Estoy seguro que sus habitantes buscarían estar siempre alegres.
Los jóvenes serían los protagonistas de la sociedad.
Los pibes podrían jugar, salir a correr, a tomar mates, a bailar, a hacer rap y se sentirían libres y seguros.
Nadie juzgaría a otro.
Se trabajaría incansablemente para que todos tengan hogar, alimento y trabajo.
El presidente sería el primero en poner en práctica el carisma salesiano.
Don Bosco sería un prócer.
No habría cargos electorales, sino puestos de animación y servicio.
La política sería la del Padre Nuestro.
Habría nuevos ministerios: de la Música, del Teatro, de Jóvenes, de Solidaridad…
El sistema preventivo sería la Constitución Nacional.
No habría tantas leyes. Serían sólo dos: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. ¡Las sanciones se aplicarían en base al mandamiento del Amor!
El ideal a alcanzar no sería el éxito, el dinero o el placer, sino la santidad.
No existirían tantas casas ni departamentos: todos vivirían en comunidades compartiendo lo que tienen.
Estaría prohibido no compartir el mate.
En todas las comidas se bendeciría los alimentos… ¡quizás con el “rap” de la bendición!
Habría oratorios, batallones, Mallín, infancia y adolescencia misionera, Chepalo, Camrevoc, catequesis, murgas, colonias, grupos juveniles, campamentos, coros y encuentros de jóvenes constantemente. Serían políticas públicas de las provincias.
En vez de cárceles habría escuelas, centros de día, clubes deportivos, espacios artísticos, programas y proyectos educativos, sociales y pastorales para los pibes.
Los chicos tendrían todos sus derechos garantizados.
Las chicas no tendrían miedo de andar por calle, ni faltaría ninguna. Habría igualdad.
El futbol no sería un negocio, sino otro espacio de inclusión.
En la noche, por cadena nacional, el presidente transmitiría un mensaje de buenas noches.
No existiría la violencia. Ni tampoco la discriminación.
Las calles se volverían patios.
Los fines de semana se organizarían juegos multitudinarios en las plazas.
La gente estudiaría y pondría su profesión al servicio de la sociedad.
Se podría compartir el corazón con mucha naturalidad en cualquier espacio.
Se fomentaría la vocación a ser feliz.
En las escuelas, en vez de preguntarte “qué querés estudiar”, te preguntarían: “¿qué soñás?”.
La Iglesia no sería un espacio físico, sino que se viviría en cualquier lugar.
Un país donde los pibes tienen educación de buena calidad.
Un país donde no se los mete presos y no se los mata, sino que se les da oportunidades.
Un país donde desde chicos se fomenta lo bueno.
Un país donde los pibes no sean víctimas de las drogas, de los abusos, de la explotación.
Un país donde los pibes son incluidos y salen adelante.
Un país donde los pibes son protagonistas, tienen dignidad y son felices.
Un país donde se enseña a ver a Dios en lo cotidiano, en lo sencillo, pero sobre todo en dar una mano al otro.
Un país donde los pibes son amados por ser pibes.
Un país donde los pibes se sienten amados profundamente por Dios.