19 de octubre, 2017
“Fue algo de Dios”
Dos jóvenes médicas argentinas voluntarias en Guatemala
Maite Álvarez y
Florencia Afflitto se conocieron cuando todavía estaban en la escuela primaria. Una vivía en el barrio porteño de Palermo, la otra en la localidad bonaerense de Ramos Mejía. La primera se reconoce exploradora, la segunda oratoriana: ambas crecieron en un patio de Don Bosco e hicieron propio su carisma. Reuniones, encuentros, celebraciones, proyectos y el paso del tiempo fueron afianzando su vínculo. Después de mucho esfuerzo, terminaron la carrera de Medicina. Fue en el regreso de uno de tantos viajes compartidos cuando comenzaron a soñar con hacer una experiencia de voluntariado. El tiempo y el empeño dedicado lo hicieron finalmente posible
en el pequeño pueblo de San Benito, donde comienza la selva de Guatemala.
¿Cuándo surgió la idea de hacer un voluntariado?
Florencia: Cada una desde su lado siempre fue teniendo la ilusión de hacer una experiencia de servicio en otro lugar. En los ambientes salesianos por los que pasamos,
cada vez que nos animaban a soñar nuestro proyecto de vida surgía la idea de hacer algo por los demás. Y leer algunas experiencias que salieron en el
Boletín también te moviliza, porque decís:
“Si este chico o esta chica pudo hacerlo, yo también puedo”.
¿Cómo fue el proceso previo a realizar la experiencia?
Florencia: Fue muy difícil y atravesamos momentos bastante frustrantes,
porque nos costó mucho encontrar una propuesta concreta. Desde septiembre de2015 a septiembre de 2016 estuvimos buscando un lugar a dónde ir.Mandamos muchísimos mails, y uno de esostantos se lo enviamos al
Boletín Salesiano de Centroamérica. Desde allí nos hicieron el contacto con el párroco de San Benito, donde finalmente terminamos yendo. En el transcurso hubo momentos de desánimo, donde nos mandábamos una lectura o un mensaje para alentarnos.
Maite: Yo creo que
si vos realmente querés algo, y es verdadero y lo sentís desde lo más profundo tuyo,
tenés que luchar por eso. Finalmente terminamos comprobando que la propuesta de San Benito
fue algo de Dios. Se dio cuando se tenía que dar, no era antes ni era después.
“Dios nos quiso en Guatemala por todo lo que pasó y por cómo llegamos”.
¿En qué consistió su trabajo en Guatemala?
Maite:Atendíamos el dispensario médico que los salesianos tienen en la parroquia y que está ubicado en un barrio de la periferia.
Era principalmente atención primaria de la salud. Por la tarde nos ibámos al hospital para ver a algunos pacientes nuestros que estaban internados y que nadie visitaba. Y después recorríamos casas de enfermos que no podían acercarse al dispensario.
Florencia: Con el paso del tiempo sumamos algunas
visitas semanales a diferentes aldeas y a un basurero, tratando de acercar la salud a quienes más lo necesitan. Y después, de acuerdo a los días, íbamos a repartir comida a personas en situación de calle, dábamos charlas de primeros auxilios para animadores de los grupos juveniles o colaborábamos con algunos oratorios. Otra cosa que hicimos fue
ir a visitar una casa de migrantes: ese fue un cachetazo para nosotras, darnos cuenta de esa realidad de la que no se sabe absolutamente nada y que es muy cruda.
¿Cuáles fueron las dificultades con las que se encontraron?
Florencia:La principal dificultad fue el hecho de extrañar,
desprenderse de la familia, de los amigos, la pareja.Otro obstáculo fue
no tener muchos recursos: muchas veces no teníamos forma de confirmar nuestros diagnósticos, era el “ojo clínico” y nada más. Todo eso fue un crecimiento profesional terrible para ambas, porque las cosas que no sabíamos las buscábamos y lo que no sabía una lo sabía la otra. Y así entre las dos, junto a las enfermeras, logramos armar una comunidad de trabajo.
Maite:Y uno de los aprendizajes más grandes no tuvo que ver con la medicina y te puede pasar en Guatemala o te puede pasar acá en Argentina: cuando estás en contacto con las necesidades del otro,
te das cuenta de lo afortunado que sos. No me puedo quejar de absolutamente nada, porque tengo todo…tengo el mundo por delante. Eso te hace valorar y disfrutar mucho cada cosa que te sucede. Y al mismo tiempo,
aprendés de la resiliencia del otro, de verlo de pie luchando.
Desde el punto de vista profesional también aprendés, sobre todo a ver y ser consciente de las limitaciones propias.Y a
guardarte el orgullo en el bolsillo cuando le tenés que decir a alguien:
“Mire, no sé lo que tiene.Discúlpeme, pero le prometo que lo voy a investigar.Vuelva mañana o si vive muy lejos yo lo llamo”.La teoría, en la práctica, se da vuelta como una media.
“Cuando estás en contacto con las necesidades del otro, te das cuenta de lo afortunado que sos”.
¿Cuál es la riqueza de hacer una experiencia de voluntariado en el exterior?
Maite: Hacerlo lejos te da la posibilidad de desligarte completamente de tu tierra. Cuando estás en otro país, con una cultura tan diferente,
estás como “a la deriva”y esa apertura te enriquece. Es romper una estructura que te tiene cómodo y contenido.
Florencia: Y hacerlo juntas fue una bendición, porque en los momentos de extrañar o cuando nos pasaban cosas muy fuertes volvíamos, preparábamos unos mates y quizás terminábamos llorando o compartiendo lo que nos contó una mujer o simplemente lo que nos pasó en el día. O incluso cosas de nuestra familia que pasaban acá y nosotros las vivíamos desde allá. Yo creo que
nos fuimos siendo amigas y nos volvimos siendo hermanas.
Por
Ezequiel Herrero y
Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano, octubre 2017