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13 de julio, 2022

Don Zatti, creyente

Respuesta de fe para sobrellevar las dificultades, orientar la vocación y disfrutar la vida

“Hay tantas historias de la fe
como creyentes, puesto que cada uno
se entrega con su personalidad”

Romano Guardini, Vida de la fe, pág. 50


El acto vital de la fe es la historia personal del creyente. Si decimos que en la raíz de la fe está el don de Dios, también debemos asegurar que ese don se cobija en una persona. De ese modo, tenemos que conocer quién es la persona y su personalidad, pues allí reside su fe.

La fe como adhesión personal a Dios resultó para Zatti una historia personal, llegando a la santidad en el trabajo concreto, en la atención de los enfermos, en el mundo de la salud.


Creí, prometí, sané

La fe cristiana de Artémides tiene su inicio en su bautismo en Boretto, Reggio Emilia, Italia, en la basílica de San Marcos, el mismo día de su nacimiento, el 12 de octubre de 1880. 

En 1897 la familia Zatti-Vecchi se traslada a la Argentina para emprender una nueva vida. Llegan a Bahía Blanca, donde el tío Luis les prepara un hogar y la posibilidad de trabajo. Durante los fines de semana se acercaban a la parroquia Nuestra Señora de la Merced, atendida por los salesianos. Allí Artémides pudo profundizar su fe en Jesús y conocer a Don Bosco. Con ese testimonio decidió ser salesiano.

Viajó a Bernal para comenzar el aspirantado salesiano, donde estudió y trabajó con entusiasmo. Lamentablemente contrajo tuberculosis al tener que cuidar de un salesiano golpeado por esa enfermedad. El contagio fue inevitable. No obstante, él siguió adelante. 

Viajó a Viedma para apaciguar los dolores de su enfermedad. Allí conoció al padre Evasio Garrone, dedicado a la medicina, que le invitó a realizar una promesa a María Auxiliadora para lograr la curación, con el compromiso de dedicar su vida al cuidado de los enfermos del incipiente Hospital San José de Viedma. La frase de Artémides fue categórica: “Creí, prometí y sané”, como quedaron escritas en el periódico Flores del Campo del 3 de mayo de 1915.

Creer en la intercesión de María para su curación fue un acto de fe sencilla, lleno de amor filial.  Prometer fue un acto valiente para confiar en la Providencia y dedicarse a la atención de los enfermos. Sanar fue el resultado del acto de fe y confianza que llevó a Artémides a quedarse hasta el día de su muerte junto a los más necesitados.


“La oración era como la respiración de su alma”

Este hecho es el punto de inflexión para entender el enorme trabajo de Artémides que podemos apreciar a lo largo de los años vividos en Viedma. Con fe sobrellevó la enfermedad y orientó su vocación, a la que nutrió diariamente en la unión con Dios, desde las cinco de la mañana hasta las últimas horas del día. 

Monseñor Carlos Mariano Pérez fue el inspector salesiano en los últimos años de Artémides. Su testimonio sobre la vida de fe de Zatti demuestra su vida interior:

“Amaba a Dios con todo su corazón, con toda su mente y con toda su fuerza. La oración era como la respiración de su alma y estaba convencido que en ella tenía la omnipotencia de Dios en sus manos”.

“Aunque los problemas materiales lo tenían acuciado y preocupado, siempre anteponía lo eterno a lo temporal. Conocía la Sagrada Escritura y la saboreaba: igualmente la vida de los santos y los tratados de ascética. Todo lo sabía irradiar con su ejemplo y con su palabra”.

“Era un verdadero catequista que ofrecía la imagen del hombre adulto en la fe, capaz de transmitir la fe en Cristo sincera y desinteresada. Los enfermos más pobres, más difíciles o con enfermedades repugnantes, eran para él los verdaderos pararrayos del Hospital San José. Tenía bien clara en la mente y en el corazón la frase de Jesús: ‘Todo lo que hagan a uno de estos pequeños, a mí me lo hacen’ (Mt 24, 40)”.


Zatti, de puño y letra

En una carta de Artémides escrita en 1914, desde Viedma a sus familiares de Bahía Blanca, expresa de modo simple y sencillo los pasos que va dando en su vida de fe. Como nos recuerda Romano Guardini, es la historia de un creyente, en una personalidad concreta. Así dice la carta:


“Rezad por mí, que tengo mucha necesidad para poder cumplir la misión que el buen Dios en su misericordia infinita se ha dignado confiarme, yo lo hago por ustedes todos los días. ¡Y con mucho fervor cuando pienso que la vida presente es corta, muy corta! Que de los padecimientos del día de ayer no se tiene más recuerdo (dulce recuerdo cuando se sufre por el Señor) ¡y que el premio que nos espera es grande, muy grande porque es Dios mismo!... ¡A veces me viene una angustia inexplicable cuando pienso que lo podemos perder por culpa nuestra!... ¡Pero armados de fe combatimos la batalla del Señor y el Señor hará que merezcamos una recompensa eterna!... "

(Cartas de Zatti, N° 106, Archivo Histórico Salesiano de Argentina Sur, sede Bahía Blanca)


Aquí encontramos su convicción profunda de la experiencia personal de Dios, sabiendo que esta relación lo lleva a reconocer y a creer en la revelación divina, un misterio tan grande que sostiene su vida entregada a los más necesitados, sus queridos enfermos: “¡y que el premio que nos espera es grande, muy grande porque es Dios mismo!


La fe de Artémides fue un verdadero gozo, sabiendo que gozar es entrar en el dinamismo de la realidad, en cada instante. Con su fe se comprometió en la vida comunitaria que tenía forma de hospital, conviviendo con sus hermanos enfermos, pobres y necesitados, los últimos, los olvidados.

Así el gozo creció en intensidad. Allí se alojó la alegría, la emoción, el placer, el gusto personal de su vocación. Intensidad fue “una buena y abundante medida”. Ese fue el dinamismo que mantuvo Artémides, creyente y adherido a lo trascendente, que lo llevó a la santidad. (punto final)


Por José Sobrero, sdb / jsobrero@donbosco.org.ar

Publicado originalmente en el Boletín Salesiano de Argentina, julio 2022