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06 de junio, 2016

El Bicentenario desde los jóvenes

Contextos, luchas y aportes de la juventud argentina en estos doscientos años de Independencia.

Dos mil años antes de Cristo, un anónimo habitante de Medio Oriente decía lo siguiente: “Nuestra juventud es decadente e indisciplinada. Los hijos no escuchan ya los consejos de sus mayores. El fin de los tiempos está próximo...”. Más de cuatro mil años después, en cualquier sobremesa de nuestro país podemos escuchar algo así: “Los jóvenes ya no leen nada. Si les preguntas algo de Historia o de otra cosa te miran como si les estuvieras tomando el pelo. No sé qué va a ser de este país”.

Tanto el primer comentario como la actual y cotidiana queja no son más que expresiones del estado de ánimo de quien las dice. Cada generación reitera la dinámica de la vida, incluso diciendo las mismas cosas... en especial sobre los jóvenes.

En el Bicentenario de la Declaración de la Independencia, proponemos recuperar el contexto, las luchas, los aportes, las búsquedas y las inquietudes de una juventud argentina que tuvo y tiene ideales, a partir de cinco momentos de la historia nacional que sirvan para pensar el presente y soñar el futuro.

1816: #escribiendolahistoria


En los años en los que se gestaba nuestra Independencia no podemos encontrar “jóvenes” tal como los entendemos hoy en día: la adolescencia es un producto cultural del siglo XX. En esa época se pasaba de la niñez a la adultez sin demasiado trámite.

El Congreso que sesionó en una casa prestada de Tucumán firmó con iniciativa una valiente Declaración de Independencia en las peores circunstancias: con los imperios europeos en plena Restauración, con conflictos y disputas locales, escasos recursos y un territorio sin infraestructura.

Más allá de la juventud de algunos congresistas —empezando por su presidente, el sanjuanino Francisco de Laprida, de 30 años, pudiendo destacarse además al mendocino Tomás Godoy Cruz, de 25—, la gran mayoría de la juventud de ese entonces era anónima. No podemos olvidar la realidad de los jóvenes esclavos— la Asamblea de 1813 declaró la libertad de vientres, pero la abolición total de la esclavitud tuvo que esperar hasta 1853—, ni la de los jóvenes aborígenes, presentes en extensas porciones del territorio. En todo caso, podemos recordar a los jóvenes que fueron soldados de la independencia, quienes siendo probablemente analfabetos, escribieron las páginas más gloriosas de la historia de nuestro ejército, libertador de América.

Las muchachas, mientras tanto, sujetas a la autoridad de sus padres, pasaban a depender de un marido escogido mediante arreglos familiares. Tal es el caso de Remedios de Escalada, casada muy joven —a los 14 años— con el entonces teniente coronel José de San Martín, quien a su vez comenzó su carrera militar a los 11 años, y ya a los 15 recibía un ascenso por sus acciones frente a las tropas francesas. De todas maneras, hasta hoy nos llega la fuerte determinación de aquellas jóvenes mujeres, que apoyaron y colaboraron en la guerra de Independencia.

1866: #pionerosyluchadores


Cincuenta años después, una nueva realidad se afianzaba desde la sanción de la Constitución en Santa Fe en 1853. Sin olvidar a los jóvenes simpatizantes de los caudillos provinciales, abiertamente perseguidos por el centralismo de Buenos Aires, ese proyecto de Nación empezaba a atraer a los primeros inmigrantes: jóvenes adultos que huían de la persecución y el hambre de la vieja Europa hacia un Nuevo Mundo cargado de esperanzas de libertad e igualdad, buscando sumarse al naciente perfil agroexportador de Argentina.

Los jóvenes del primer Cincuentenario de la Independencia vivieron marcados por la infame Guerra de la Triple Alianza —donde Argentina, Brasil y Uruguay enfrentaron a un Paraguay con vocación industrial y modernista—. Aquella guerra, movida por intereses internacionales, despertó inicialmente un gran fervor patriótico entre los jóvenes de Buenos Aires, pero resultó totalmente impopular en las provincias: la consigna de Mitre —“En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña y en tres meses en Asunción”—, se transformó en una pesadilla de cinco años, cincuenta mil muertos y una epidemia de fiebre amarilla que los veteranos portaron al regresar.

En paralelo, muchos otros jóvenes adquirían su primer trabajo fuera de casa, en las crecientes imprentas o con los primeros tranvías tirados por caballos. La mayoría seguía las huellas de sus padres: en el matadero, vendiendo pan o trabajando en algún corral. Con los inmigrantes ocurría algo parecido: los jóvenes vascos vendían leche o hacían pozos a pico y pala; los irlandeses, codo a codo con sus padres o tíos, abrían zanjas y criaban ovejas; los italianos hombreaban pesadas bolsas en el puerto o ayudaban a otro paisano en alguna carbonería. Los jóvenes de 1860 no podían escapar a la dura realidad que les imponía el avance de la segunda Revolución Industrial.

1916: #másdemocracia


El siglo XX encuentra al país con un nuevo perfil: con el campo en propiedad de pocas manos y los pueblos originarios ya diezmados, los núcleos urbanos definitivamente ya eran un rasgo de la Nación del Centenario, y sus talleres daban cuenta de una incipiente industrialización.

