05 de junio, 2017
La familia grande
El matrimonio Barolo y su compromiso con las mujeres desamparadas de Turín.
Extensión del compromiso familiar
En la exhortación apostólica
Amoris Laetitia,
La alegría del amor, el papa Francisco afirma:
“Además del círculo pequeño que conforman los cónyuges y sus hijos, está la ‘familia grande’ que no puede ser ignorada. Esta familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los solteros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos; y en su seno tienen cabida incluso los más desastrosos en las conductas de su vida” (196 y 197).
Estas palabras hacen referencia a una
visión cristiana de la vida que propone un enfoque, que a menudo se tiene poco en cuenta: el amor entre los cónyuges y con los hijos alcanza su plenitud, sólo cuando la aspiración de todos ellos a la felicidad se sitúa en la perspectiva que reconoce a
todos los seres humanos —y no sólo a los más cercanos— como destinados a
formar parte de una “gran familia” en la cual, como enseñó Jesús, pueden invocar sin excepción al mismo Dios llamándolo “Padre nuestro”.
Aspiraciones e inquietudes de una familia acomodada
Dado que pertenecía a la nobleza, Juliette Colbert de Maulévier podía aspirar a una infancia afortunada. Su abuelo había vivido en la corte de Luis XIV, pero todo había cambiado con la Revolución Francesa: la abuela paterna fue guillotinada y todos debieron huir a Holanda. Allí la niña quedó huérfana de madre a temprana edad, y sólo con el amparo de Napoleón pudo regresar a Paris. Juliette se casó con el piamontés Carlos Tancredi Falletti de
Barolo y, en 1814, ambos se trasladaron a Turín. Parte de sus aspiraciones matrimoniales quedaron frustradas por la imposibilidad de tener hijos. Pero ella y su marido colmaron este vacío preocupándose por las personas marginadas. Y lo hicieron con gran generosidad, aún en servicios humildes, además de instituir siete obras de beneficencia en favor de las mujeres abandonadas, maltratadas o presas. ¡En pleno siglo XIX se preocuparon por la situación de las mujeres!
En una de esas obras se desempeñó como director Don Bosco durante los primeros años de su apostolado sacerdotal. En las
Memorias del Oratorio se lee:
“Las muchas cosas que se decían sobre Don Bosco empezaron a inquietar a la marquesa Barolo. Un día ella vino a mi despacho y empezó a hablarme de esta manera: ‘Estoy muy contenta por el interés que usted se toma por mis instituciones. Pero siento mucho que todas esas preocupaciones hayan quebrantado su salud. No es posible que siga llevando al mismo tiempo la dirección de mis obras y el trabajo con esos pobres muchachos, cuyo número sigue aumentando desproporcionadamente. Yo le propongo que se limite a atender estrictamente las obligaciones que tiene, en concreto, con el Hospitalito. Deje las cárceles y el Cottolengo y quítese de encima tanta preocupación que le dan esos otros muchachos’”. (MO 50).
Es sabido que Don Bosco optó finalmente por los muchachos, aunque tanto él como la marquesa, siguiendo sus propios caminos, conservaron gran estima por lo que cada cual se sentía llamado a realizar.
No se educa sin justicia ni solidaridad
Una familia tradicional como fue la de los marqueses de Barolo, aun estando en una posición acomodada, se mostró sensible y predispuesta para ayudar a los desamparados de su época. Las familias actuales tienen ahora que medirse con tendencias culturales que muchas veces van en sentido opuesto: el individualismo, la libertad personal como valor supremo o la satisfacción inmediata de los deseos, por poner algunos ejemplos.
Educar a la justicia y a la solidaridad no es sólo saber reaccionar en situaciones coyunturales urgentes, como los casos de calamidades o de violencia extrema, en los que sin duda hay que intervenir. La familia educa sobre todo cuando, en cualquiera de las ocasiones que se den en el día a día, se esfuerza por
construir una profunda conciencia de equidad y de atención a los demás. Semejante actitud es tan estimable en nuestro tiempo como podía serlo en el pasado. Es por eso que, celebrando los 150 años de la muerte de la marquesa Barolo en 2015, el papa Francisco propició el inicio de la causa de beatificación y canonización de la misma. (punto final)
Para ampliar la información y continuar la reflexión
- Lectura de las Memorias del Oratorio, en especial el punto 50, integrándola con las notas del padre Fernando Peraza Leal en su tercera edición, páginas 192-194.
- Amoris Laetitia, Exhortación apostólica postsinodal del Santo Padre Francisco sobre el amor en la familia, puntos 196-197 y los precedentes 178-184, titulados Fecundidad ampliada.
Preguntas para profundizar la lectura
- ¿Por qué en la exhortación La alegría del amor el papa Francisco habla de la “familia grande”?
- Algunos han entendido como una actitud mezquina la posición de la marquesa Barolo: ¿Creés que esa convicción corresponde a la realidad?
Por
Juan Picca, sdb • jpicca@donbosco.org.ar
Boletín Salesiano, junio 2017