15 de enero, 2015
El mejor partido
Si alguna vez te acercaste o formaste parte de una obra salesiana, fácilmente podrás hacer memoria y recordar la experiencia de verla llena de vida. Tratá de buscar entre tus recuerdos alguna imagen, una foto imaginaria...
Seguramente no fue una fotografía en blanco y negro. Al contrario: ojalá haya sido una de esas llenas de colores, alegría, rezos; de chicos y grandes jugando, corriendo, haciendo deporte y divirtiéndose.
Don Bosco supo descubrir el valor inmenso que escondían estas manifestaciones juveniles. Siendo niño disfrutaba y animaba a sus vecinos en el patio de I Becchi, y ya sacerdote gozaba de ver el patio de Valdocco poblado de alegría. Fue integrando el juego en su espiritualidad, con el sueño de ofrecer una formación que abarcara todos los aspectos de la vida de los jóvenes.
Para nuestro padre, el juego y el deporte eran educativos en sí mismos, y en este sentido, el tiempo dedicado a éstos eran tan valiosos para la formación del joven como lo era el estudio. El aula es tan valiosa como el patio. Los educadores comparten también este espacio desde el estar presentes, guiando y acompañando mientras juegan y se divierten con ellos. Casi sin darse cuenta, los chicos y las chicas profundizan en el conocimiento de sus habilidades y sus debilidades: aprenden a ganar, a perder y a compartir; van creciendo y construyendo su personalidad.
En la imagen de este mes podemos observar a un joven que está preparándose para empezar a jugar. Probablemente no se ha puesto a pensar en todo lo que aprenderá. Va a poner todo de sí. Y lo hará con la confianza de que no está solo, está siendo mirado, acompañado. Va a jugar el mejor partido que pueda y se lo va a dedicar a ese que lo mira, como una ofrenda. Nos llama a renovar nuestro compromiso con la vida de los jóvenes desde el patio, como lo hizo Don Bosco. Cada vez que la veamos recordemos este llamado, miremos por la ventana y salgamos a su encuentro.
Por Gabriel Osorio, sdb