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25 de noviembre, 2014

Despertar… abrir los ojos a la belleza

San Juan Pablo II había visitado Corea del Sur en 1989. Habiendo transcurrido veinticinco años, un Papa pisó nuevamente ese territorio. Es Francisco, que lo hizo en el mes de agosto para participar de  la VI Jornada de la Juventud Asiática. De esa magnífica catequesis que son tanto sus palabras como sus gestos, quiero rescatar ahora dos aspectos.

 La importancia de la belleza

Francisco les habla a los obispos de Corea, a aquellos que tienen la misión de ser buenos pastores, también de la juventud. A ellos les pide “que se ocupen especialmente de la educación de los jóvenes, apoyando la indispensable misión no sólo de las universidades, sino también de las escuelas católicas desde los primeros niveles, donde la mente y el corazón de los jóvenes se forman en el amor de Dios y de su Iglesia, en la bondad, la verdad y la belleza, para ser buenos cristianos y honestos ciudadanos”.

La bondad. La verdad. Y la belleza. Valores que ocupan buena parte de muchos de los mensajes de Francisco. No podía faltar el de la belleza a la hora de señalar una de las dimensiones más importantes de la fe: seguir a Dios es algo bello, hermoso. Su gracia es atractiva, por eso se nos pide comunicar el mensaje de una manera atrayente. Dios no sólo es la verdad que ilumina la mente o la bondad que conmueve al corazón; es también la belleza que seduce, que conquista porque ante todo impacta y agrada.

 La importancia de despertar

A la hora de hablarles directamente a los jóvenes, Francisco les recuerda que “hoy, Cristo llama a la puerta de sus corazones. Él les llama a despertar, a estar bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente importan en la vida. Y, más aún, les pide que vayan por los caminos y senderos de este mundo, llamando a las puertas de los corazones de los otros, invitándolos a acogerlo en sus vidas”.

Quienes tenemos la oportunidad de frecuentar los patios de una casa salesiana, no podemos no recordar enseguida el consejo que Juanito Bosco recibe en el sueño de los nueve años: “muéstrales la fealdad del pecado y la belleza de la virtud”.

Lo señalado por Francisco en Asia —sea a los pastores como a los jóvenes— contiene una excepcional validez también para nosotros: la belleza como una de las dimensiones de la fe y la necesidad de despertar, de estar atentos, para una vida más plena.

 

Por Ángel Amaya, sdb