciado Grassi—
Si uno es sensible a que la adolescencia es un momento muy delicado en el desarrollo del sujeto, ya tiene una mirada distinta. Es decir, las cosas que hacen los chicos, lo que les pasa, requiere de la mirada atenta del adulto, sensible a los fenómenos, y criteriosa de no alarmarse o hacer un escándalo por cualquier cosa”.
En particular, la escuela debe seguir profundizando ese lugar, porque es el ámbito donde los chicos transcurren gran parte de su vida. Pero también es lugar de referencia para los padres, para contar con ayuda para comprender, ver y prestar atención a ciertas cosas y poder encontrarse otros en su misma situación. Porque es desde esa presencia adulta y educativa, comprensiva y atenta, que podremos colaborar en que la imagen esté al servicio del adolescente y no el adolescente al servicio de la imagen, de manera que le sirva en su desarrollo y su crecimiento como persona.
Por
Ezequiel Herrero y
Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano de Argentina, julio de 2015