05 de mayo, 2017
Muertes impunes
“La voz de la sangre de tu hermano grita desde la tierra hasta mí” (Génesis 4,10): en diversos lugares y al mismo tiempo se van sucediendo muertes que, más allá del impacto mediático del momento, se pierden en la burocracia del sistema.
Se presenta en las pantallas como un producto más que vende la primicia, para luego dar paso al olvido y al silencio.
Atahualpa en Viedma, Rodrigo Colihuinca en Trelew, Daniel Solano en Choele Choel, Sergio y Claudia en Río Colorado; Lucas Muñoz en Bariloche; en la meseta del Chubut, Reimundo Pino: por un tiempo sus muertes son noticia y a las semanas han desparecido. Sólo algunos familiares y amigos siguen diciendo presente.
¿Por qué se presenta como algo normal lo que es un total atropello a la vida y la justicia? ¿Será posible que nos acostumbremos a que sigan desapareciendo hermanos de nuestros pueblos?
¿Qué hay más valioso que la vida de cada persona?¿Cuántos más tendrán que sufrir por esa terrible indiferencia? La sangre de cada hermano grita al cielo: ¿qué nos impide escucharla?
La Escritura es contundente. Dios, después que Caín mata a su hermano Abel, lo maldice y lo arroja de la tierra fértil. A pesar de todo, como Caín somos marcados para que nuestra vida no corra peligro.
Celebramos y valoramos que en muchos lugares haya personas y comunidades que escuchan la voz de la sangre que grita al cielo y suman su voz, clamando a Dios por justicia.
Que la sangre derramada de Jesús por cada uno nos libere de la indiferencia y nos ponga de pie, para ser en cada lugar y tiempo custodios de la vida.
Pedro Narambuena, sdb