28 de noviembre, 2014
Don Bosco y la escuela, pensando a dos voces
Un corazón salesiano apasionado por los jóvenes no es sólo romanticismo. Es también sentido histórico, conciencia crítica y mirada esperanzada. Por eso nos quisimos juntar dos educadores salesianos —Héctor Rausch, laico; y Hugo Vera, religioso— para dialogar sobre el ayer, el hoy y el mañana de un tema que nos convoca: Don Bosco y su apuesta por la institución escolar. Te dejamos la síntesis de nuestra charla que, entre mate y mate, se fue enriqueciendo por las miradas de dos hijos de este padre ingenioso y jugado en las condiciones de su tiempo.
Hugo: —Sabés Héctor, si hay algo que realmente admiro en Don Bosco es su capacidad práctica. El tipo supo dar respuestas inmediatas a lo que los jóvenes necesitaban. Por ejemplo, el tema de la escuela. Su proyecto inicial era responder a las necesidades de los pibes abandonados de Turín, con actividades y espacios en los que pudiera reunirlos para prevenir los peligros latentes en lo religioso, lo moral, lo existencial. Juego, canto, catequesis, celebraciones, palabras amistosas, albergue y comida, se transformaron en el “estilo oratoriano”. Pero no se detuvo ahí. Cuando las leyes educativas de la naciente Italia de medidos del siglo XIX adquirieron un neto corte liberal,
Don Bosco no dudó en ir ensayando alternativas escolares: nocturnas, dominicales y luego finalmente una estructura completa de educación secundaria a partir de 1859. Su idea integral de oferta educativo-pastoral lo empujó a instituir en el Oratorio de san Francisco de Sales una escuela media, que acercaba la posibilidad de estudios a los jóvenes de clases populares, a quienes les era imposible acceder a esto de otra manera. A la vez, un ambiente escolarizado de este tipo era el lugar ideal para cultivar las vocaciones de los que serían los futuros salesianos que lo podían ayudar en su obra. Aunque inicialmente Don Bosco no había optado por la escuela, vio que no tenerla era limitar las oportunidades para sus chicos. Y no dudó en crearla.
Héctor: —Fijate que lo que decís se da en una época en la que se consolida, casi en todos los Estados, un modelo de escuela que permanece hasta nuestros días. Dicen que son dos fundamentalmente las intenciones de esta “creación moderna”: por un lado, el fortalecimiento de la conciencia nacional. Por otro lado, los gobiernos estaban muy preocupados por la cantidad de niños y jóvenes desocupados por los efectos de la revolución industrial. La escuela debía contener a esta población “potencialmente peligrosa” para el resto de la sociedad.
Hugo: —Estoy de acuerdo, y en ese sentido puede ser interesante percibir cómo Don Bosco, por medio de la incorporación del internado y la escuela, continúa “construyendo” su sistema educativo. Esta modalidad le ofrece nuevas garantías para un servicio inteligente a los pibes más pobres. La escuela es una plataforma perfecta para el cuidado ético-religioso que nuestro padre quiere brindar a los muchachos. Los valores, las opciones, el marco doctrinal, que formaban parte de la vida del Oratorio, adquieren con la escuela intervenciones en tiempos y espacios “formalizados”. Además es claro que Don Bosco está mirando siempre el futuro de sus chicos y que a través de
esta nueva institución podía asegurarles una preparación digna para la vida mediante un seleccionado currículo de estudios o de capacitación artesana. Junto a eso les podía ofrecer un abanico de actividades y experiencias que de otra manera les hubieran sido inaccesibles.
Héctor: —Es cierto Hugo, y me parece que ese fue el aporte específico de la escuela salesiana, al menos aquí en Argentina, durante toda la primera mitad del siglo XX. Pero es cierto también que podemos remarcar algunos efectos no deseados. Por un lado, un proceso de “declive” de las instituciones: a veces se ofrece más de lo mismo, nuestras propuestas están teñidas de “personalismos” poco comunitarios, ponemos acento en los aspectos formales y no tanto en lo que se juega de fondo, vivimos el presente apelando constantemente a relatos y conquistas pasadas, apostamos a propuestas masivas que desdibujan las historias mínimas. Por otro lado, encuentro que, en medio de este “declive”, se intenta volver a tiempos en donde las “instituciones dejaban marcas” y, en este intento descontextualizado, nos volvemos rigoristas en la aplicación de principios, atados a modelos de gestión afectivos y autoritarios que no apelan al consenso y a la profesionalidad, rígidos a la hora de pensar formas variadas de lo escolar.
Hugo: —Yo creo que Don Bosco también corría, al crear la escuela,
un riesgo “normalizador”, diríamos en el lenguaje de Michel Foucault. Y —me parece— esto no nos
debe asustar, ya que era hijo de su tiempo, por ende moderno, más simpatizante de un modelo “restaurador”, afecto a un clima de cierto “proteccionismo” frente a los peligros de una sociedad en acelerados cambios políticos, civiles, morales y religiosos. Me animaría a afirmar —y espero que no te suene muy osado lo que digo— que Don Bosco, con la implementación de un nuevo modelo “escolarizado”, neutralizaba y, en cierto sentido, anulaba o separaba lo que podía ser nocivo o que interfiriera en su objetivo educativo-pastoral hacia los pibes. La escuela le permitía la creación de un “corte cultural propio” que, a la vez que desarrollaba en manera efectiva las ideas del sistema preventivo, generaba una “ortopedia pedagógica” que no es difícil de detectar en los Reglamentos que escribe o las indicaciones en sus cartas o escritos a los colaboradores. Expresiones como alejamiento, huida, atención, vigilancia, control o purga de las lecturas, rigor en las admisiones o ante los disturbios, dan cuenta de restricciones o de finalidades de inmunización. Pero soy consciente de que esto pasa siempre en todo “sistema”, y que estos aspectos negativos no deben leerse separadamente de lo que posibilitan.
Héctor: —De cualquier manera, Hugo,
tenemos un tesoro enorme que es el mayor regalo. La educación es siempre anuncio de que las cosas pueden ser de otra manera, es tensión entre la resistencia al formateo y la lucha por la singularidad. Las personas que circulan por nuestras instituciones son sujetos de esta posibilidad. Pero necesitamos una mirada desprejuiciada y atenta para no ahogar este legado carismático que aparece en el centro de toda nuestra intencionalidad. Ahora bien, me dejaste pensando con algunas cosas que decís más arriba: ¿qué haría Don Bosco hoy en nuestras escuelas?, ¿cómo las pensaría? Bueno, si te parece, propongo sólo algunas cuestiones y la seguimos en otro momento. Creo que no podría faltar el criterio de centralidad de los pibes y pibas más pobres. Este criterio nos tiene que animar a pensar, ensayar y registrar nuevas formas de lo escolar. No debiera estar ausente la preocupación por el modo de vincularnos, formar comunidad y repensar modelos de lo institucional. Otro desafío grande e interesante tiene que ver con el horizonte de trascendencia que proponemos. Se vincula a una lectura en clave creyente de las propuestas asociativas y formales. En fin, es necesaria una actitud que nos conecte fuertemente con el entorno y nos ayude a dialogar y a trabajar con otros actores políticos y sociales.
Hugo: —¡Flor de temitas! Sabés algo…se nos acabó el agua y el tiempo, ¿lo dejamos ahí?
Héctor: —Dale… ¡Lo seguimos otro día!
Por Héctor Rauch y Hugo Vera, sdb