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31 de octubre, 2017

Palabras mayores

Tiempo, atención y cuidado para los más grandes de la sociedad.


Vivimos de prisa. Caminamos con apuro. Más de una vez al día nos sorprendemos haciendo dos cosas al mismo tiempo. Nuestro andar es el de personas productivas. Las veinticuatro horas del día parecen insuficientes. Y hasta las horas de descanso o el fin de semana terminan plagados de ocupaciones y responsabilidades.

Este ritmo de vida tiene sus consecuencias: una es la poca o mala atención que nos prestamos unos a otros. Una vieja canción de los años setenta nos enseñó que “las cosas son importantes, pero la gente lo es más”. En teoría, decimos que es así. En la práctica, pasamos ante los otros a alta velocidad, ponemos mucha atención en lo que nosotros “queremos-necesitamos-buscamos”.

Y entre esas personas a las que prestamos poca, mala o nula atención están nuestros mayores. ¿Por qué será? ¿Será porque hemos trasladado al mundo de los vínculos esto de hacer que cada minuto cuente o resulte provechoso? ¿Será que al tener ellos menos fuerza u otra velocidad sentimos que nos hacen perder el tiempo? ¿Estaremos tan devorados por este mundo “adolescente” que todo lo que proviene de ellos nos suena a fuera de época o innecesario?

Se impone la necesidad de barajar y dar de nuevo. Revisar las prioridades. Poner primero lo primero. Como creyente sé que toda persona, o es Dios, o es su imagen. Hay una fibra sagrada en el bebé recién nacido que es inevitable que despierte ternura, como la hay en el pibe o la piba que se destaca haciendo deporte, como la hay en la abuelita que avanza aunque sea tan evidente que se le cayeron un par de dientes o que necesariamente va escalón por escalón por la misma escalera que yo aún subo a los saltos.

Poner de nuevo primero a las personas es mirar la vida en toda su amplitud.



Poner de nuevo primero a las personas es mirar la vida en toda su amplitud. Es hacerles lugar en mi corazón, en mi agenda y en mi casa también a los mayores. Es quitar el pie del acelerador porque su ritmo tal vez sea otro, porque su hablar quizá sea más pausado, porque él no estuvo como yo veinte minutos ante la computadora y se enteró de ocho noticias distintas a la vez.

Ninguno de nosotros está en contra de valores como el respeto, la integración, o la inclusión. Menos aún de caridad, cuidado y ternura. Pero de lo que se trata es de poner en juego esos valores. Hacerlo con nuestros mayores nos hará vivir una vida más plena y hará sentir mucho mejor a los demás.


De la cultura del descarte a la cultura del encuentro *


“Los ancianos son abandonados, y no sólo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar, ni ser referentes según el modelo consumista de ‘sólo la juventud es aprovechable y puede gozar’”. Este duro pero realista análisis de la realidad corresponde al papa Francisco, quien desde el comienzo de su pontificado ha sido muy claro en denunciar “la cultura del descarte” que sufren los adultos mayores: “Una cierta cultura del provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, una ‘lastre’. No sólo no producen sino que son una carga. En fin, ¿cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte”.

Más allá de la descripción y denuncia de esta problemática, Francisco también se ha encargado de brindar algunas pistas sencillas pero contundentes para superarla: “La Iglesia no puede y no quiere adecuarse a una mentalidad de intolerancia, y menos aún de indiferencia y desprecio a los mayores. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de acogida, que haga sentir al anciano parte viva de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que nos han precedido en nuestras mismas calles, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de quienes hemos recibido mucho. El anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo pensemos”.

“El anciano inevitablemente somos nosotros: dentro de poco o dentro de mucho”



La receta para superar la cultura del descarte vuelve a ser fomentar la cultura del encuentro, especialmente entre jóvenes y ancianos: “Cuán hermoso es el aliento que el anciano logra transmitir al joven que busca el sentido de la fe y de la vida. Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. ¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!”. Nos corresponde a todos nosotros hacer realidad este sueño.

* Los extractos del papa Francisco corresponden a las catequesis de los días miércoles 4 y 11 de marzo de 2015.


Una deuda social, también con los mayores


La Universidad Católica Argentina (UCA), a través del Barómetro de la Deuda Social, ha presentado en los últimos años diferentes informes que dan cuenta de la situación de los adultos mayores en nuestro país.

El último de estos informes se conoció en el mes de mayo. Entre las conclusiones a las que arribaron los investigadores, es de destacar que, si bien el sistema previsional brinda una importante cobertura, no llega a ser universal. Según distintas fuentes, incluidas la propia universidad, alrededor de un 10% de los mayores de 65 años no reciben el beneficio jubilatorio o de pensión. Las condiciones de jubilación, asimismo, difieren en ingresos entre quienes han accedido por sus aportes durante la vida laboral y quienes han sido beneficiarios de moratorias.

Las desigualdades sociales presentes durante la “vida activa” de las personas se profundizan al momento de jubilarse. Personas que han podido acceder a un aumento de sus haberes producto de la “ley de reparación histórica” conviven con una mitad del padrón de jubilados que cobran el monto mínimo, fijado en agosto de este año en $7.246.-.

De todas maneras, según se desprende del informe de la UCA, es significativo remarcar que, independientemente de sus condiciones de jubilación, una parte importante de los adultos mayores tiene insatisfechas sus necesidades sociales: un 20% se siente solo, un 36% dice no salir de su casa frecuentemente y un 43% no se reúne con amigos o familiares. Los números confirman en este caso lo que muchas veces pensamos: tenemos una deuda con nuestros mayores, que no puede esperar a ser saldada.

Por Ángel Amaya, sdb • aamaya@donbosco.org.ar
Boletín Salesiano, noviembre 2017