En la EAS Del Valle, trescientos chicos y chicas viven y trabajan juntos de lunes a viernes, produciendo alimentos de forma responsable.
Estamos en el centro de la provincia de Buenos Aires; 25 kilómetros de camino de tierra separan la ruta más cercana de este imponente edificio de estilo colonial. Entramos al patio, todo es silencio… hasta que suena el timbre y aparecen los protagonistas de este lugar.
Algunos vienen de recolectar la miel de los panales de abejas, otras se bajan de un tractor que lleva material al biodigestor. Un grupo llega desde la huerta, y otro estuvo hasta recién armando quesos, y arreglando una sembradora. Otras salen del aula, o de la biblioteca… todos entran a compartir el almuerzo al comedor.
Son los estudiantes de la escuela agrotécnica salesiana Carlos M. Casares, que de lunes a viernes viven en este lugar donde pasan más tiempo que en sus propias casas. Vienen de pueblos y ciudades de hasta 200 kilómetros a la redonda a formarse como especialistas en producción agropecuaria.
Y aunque no todos piensen seguir carreras vinculadas al campo, valoran la posibilidad de adquirir conocimientos prácticos para la vida y el trabajo; y sobre todo adoran su escuela.
La frase se repite por todos lados. Chicos y chicas se agrupan en “residencias” de unos treinta alumnos, donde son atentamente acompañados por un asistente. “Comparten el almuerzo, el estudio, la recreación, el descanso, como si fuera una ‘super casa’ de familia —relata el salesiano Jorge Ledesma, director—. Y en esa experiencia vamos descubriendo los valores de Jesús: la solidaridad, el respeto por el otro, la atención a los que más necesitan, la capacidad de reconocer los propios límites… y también en momentos concretos: en la catequesis, los “buenos días”, los campamentos, el grupo misionero..”.
“Trabajar con los chicos te cambia. Acá convivimos de lunes a viernes y somos parte de su familia, lo más cercano que tienen a mamá y papá”, agrega Victoria Timpanelli, una de las asistentes. Y comparte un detalle curioso: “Acá no usan el celular. Cuando llegan el lunes nos lo dan a nosotros. Y nosotros se los damos a la noche, de nueve a diez. Pero están tan en contacto entre ellos, que llega un momento en que ni lo usan. ¡Nos llaman los padres para preguntar si están bien!”.
Chicos y chicas pasan siete años en la escuela: “Y ves cómo van creciendo, madurando. Aprender a convivir es un valor muy importante de la escuela. Que además es un ‘internado’ mixto: esa interacción nos enriquece e implica mucha presencia educativa”, agrega Jorge.
“Los salesianos siempre hemos trabajado en diferentes lugares para la formación orientada al mundo laboral, para que puedan desde sus recursos y su trabajo tener una mejor calidad de vida. En este caso, técnicos capaces de hacer una producción moderna, eficaz, sustentable, incorporando a los jóvenes del ambiente popular”, detalla Jorge.
Esa producción permite a la escuela sostener un importante programa de becas. Y brindarle a los alumnos una formación integral. “Tratamos de insertar al alumno en producciones reales, a grandes escalas”, agrega Marcos Celis, coordinador de actividades prácticas. “Nos centramos en que el alumno genere conocimientos y que podamos formar no sólo un técnico, sino también una buena persona”.
Estos chicos y chicas se forman para trabajar dentro de uno de los sectores más dinámicos de la economía argentina, en un mundo que demanda alimentos de mayor calidad y con un respeto cada vez más importante por el impacto ambiental. Y la escuela no es ajena a eso. “Queremos darle a la persona que lo compra la certeza de que lo que estás haciendo está bien. Especialmente con el cuidado de la tierra, a través del estudio, la rotación de los cultivos, la carga de los animales, la fertilización… intentando tener el menor impacto sobre el medioambiente. Y transmitiendo esto a las nuevas generaciones: ser un productor responsable de alimentos”, sintetiza Jorge.
Por Santiago Valdemoros - svaldemoros@donbosco.org.ar
Publicado originalmente en el Boletín Salesiano de Argentina