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12 de agosto, 2016

Con los pies en la tierra

Amoris Laetitia, la carta de un pastor que nos invita a ser más “pastorales”

Francisco, con su mirada de pastor, no deja de ofrecernos materiales muy nutritivos para seguir a Jesús. Eso ocurre también con Amoris Laetitia (AL), carta en la que aborda el hermoso y complejo tema de la familia. El padre Jorge Costadoat, jesuita chileno, brinda cuatro pistas desde las cuales valorar esta carta de Francisco:

Una formidable apelación evangélica

Al Papa le interesan todas las personas, no importa la situación en la que se encuentren (AL 78). Francisco se dirige a los lectores como si el Evangelio de Jesús fuera lo único decisivo (AL 38). La doctrina, las costumbres, la institución eclesiástica; todo parece quedar entre paréntesis ante la imperiosa necesidad de anunciar a las personas y familias una palabra orientadora y alentadora.

El Evangelio de la familia ha de ser motivo de “alegría” (laetitia). La misericordia de Jesús con las víctimas de los fariseos, que oprimían a la gente con su discurso moralizante, debería regir la pastoral de la Iglesia. La gratuidad de la misericordia de Dios con el ser humano se manifestó, en última instancia, en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, para sanar el vicio de ganarse a Dios con cumplimientos religiosos.
Hasta ahora, el énfasis de la jerarquía eclesiástica en la moral sexual y familiar ha sido puesto en el “ideal”. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de lo que viven los católicos.

Mirar el ideal con ojos de pastor

La carta de Francisco presenta un novedoso viraje en el acento de la enseñanza de la Iglesia. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar ha sido puesto en el “ideal”, entendido como lo doctrinal. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de lo que viven los católicos. Se mantiene alto el ideal pero, en una perspectiva pastoral, la doctrina ocupa un lugar secundario. Las personas con su realidad a cuestas son lo principal. Dice el Papa: “Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de familia ideal, sino un interpelante ‘collage’ formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos” (AL 57).

Cabe aquí decir que este desplazamiento en el énfasis de la enseñanza eclesial radica en una especie de conversión de aquellos a quienes les toca pastorear a los demás en medio de la comunidad Iglesia. Lo dice Francisco en estos términos: “Al mismo tiempo, tenemos que ser humildes y realistas para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica” (AL 36).

La adultez de los católicos

Otro aspecto en el que necesitábamos crecer es en el respeto a la adultez de los católicos. El pastor no debe suplir al laico en lo que a este le compete resolver. Orientará, sostendrá, pero no ha de tratarlo como un niño. El documento confía que las personas pueden discernir y tomar decisiones en libertad, siguiendo sus conciencias. También a este respecto Francisco hace un mea culpa: “Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37).

Al sacerdote le corresponde acompañar a las personas, ayudarlas a objetivar su situación, educarlos acerca de la enseñanza de la iglesia, consolarlos y animarlos, pero no dirigirles la vida (AL 200). El mandato de acompañamiento atraviesa todo el documento. El fundamento de este criterio pastoral es cristológico. Dice el Papa: “El Señor nos acompaña hoy en nuestro interés por vivir y transmitir el Evangelio de la familia” (AL 60). El acompañamiento es necesario porque la vida se hace de a poco, gradualmente (AL 273, 295); porque el amor crece, se desarrolla, pero también mengua; las personas fracasan, maduran de a poco, aprenden a veces, a veces no. Mientras no se llegue al Reino de los Cielos, nadie puede decir que su familia es perfecta.
“A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de familia ideal, sino un interpelante ‘collage’ formado por realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños”.

Predilección por los que sufren

En la carta vemos que claramente el Papa opta por las personas que no tienen familia, las familias en las que reina la violencia, los que no son bien vistos a causa de su familia; Francisco sufre con los matrimonios fracasados y con los divorciados vueltos a casar que no pueden comulgar. El Evangelio es perdón y liberación para pobres y pecadores. La realidad familiar en su conjunto debe ser vista a partir de la realidad de los frágiles, de los excluidos, de los hijos de padres separados, de los huérfanos, de las adolescentes embarazadas, de los que viven en la miseria, de las personas homosexuales, de los inmigrantes, de los que no han podido contraer matrimonio por falta de recursos fundamentales, de las personas con capacidades diferentes, de los ancianos e incluso de quienes con culpa destruyeron su propio matrimonio.

Si dentro de nuestros grupos o comunidades dedicamos un tiempo a leer esta carta, no sólo estaremos leyendo algo salido de las manos de un pastor, sino que nosotros mismos, y nuestras comunidades, nos volveremos más “pastorales”: capaces de incluir a todos, de anunciar la buena noticia, de comprender al otro, de sanar al herido.

Por Ángel Amaya, sdb • aamaya@donbosco.org.ar

Boletín Salesiano, agosto 2016