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05 de mayo, 2017

El ADN de Bon Bosco

La Familia Salesiana, un sueño de muchos, para llegar a todos.


La felicidad de los jóvenes: esa era la certeza y el deseo que latía en el corazón de Don Bosco. Así de concreto y profundo era su sueño. Y para llevarlo a cabo tenía en claro que no se podía terminar todo con él, que solo no podía y que debía trabajar con otros. De esta idea da cuenta el capítulo XVI del proyecto de las Constituciones Salesianas que presentó a la Santa Sede: Cualquier persona, aun viviendo en el mundo, en su propia casa, en la propia familia, puede pertenecer a nuestra Sociedad. No hace ningún voto; pero procurará practicar aquella parte del reglamento que es compatible con su edad, estado y condición”.

El salesiano Antonio Calero —en el texto “Familia Salesiana, una experiencia original” publicado en “Cuadernos de Formación Permanente, número 20”— explica que dicho capítulo “fue absolutamente eliminado como condición indispensable para ser aprobadas las Constituciones de la Congregación de Salesianos religiosos. Los tiempos no estaban maduros para semejante innovación”.

Más de una década después de este proyecto original, el mismo Don Bosco en un artículo publicado en el Boletín Salesiano de 1878, llamaba a la unidad de todos: “Unámonos formando una sola familia con los vínculos de fraterna caridad… para beneficio de nuestro prójimo…  permaneciendo unidos con la mente, con el corazón y con las obras”.
“Yo solo no puedo”

Después de Concilio Vaticano II, en 1965, y del Capítulo General Especial de los Salesianos, en 1971, aquella idea original se fue haciendo realidad. “Hoy no basta con un gran educador santo, hoy necesitamos comunidades educadoras —explica Julio Boffeli, salesiano sacerdote—. Eso nos libera de ciertas pretensiones de omnipotencia donde uno quiere solucionar todo; somos parte de una gran propuesta que es la que quería Don Bosco”. Mirar la realidad desde esta perspectiva implica reconocer que uno no está solo, “la Familia Salesiana es algo que me trasciende, ya sea en lo que puedo pensar o actuar; uno aporta, pero no todo depende de mí”.

Marcos Dalla Cia es hermano salesiano y completa esta idea al explicar que “Don Bosco tenía una necesidad inmensa, quería llegar a la mayor cantidad de jóvenes posible y para eso tiene esta conciencia de que él solo no trabaja, necesita de muchas voluntades y muchas personas colaborando, siendo corresponsables con él en esa misión”. La Familia Salesiana es la concreción de esa idea, “somos muchos los que tenemos que estar comprometidos con la promoción y evangelización de los chicos y las chicas, especialmente los más pobres”, continúa Dalla Cía.
“La Familia Salesiana es algo que me trasciende, ya sea en lo que puedo pensar o actuar; uno aporta, pero no todo depende de mí”.

La grandeza de Don Bosco pasa por comprender que la promoción de los jóvenes era y es una empresa que obliga a no quedarse con lo que ya conseguido. Don Bosco se desafiaba a sí mismo y a su época. Siempre quiso crecer, ir más allá y no atesorar. Las misiones a la Patagonia son una muestra clara de ello. Pensar en la ayuda que podían dar otros hombres y mujeres, más allá de su condición de religiosos o no, es otra: encuentra un tesoro en el trabajar junto con otros.

Al mismo tiempo, siendo fiel a sus convicciones y teniendo siempre presente el sueño de los nueve años, el santo de los jóvenes se preocupó y se ocupó de confiarle a María Auxiliadora toda la obra que iban desarrollando. Así ya en el año 1869 —uno después de terminar la Basílica de Turín— creó la Asociación María Auxiliadora, con el fin de acrecentar la devoción a la virgen, pero también para darle cohesión a toda su obra. María Inés Ursino, actual integrante de dicha Asociación explicar que “para Don Bosco el término devoción no se reduce solo a actos piadosos, litúrgicos, sino a una real imitación de María”, a quien reconoce como la verdadera realizadora de una obra que por aquellos años apenas empezaba a surgir.
Dios y los chicos en el centro

Los que están en el colegio y los que no, los que se juntan en la esquina o en la plaza, los que trabajan y quienes todavía no pueden hacerlo, los que atienden la capilla, aquellos quienes participan de las propuestas no formales, incluso esa inmensa mayoría “a los que todavía no llegamos”, todos y cada uno de los jóvenes ocupan un lugar central en esta Familia. Así lo plantea Horacio Pezzutti, integrante de la Comunidad Misión Don Bosco, que en Bahía Blanca desarrolla una importante labor de promoción de los jóvenes, sobre todo de los más necesitados.

