16 de enero, 2015
“¡Ella es hija de Don Bosco!”
Cuando uno le pregunta de dónde conoce a Don Bosco, Emilce Gómez no tarda en enumerar: Formosa, el MJS de Funes, la RUS en Córdoba; numerosos salesianos y hermanas, los padres Ortuondo, Ferlini, Poós, Gil... En un encuentro de comunidades franciscanas, escuchó a alguien preguntar sobre quién era, y la respuesta fue: “¡Ella es hija de Don Bosco!”. Hoy desarrolla su vocación en Laishi, un pueblo a sesenta kilómetros de Formosa capital, como profesora en Ciencias de la Educación en la escuela agrotécnica y en el instituto de formación docente: “Hoy trabajando con los jóvenes puedo decir que soy más feliz que hace veinticinco años, cuando estaba en la RUS”.
¿Qué es la RUS? ¿Qué significó para vos?
Es la residencia universitaria salesiana. Recibe a jóvenes que comienzan sus estudios provenientes de todo el país, y que hacen también sus primeros pasos fuera de la casa familiar. Para mi significó un lugar común con lo que tenía en Formosa, en medio de tanto espacio extraño que representaba para mí la ciudad de Córdoba. Sintiéndome protegida, pude descubrir que el mundo era mucho más grande de lo que yo conocía, y encerraba muchas posibilidades y oportunidades para mi vida.
¿Qué recuerdos tenés de tus años en la RUS?
Éramos una gran familia, donde nos cuidábamos entre todos. Recuerdo mucho las misas de los domingos; mis primeras experiencias con el video-debate los sábados por la noche con el padre Cruz; las reuniones en la pieza después de volver de la cena, donde se compartía lo vivido en el día; la emoción compartida cuando alguien recibía una encomienda o una llamada telefónica desde la casa familiar —¡no eran tiempos de celulares!—; o los fines de semana cuando la nostalgia pintaba todo de gris, ¡y con la música a todo volumen nos poníamos a bailar!
¿Sentís que tu paso por la RUS te ayudó en tu desarrollo personal y profesional?
Muchísimo, porque me permitió encontrarme con mis sueños y mis proyectos. Recuerdo que con otros chicos nos juntábamos con el padre Cruz... allí descubrí que fuimos llamados a la vida para aportar algo, que nuestro trabajo es descubrir qué es lo propio de mi aporte, cuál es mi misión. Es realmente duro vivir ciertas situaciones sin comprender el para qué… son esos momentos en que la Vida nos toma examen. Y no es tanto lo que nos pasa lo que importa sino lo que hacemos con eso que nos pasa. El trabajo, la profesión, son la respuesta que damos cada uno a esta invitación de vivir. La actividad que elegí es una oportunidad para desplegar lo mejor de mí misma. Lo cotidiano se convierte en camino de santidad: cumplir el sueño de Dios que se identifica con mi propia felicidad.
¿Qué valorás de tu trabajo de todos los días?
San Francisco de Laishi fue fundada hace más de cien años por los aborígenes tobas, cuando la campaña al desierto los empujaba hacia el norte. Mi trabajo de docente me permite entrar en contacto con la realidad de pobreza que viven tanto niños, adolescentes y jóvenes: desocupación, inestabilidad laboral, falta de propuestas... sin sueños de futuro, sin esperanzas que alimenten el sentido de lo que van viviendo. Es un desafío que nos interpela y nos pide respuestas como “hijos de Don Bosco”: o nos derrumbamos y pasamos indiferentes, o asumimos la actitud de descubrir nuevos caminos, nuevas oportunidades. Es una invitación a dejar nuestras seguridades, a estar en camino, eligiendo y realizando lo que vale la pena… haciéndonos más humanos porque hacemos algo por aquellos que la vida hoy nos ha confiado en casa, en el trabajo. Vivir este tiempo con este sentido de “cuidar la vida”, me dice que mi historia no será en vano.
Por Santiago Valdemoros