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12 de enero, 2015

Del patio al espacio

En agosto de 2012, la agencia aeroespacial de los Estados Unidos, la NASA, logró aterrizar en la superficie del planeta Marte el vehículo Curiosity, el más grande enviado hasta el momento. Detrás de ese proyecto —y de muchos otros anteriores— se encontraba el ingeniero Miguel San Martín, a cargo del software que permitió el aterrizaje de la misión. San Martín, quien dio sus primeros pasos estudiando transistores en la Casa Salesiana Pío IX del barrio porteño de Almagro, agradece desde su oficina en el Jet Propulsion Laboratory, California, la educación recibida en la escuela de Don Bosco. Y aclara: “Tiene que haber amor y pasión por lo que se hace”.

¿Cómo llegaste al Pío IX?
Yo iba al colegio San José, en Once. Y en séptimo grado nos llevaron a dar una vuelta por el Pío. De chico que quería ser ingeniero... me gustaba la electrónica, los walkie-talkies, las cosas a control remoto. Quería seguir el colegio industrial, y quedé muy impresionado con el Pío, pero cuando llegó el momento de aplicar para el colegio, tenía un primo que iba a las escuelas Raggio y me convenció para ir ahí. Pero no me gustó mucho. A mí me gustaba, la electrónica, no la electricidad. Y me cambié. El primer año lo hice en Raggio, y de segundo a sexto en el Pío.

¿Cómo era el ambiente de la escuela?
Era un lugar bastante experimental en cuestión de educación. Nos dejaban usar el pelo largo, que en aquella época era gran cosa. Nos daban rienda suelta, pero era muy competitivo. Empezábamos cinco divisiones, y la mayoría quedaban en el paso. Laburábamos como bestias. Y era un colegio de hombres, así que eso también nos tenía bastante “bajoneados”. Las relaciones con los curas eran muy buenas, muy intelectuales. Podíamos desafiarlos intelectualmente, eran muy abiertos... Fue una experiencia hermosa; de mucho laburo, pero de amigos para toda la vida. Toda la división de egresados aún nos mantenemos en contacto.

¿Te acordás de algún salesiano de esa época?
Del padre Paletta. Era el que ponía la seriedad a la cuestión, un poco más rígido que el resto. Una persona muy dedicada, que amaba el colegio, y nos amaba a nosotros... y nosotros lo queríamos mucho a él. Pero la relación más grande era con los profesores, que eran un poco más grandes que nosotros, casi todos egresados del colegio, y ya en la universidad.

¿Alguna anécdota divertida que recuerdes?
Me acuerdo una vez que pasó una chica por el patio, y los ruidos, los gritos y los chiflidos nos valieron una reprimenda: “¡Muchachos, no sean animales!”. Lo que hacíamos nosotros eran fiestas en el colegio. Cuando entrás hay un sótano, y ahí nos permitían hacer fiestas, y venían chicas y muchachos. Siempre hacíamos alguna travesura, pero nada serio.

Ni bien egresaste del Pío, te fuiste a estudiar a los Estados Unidos. ¿Sentís que la educación recibida en la escuela salesiana te fue de ayuda?
Fue fundamental. Yo ya había visto muchos de los conceptos de ingeniería electrónica en el Pío. Allá tenía la desventaja del idioma, de la cultura. Mis compañeros me decían, “¿a qué colegio fuiste vos?”. Incluso uno fue a la Argentina, en unas vacaciones, y me dijo: “¡Quiero ir a visitar ese colegio, porque no puedo creer que hayas aprendido tanto!”.
Me acuerdo que si vos ya sabías una materia, en Estados Unidos, en primer año podías dar un examen y saltearla. Y yo, “sapo de otro pozo”, decidí no saltear Cálculo. Pero no le dije al profesor que yo ya sabía Cálculo. ¡El tipo creía que yo era un genio! El colegio me preparó en forma increíble.

Con la escuela técnica, algunos chicos dicen “No, es muy difícil. Mejor algo más fácil y más corto”, y no se animan a ese desafío. ¿Vale la pena el esfuerzo?
Yo creo que sí. Para ser honesto, tiene que haber amor por lo que se hace. Hoy me gusta decir que mi trabajo es mi hobby. Y eso es un ideal. Yo no dije “No, no me gusta la electrónica, pero vale la pena para tener un mejor futuro”. Tenía pasión por la ingeniería, por entender cómo funcionaban las cosas. El sacrificio para mí no resultó tanto. Lo era, pero por otro lado, uno se ponía contento cuando tenía un problema y daba con el resultado.
Si le decís a alguien “Hacelo, porque en el futuro te va a pagar”, se hace difícil. El viaje lo tenés que disfrutar cuando estás viajando, no sólo cuando llegás a destino. Cuando vos seguís lo que te gusta, y lo hacés con empeño, sacás frutos que ni siquiera esperás. Yo nunca estudié ingeniería aeroespacial pensando que iba a salir en la revista GENTE. O que iba a tener esta entrevista. No era mi objetivo. Pero la vida me llevó ahí. Nunca lo pensé. Pero son cosas buenas, que surgen cuando seguís tus instintos... y sí, cuando te sacrificás mucho.

En Bariloche se encuentra INVAP, la empresa argentina de tecnología aeroespacial, nuclear y satelital. ¿Para el pibe que tiene vocación, hay posibilidades de desarrollo acá en la Argentina?
Conozco muy bien a la gente de INVAP, personalmente y porque ellos trabajaron como proveedores de la NASA. Tengo una opinión extremadamente alta del INVAP, y del potencial de la tecnología aeroespacial argentina. Hoy en día hubiera sido mucho más difícil para mí elegir entre la Argentina y Estados Unidos. Hoy podés desarrollar actividad espacial en la Argentina y ser muy feliz haciéndolo. Cuando doy charlas, y me preguntan por la NASA, les digo “Ojo, que ustedes tienen el CONAE, y tienen el INVAP...”. Irte a otro país es vivir el desarraigo... es durísimo. Argentina ha progresado muchísimo, y se merece que no nos vayamos todos. Yo soy un mal ejemplo. La Argentina de hoy, con todos sus problemas de siempre, es un país mucho mejor del que yo me fui, con muchas más oportunidades.

¿Miguel, las últimas veces que viniste a la Argentina, estuviste por el Pío?
Sí, fui a dar una charla después del Curiosity. Tratamos de mantenernos en contacto. Las raíces son fuertes, y yo siempre he estado muy agradecido por haber pasado por el Pío, no solamente por el colegio en sí mismo, sino por los que hoy en día son mis amigos.

 

Por Santiago Valdemoros