Sin embargo esa parece ser una afirmación que atraviesa todo el territorio nacional y en la que coinciden los integrantes de los más diversos grupos y asociaciones que integran este sueño de Don Bosco. Julio Boffeli, reafirma esta declaración: “la prioridad siempre deberían ser los jóvenes. Y otra de las prioridades es reforzar y recrear el vínculo con Dios. Si no está vivo ese vínculo no tengo nada para ofrecerle a los jóvenes”.

Por su parte la hermana Adriana Gómez, desde un barrio popular de San Nicolás, coincide con esta apreciación: “como Hija de María Auxiliadora tengo un profundo amor por la vida y en particular tengo la mirada puesta en los niños y jóvenes, de ellos se nutre mi vocación”. Verla saludando a los vecinos por su nombre, participando en las actividades juveniles junto a los animadores y sus hermanas de comunidad, pero sobre todo observarla recorriendo las calles del barrio donde se palpa la necesidad cara a cara, da cuenta de la  sinceridad de sus palabras.
“La prioridades siempre deberían ser los jóvenes y el vínculo con Dios”

Esta misma convicción también la manifiestan Hernán Galardi y Nicolás Pasarino, salesianos cooperadores de Rosario: “la prioridad son los jóvenes. Nosotros llevamos nuestro carisma y nuestra preocupación por ellos a todos los lugares que habitamos, al trabajo, a la familia, a la facultad, al ámbito social y político”. Y con ellos coincide Carmen, también cooperadora, quien desde Paraná comparte el deseo y propósito de “llevar el carisma a todos los ambientes donde uno está”.

A los diferentes grupos que existen a lo largo y ancho de Argentina y del mundo se suman todos los años miles de exalumnos que luego de su paso por alguna obra salesiana, buscan seguir comprometiéndose con otros jóvenes. Un ejemplo de ello son Lautaro y Valentina, quienes se reconocen agradecidos por la educación que recibieron en el colegio Don Bosco de Paraná, donde aprendieron no sólo a respetar y querer las figuras de Don Bosco y María Auxiliadora, sino como expresa Valentina: “acá me salvaron, me hicieron conocer a Dios. Yo no sería la misma si no hubiese venido a este colegio, si no fuera exalumna”. Su juventud y su capacidad para soñar en grande no la dejan conforme con eso, sino que va por más: “hay un montón de chicos que no vinieron al colegio y que necesitan que la espiritualidad salesiana se las transmitan otros; que sientan que los jóvenes podemos hacer un montón de cosas y qué mejor que el joven para transmitirle a otro joven lo bueno que es Dios y la Familia Salesiana”.
Somos Familia

El hermano Marcos, desde el patio de una casa salesiana de la Ciudad de Buenos Aires, completa la afirmación de Valentina al explicar que como Familia Salesiana “somos parte de la Iglesia, una comunidad de discípulos de Jesús que con un estilo determinado salimos a dar una Buena Noticia al mundo”. Por ello siguiendo el deseo de Don Bosco —quien pretendía en sus obras relaciones de familiaridad, afecto y confianza— “todos los que integramos esta familia compartimos ciertos valores que nos hacen estar en una misma sintonía y sentirnos convocados por un mismo carisma”.



Así más allá de las individualidades o de las propuestas diversas; reconocerse y nombrarse “familia” obliga a quienes la integran a pensar y ejecutar una manera de particular de vincularse. En una familia los vínculos hacen poner de pie a las personas, nos hacen mirar para adelante. Ser familia es ir a cualquier parte del mundo y sentir que estamos en comunión”, explica la hermana Adriana, quien trae del recuerdo su experiencia personal: “a mí no me transformó la estructura, ni la diversidad, me transformó el amor que recibí en la Familia Salesiana”.

Para concluir Carmen, entiende que ser familia implica una manera particular de relacionarse, donde lo que prevalece es el servicio, aunque no nos llevemos del todo bien, lo que hace que seamos familia es el amor que tenemos entre nosotros; que cada uno, con sus características, y su individualidad pueda poner todo al servicio del otro. Independientemente de las personas, lo que hay es amor” y para cerrar afirma “si no es así, si no somos familia, se pierde la esencia”.

Llegando a miles de jóvenes, con propuestas diversas y en contextos también diferentes, hoy el sueño inicial de Don Bosco parece estar más cerca. Y en parte la proximidad de esta utopía se debe al compromiso anónimo, incansable y profundo de cientos de personas que encontraron y encuentran en su propia vida la vocación por ayudar a los jóvenes a ser felices.

Por Ezequiel Herrero • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Boletín Salesiano, mayo 2017