30 de mayo, 2018
La esperanza del reencuentro
La película animada
Coco de los estudios Disney tiene una potencia argumentativa y estética que invitan a verla. Muchas líneas serían interesantes de trabajar: la fuerza de la vocación, la importancia vital de la familia, el respeto a la tradición, la cultura como el ADN desde el cual se desprende la identidad y la muerte como segunda vida son algunas de las posibles aristas.
Miguel es un niño de doce años que tiene el sueño de convertirse en un cantante popular. Posee talento, ganas y pertenece a un pueblo, el mexicano, en donde la música no es un accesorio, por el contrario allí se la respira. Sin embargo, en la familia de Miguel la música está prohibida, resultado de una profunda herida que nunca fue sanada.
Coco, su abuela es la única persona con la que Miguel puede compartir el amor por el canto. Y es justamente en ese vínculo generacional donde Coco revive a cada instante. La música que escuchan le hace recordar algo que ella nunca quiso olvidar, pero que siempre trataron de ocultarle.
En el día de la tradicional celebración de los Muertos, Miguel realizará un viaje heroico. Allí, al intentar cumplir el deseo profundo que habita en su corazón se convertirá en un puente entre el presente y el pasado. El camino que realiza al “más allá” le permite descubrir que no hay nada que no tenga relación con el “más acá”, con la tierra de los vivos.
En ese recorrido, Miguel encuentra calaveras, pero también una fiesta de colores y música: descubre que esos muertos, en definitiva, están vivos.
En Coco, la muerte no tiene la última palabra. Las personas siguen vivas en nuestro recuerdo y es el amor el que las hace estar presentes: si no hay Amor, no hay recuerdo; si no hay recuerdo, no hay vida.
En definitiva,
Coco nos muestra esa forma de seguir junto a aquellos que ya no están.
Por
Federico Alustiza y Zamira Montaldi • zmontaldi@yahoo.com.ar
Boletín Salesiano, mayo 2018