Llega al país una “segunda generación” de inmigrantes. Huyendo de los conflictos políticos de Europa, son portadores de ideología. Saben de huelgas y protestas. Las demandas de estos jóvenes obreros no son contenidas por las instituciones del momento: se reclama más democracia. La ley Sáenz Peña de voto universal, secreto y obligatorio —aún sin participación femenina— consolidará la conciencia social y política de aquellas generaciones: los muchachos que en 1890 habían formado la Unión Cívica de la Juventud con Francisco Barroetaveña y Leandro Alem ascendían al poder de la mano de Hipólito Yrigoyen.

En medio del fervor democrático de estos años, una maestra, Matilde Filgueiras, preocupada por cómo las diferencias en la vestimenta de sus alumnos acentuaban la desigualdad de su condición social, propuso para todos el uso obligatorio de un guardapolvo blanco. Si bien su idea fue inicialmente resistida, luego el Consejo de Educación terminó por aprobarla en 1918. Ese mismo año, la juventud argentina de Córdoba se dirigía a los hombres libres de Sudamérica dando lugar a la Reforma Universitaria, que instaló definitivamente la participación y el compromiso estudiantil en la vida académica, fortaleció la investigación y la extensión universitaria, y rápidamente se extendió a otros países de la región. Mientras tanto, la inmensa mayoría de las chicas y muchachos sólo podían aspirar a terminar, con suerte, la escuela primaria.

1966: #prohibidoprohibir


Los años sesenta del siglo XX son testigos del surgimiento del concepto de “juventud” a nivel mundial, que se convertirá en modelo para las siguientes generaciones. Estos chicos y chicas, que “por querer ser realistas, piden lo imposible”, reclaman “la prohibición de las prohibiciones”: la música de los Beatles y los Rolling Stones —replicada en versión algo más inocente por cantautores locales—, expresa la voluntad de protagonismo propio de aquella generación asociada muchas veces al idealismo hippie, al pacifismo, los excesos y las utopías.

En Argentina, muchos de quienes fueran niños durante los gobiernos de Juan Domingo Perón se organizan en la Juventud Peronista, se ilusionan con las palabras del líder, sufren proscripción y exploran alternativas dolorosas. Otros, lejos de concordar con el peronismo, procuran que la Argentina se pacifique y se reinstale la democracia.

En las pujantes aulas de la universidad pública se animan a soñar una realidad distinta y la dictadura de Onganía responde brutalmente, asestando con largos bastones un golpe a la educación superior del que nunca pudimos recuperarnos del todo. Siguiendo el ejemplo de los jóvenes estudiantes y obreros del París rebelde de mayo de 1968, la protesta social estalla en el Cordobazo y el Rosariazo.

La irrupción de los jóvenes se dará también en el ámbito eclesial: la apertura propuesta por el Concilio Vaticano II les dará lugar como estrechos colaboradores en la evangelización y la promoción social. Parroquias, capillas y colegios serán significativos espacios de compromiso juvenil; un protagonismo que, en nuestro país, llevará a la realización de una de las primeras ediciones de la Jornada Mundial de la Juventud a fines de los ochenta.

2016: #todaesperanza


Parece claro que la Independencia en el siglo XXI no es la misma del siglo XIX; no sólo se trata de un gobernante de raíces autóctonas: parece mejor procurar que los criterios de gobierno lo sean, que nuestras decisiones y mentalidad sean las de un pueblo dueño de su propio destino.

La celebración del Bicentenario de la Independencia nos encuentra con jóvenes hiperconectados, con una adolescencia extendida —que empieza antes y no se sabe bien cuando termina—, con condiciones de estudio adversas —la mitad de los argentinos no termina el secundario—, e inserción laboral difícil —con gran desempleo juvenil e informalidad laboral—. Todas deudas que, a pesar de algunas medidas, ningún gobierno de la democracia ha logrado revertir.

Jóvenes en peligro, adicciones que los consumen, abuso sexual, explotación laboral, propuestas de entretenimiento en la que se los aprovecha para el lucro; jóvenes solidarios, capaces, voluntarios, militantes. Algunos valores siguen convocando sus corazones: la amistad, la cercanía con el otro, la justicia, la política, la paz. A la vez, nuevas y oportunas sensibilidades aparecen: la ecología, el respeto a las otras culturas, las cuestiones de género y la promoción de la mujer.

Como en todas las épocas, los jóvenes son signos y portadores del presente y del futuro. Pueden inventar nuevas expresiones, propuestas y herramientas acordes a los tiempos. Es un reto desafiante acompañar y educar como sociedad a estas generaciones, potenciando lo bueno que hay en ellas.

¿Qué recuerdo se tendrá de la generación del Bicentenario de la Independencia? Alguien dijo que “la juventud vive de la esperanza y la vejez del recuerdo”. El recuerdo de las juventudes que pasaron puede ser también motivo de esperanza para los adultos del presente. ¿Qué hombres y mujeres que hoy son niños o adolescentes dejarán su marca en la historia? ¿Hay posibilidad de que no sea así?

 

Por Rafael Tesoro y Gregorio Ozaeta • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Ilustraciones Gustavo Daguerre • Facebook: Gustavo Daguerre - ilustraciones


Boletín Salesiano de Argentina - Junio 2016