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12 de enero, 2015

"En la escuela salesiana empecé a escribir historias y a dirigir"

Figura conocida por muchos argentinos, Pablo Trapero es hoy uno de los más importantes directores de cine del país. Sus películas, como Leonera (2008) y Carancho (2010), se caracterizan por un fuerte contenido social y de denuncia de las injusticias que sufren sus personajes, reflejos de la realidad contemporánea argentina.

Su más reciente producción, Elefante blanco (2012), es un crudo retrato de la situación de los asentamientos de Buenos Aires, desde la perspectiva del trabajo de los curas villeros. Cuenta Trapero: “Después del estreno me llamó Pedro para decirme que había visto la película”. Pedro es Pedro Estupiñán, salesiano que conoció a Trapero en su paso por la obra de Don Bosco en Ramos Mejía. El cineasta es exalumno de esta casa del oeste del Gran Buenos Aires, donde realizó su formación desde el nivel inicial hasta el secundario.

¿Qué recordás de esos años en Ramos Mejía?
Cuando yo empecé, en el año setenta y pico, estábamos en la dictadura. Eran años bravos. Yo recuerdo que decían que había curas refugiados en la escuela. Era muy chico. Y después lo opuesto, porque yo hice también la secundaria allá. Nosotros armamos el centro de estudiantes. Viví mucho el cambio que vivió el país, pero al ser en la misma escuela, donde los mismos curas que estaban guardados después, en la secundaria, eran los que venían a darnos clase, fue muy fuerte. Tengo recuerdos muy nítidos en ese sentido, de los trabajos que hacíamos en los barrios, en las capillas...

¿Qué influencia tuvo esa época en tu desarrollo artístico, en tu vocación?
Fue muy importante. Por ejemplo, yo en la escuela hacía teatro, después cuando terminé me propusieron dar clases. Pasé de estar actuando a coordinar el trabajo de los alumnos. Empecé a escribir esas pequeñas historias, a dirigir. Mi paso por el colegio fue muy importante por todas las actividades extracurriculares. Tuvo bastante que ver en mi elección de estas cosas, y el trabajo social que promovían también tuvo mucho que ver. Por supuesto que también se relaciona con muchas otras cosas, pero recuerdo muy nítidamente esas experiencias, sobre todo lo que tiene que ver con la actuación y con los talleres.

En una nota contabas que una mamá te agradecía porque el rodaje de tu película le cambió la vida a un montón de pibes ¿Qué sentiste con eso? ¿Tiene que ver con los trabajos que hacías con los salesianos en los barrios?
Tiene bastante que ver. De hecho, si yo hubiera continuado con mi vida más “religiosa”, quizás hubiera seguido con ese tipo de trabajos. Siempre sentí un deseo y un compromiso con un trabajo social. De hecho, el cine tiene esa fuerza, de meterse en la sociedad, de hablar con la gente, de debatir, proponer ideas. Y siento que es una manera de continuar eso que empecé a explorar en la escuela. Me interesa que el cine tenga un diálogo con la sociedad. Que sea la posibilidad de conocer mundos, descubrir cosas. Para mí el cine fue muy revelador en muchos sentidos. Me gusta, incluso en una comedia, emocionar de una forma que te deje algo para cuando salís de la sala. Y estas películas han tenido un impacto social que superó mis expectativas. Es lo opuesto a lo que te dice la gente de cine: “No, nadie quiere ver estas historias”. Las películas que hice fueron más lejos de lo que yo imaginaba. Y me gustaría seguir haciendo películas que provoquen cosas.

 

Por Nicolás Mirabet