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27 de noviembre, 2014

Mirada joven

La imagen del almanaque en agosto nos trae el espejo de dos rostros.

Elegimos esta imagen entre muchas otras, admirando como siempre la maestría con que el padre Alberto captó ese resplandor único, sagrado e inefable que hay en cada rostro joven en un instante fugaz. Personalmente, reverencio esta capacidad de plasmar así, icónicamente, lo inasible de la belleza del alma. Fui uno de quienes más insistió en que optáramos por esa foto. ¿Por qué?

Se buscaba una foto que aludiera a la juventud en el mes de Don Bosco, temática a la que los que tenemos “ADN salesiano” somos genéticamente sensibles. A mí, como a muchos, me parece que como Familia Salesiana argentina necesitamos acercarnos más a los jóvenes mayores. Tenemos el riesgo de una sobredosis de edades mínimas y una anemia de jóvenes mayores; y nuestra estadística engordar en inicios y ser anoréxica en pastoral universitaria, y de novios y parejas jóvenes, y de jóvenes obreros, y de orientación vocacional… Don Bosco ponía el acento de su obra en acompañar la edad en que se decide la vida. Por eso la foto habla por sí sola.

Otra cosa de la foto que me gusta es que son jóvenes sin uniforme, ni remeras con inscripciones que indiquen pertenencias a grupos ni movimientos… Es una cordial invitación a ser menos auto referenciales, menos auto celebratorios. Y más capaces de descentrarnos, más visitadores de mundos ajenos: los de la foto son “jóvenes comunes”, de la calle, de la vida. De los miles, y millones que están afuera de nuestros ámbitos, de “nuestros corrales”, que como pastores tenemos que dejar atrás para ir en busca de los lejanos.

Dos jóvenes desconocidos, dos otros. Ya no niños.

Dos miradas, serenamente provocativas, sanamente autónomas —como deben serlo—, de jóvenes mayores que están ahí, afuera de los espacios donde ejercemos nuestro rol…  esperándonos como interlocutores, co-buscadores de Dios... y amigos.

Al modo de los iconos: dejate mirar por el misterio de Dios que hacia vos, y para darte vida a vos, emana de esos ojos y esos rostros.

 

Por Eduardo Meana, sdb