10 de abril, 2017
Cuando falla un amigo…
Era uno de esos tantos viajes por nuestras rutas patagónicas. Al costado, un vehículo detenido y una silueta haciendo dedo. Me detengo a unos metros, se acerca un joven y me pide si puedo llevarlo hasta Río Colorado, distante a unos 40 kilómetros. Hasta aquí nada especial. A los minutos se inicia el diálogo,
y cuando comento que soy salesiano, fue como un disparador para mi ocasional acompañante, porque a partir de allí sólo me tocó escuchar su relato:
“Soy de San Rafael, Mendoza, y llegué a Comodoro Rivadavia por insistencia de un amigo que ya estaba trabajando ahí. En ese momento tenía trabajo —me dice—,
pero dada la insistencia y las propuestas de mi amigo, con un compañero decidimos dejar todo y ponernos en camino hacia la Patagonia. Le avisamos que estábamos en camino. Él nos esperaba. Desde Bariloche fue la última comunicación: a partir de allí no fue posible volver a conectarnos.
Es así que llegamos a destino sin conocer nada ni a nadie. Buscamos un hospedaje y seguimos esperando que en algún momento él nos llamara. Fueron pasando los días y los ahorros. No nos quedó otra que dormir en la plaza y pasar frío, habiendo tenido todo en casa. Así llegamos a la catedral y pedimos ayuda a una señora. Contando lo que nos sucedía, nos dio en ese momento cien pesos a cada uno, nos dejó una dirección a donde encontrarnos y nos fue ayudando a encontrar el trabajo que tanto necesitábamos. Esta mujer era docente salesiana.
Mientras tanto, los días en la calle fueron muy duros. Allí encontramos ayuda de personas que ni nos imaginábamos, y que a veces por prejuicio evitamos. Dos jóvenes prostitutas generosamente nos ofrecieron un lugar para el aseo y un plato de comida caliente. Nos falló un presunto amigo, pero en la dureza de la calle fueron muchas las manos que nos salieron al encuentro. Hoy soy un agradecido de tantas personas buenas y solidarias que se pueden encontrar en las más diversas realidades”.
Mientras terminaba su relato, en mí surgía la frase de Jesús a los fariseos:
“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al Reino de los cielos” (Mt 21, 31).
Pedro Narambuena, sdb