26 de noviembre, 2018
La Auxiliadora llegó más tarde
Como suele acontecer con los santos, Don Bosco consideraba la historia de cada uno desde la perspectiva de Dios. Con los ojos puestos en el cielo, no separaba sus pies de la tierra.
En la tradición salesiana el mes de mayo tuvo siempre una connotación mariana. Don Bosco fue un hombre práctico que supo adaptarse a las exigencias que se le presentaban. Convencido de que su existencia era guiada por Dios, él estaba dispuesto a introducir los cambios que las circunstancias requerían, sin retroceder frente a las dificultades ni renunciando a sus convicciones más profundas en la acción pastoral y educativa.
María Santísima, Madre de Dios y nuestra
Juanito Bosco aprendió la devoción a María de la gente humilde de Morialdo y de Capriglio, el pueblo natal de mamá Margarita. Allí
se veneraba a la Virgen del Rosario y a nuestra Señora de los Dolores. En Castelnuovo de Asti, la parroquia donde fue bautizado y recibió la primera comunión, era más conocida
la Virgen del Castillo, mientras que en la catedral de Chieri el altar más visitado era el de
nuestra Señora de las Gracias, ante el cual Don Bosco hizo la novena que concluyó con la decisión de hacerse sacerdote.
Él mismo narra en las
Memorias del Oratorio que en esa circunstancia su madre le dirigió estas palabras memorables:
“Te consagré a la Virgen Santísima, cuando viniste al mundo; y te recomendé la devoción a nuestra Madre cuando comenzaste los estudios; ahora te digo que seas todo suyo: ama a los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre su devoción”.
Instrumento de la asistencia divina a Don Bosco fue la Madre del Personaje misterioso: “la Maestra que te enseñará a ser sabio”.
María estuvo siempre presente en la vida de Don Bosco. Desde los comienzos, al redactar en 1844 la vida de Luis Comollo y en
El joven instruido, escrito en 1847, recomendó la devoción a la
Madre de Dios mediante el rezo del santo rosario, las tres avemarías y otras prácticas entre las más propagadas en su tiempo.
“Te voy a dar la Maestra...”
Cuando Don Bosco, siguiendo el consejo del papa Pío IX, entre 1873 y 1876 empezó a poner por escrito las
Memorias del Oratorio de san Francisco de Sales, percibía claramente que
en toda su vida era Dios quien lo había guiado. Así lo declaraba sin titubeos al comienzo de la narración, afirmando:
“¿Para qué servirá, pues, este trabajo? Sin duda para que, aprendiendo las lecciones del pasado, se superen las dificultades futuras; para dar a conocer cómo Dios condujo todas las cosas en cada momento...”.
Don Bosco reconocía también que el instrumento privilegiado de la asistencia divina había sido María, la Madre del Personaje misterioso que en el sueño de los nueve años le había prometido:
“Te voy a dar la Maestra que te enseñará a ser sabio con esa sabiduría sin la cual todo otro estudio se vuelve necedad. [...]
Entonces Ella, poniéndome la mano sobre la cabeza, me dijo: A su tiempo todo lo comprenderás”.
Probablemente no es por descuido que, en las
Memorias, Don Bosco indicó como fecha de su nacimiento el
“día consagrado a la Asunción de María”, el
15 de agosto de 1815 y no el día 16, como está anotado en el registro de Bautismos. En las mismas
Memorias él recuerda otras
fechas que jalonan la narración evocando eventos marianos: el encuentro con don Calosso
“el segundo domingo de octubre en que los habitantes de Morialdo festejaban la Maternidad de María Santísima” (1827); el diálogo con Bartolomé Garelli
“en el día solemne de la Inmaculada Concepción” (1841); los comienzos del Oratorio
“en la fiesta de la Purificación de María” y
“en la fiesta de la Anunciación” (1842); el traslado al nuevo Oratorio
“el tercer domingo de octubre, dedicado a la Maternidad de María” (1844) y finalmente el alborozado
“ingreso en la Casa Pinardi el domingo de Pascua” (1846).
Casi al final de su vida, en mayo de 1887, coronando la extenuante fatiga de la construcción de la iglesia del Sagrado Corazón, que le había encomendado el papa León XIII en Roma, al día siguiente de la consagración Don Bosco celebró misa en el altar dedicado a María Auxiliadora. Para explicar la conmoción que le había hecho interrumpir repetidas veces la celebración, resumía la experiencia vocacional de toda su vida con esta sencilla frase:
“Todo lo ha realizado María”.
Inmaculada y Auxiliadora
La presencia de María Inmaculada acompañó a Don Bosco durante los comienzos en el seminario de Chieri (1835) y en su ordenación sacerdotal (1841); desde la dedicación de un altar en la pequeña iglesia de san Francisco de Sales (1852) hasta la colocación de la gigantesca estatua de la Inmaculada sobre la cúpula de la grande iglesia dedicada a María Auxiliadora (1867).
En la actuación de Don Bosco,
María Auxiliadora llegó más tarde, en 1862, cuando se difundió en Italia la noticia de las apariciones de la Virgen en Spoleto, ciudad que entonces formaba parte de los Estados Pontificios gobernados por Pío IX.
En las Memorias del Oratorio Don Bosco no mencionó a María Auxiliadora, porque lo narrado en ellas no iba más allá del año 1854. Cuando veinte años después las puso por escrito, había ya terminado de construir el
santuario de María Auxiliadora en Turín (1868), creado la
Asociación de los Devotos de María Auxiliadora (1869), fundado el
Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (1872) y editado diversas publicaciones sobre prodigios atribuidos a la advocación de la misma.
Para Don Bosco la devoción a María se fundamentaba en la Maternidad divina, conducía a una vida ejemplar y aseguraba protección continua a la Iglesia.
No cabe duda que entre las convicciones irrenunciables de Don Bosco se debe enumerar la
insustituible presencia de María en su vida y en su misión educativa. Aunque algunas de sus vicisitudes estuvieron condicionadas a la cultura de su tiempo, queda claro que para él la devoción a María se fundamentaba en la Maternidad divina, conducía a una vida ejemplar y aseguraba protección continua a la Iglesia. Lo demostraban tanto la vivencia de Don Bosco como la práctica de la Bendición de María Auxiliadora que él practicó hasta el final de sus días.
La fidelidad a Don Bosco exige que la devoción mariana no se reduzca a un mero recurso de folklore. Era la persuasión de los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora enviados a estas tierras, como prueban hoy setenta y tres iglesias dedicadas a María Auxiliadora —cuarenta parroquias y treinta y tres iglesias públicas, sin contar las numerosas capillas internas de los colegios— existentes en Argentina.
Por
Juan Picca, sdb
BOLETIN SALESIANO - MAYO 2014