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15 de enero, 2015

“Como un cuerpo sin alma”

“Un oratorio sin música es como un cuerpo sin alma”. Tremenda frase nos regaló Don Bosco a todos sus hijos, y de manera especial a sus animadores. ¡Qué orgulloso se debe sentir al vernos hoy y darse cuenta cuán grabada está la música en nuestro “ADN salesiano”!

No es de extrañarse cómo en nuestros patios la música siempre está presente “animando” y “dando vida”. Ya sea desde una humilde guitarra que suena en manos de un animador, o un pequeño equipo de música que hace bailar a un oratorio entero; una misa con un ministerio integrado por varios instrumentos y cantantes, o un encuentro lleno de jóvenes bailando y saltando: ¡La música tiene esa capacidad de llenar todo con esa alegría que es tan propia de nuestro carisma! En muchas diócesis, las parroquias salesianas se destacan por su música. La música nos une, nos alegra, nos empuja a celebrar, nos acompaña y nos ayuda a reforzar nuestra identidad. ¡Es prácticamente el único idioma hablado en todo el mundo!

La música muchas veces reemplaza y supera mil palabras, traslada a la persona a una esfera o dimensión distinta; une, delata afinidades y estados de ánimo en un segundo. Cuando nos detenemos a escuchar la música que escuchan nuestros muchachos, es una invaluable oportunidad para conocerlos aunque sea un poquito más.

¿Podemos imaginarnos una juventud sin música? Difícilmente podamos encontrar incluso alguna civilización o cultura en la que no se haya hecho presente la expresión musical. Y esto es algo que Don Bosco ya en su época supo ver y aprovechar: “Amen lo que ellos aman, para que ellos amen lo que ustedes aman”.

Don Bosco también fue un excelente músico: las Memorias Biográficas nos cuentan que era un muy buen violinista y que sabía tocar discretamente el órgano y el piano. Había estudiado algunos de los métodos más famosos para aprender a tocar y cantar, y su voz, de gran extensión, alcanzaba armoniosamente hasta el do de la segunda octava. Dirigía coros, organizaba las bandas musicales con sus alumnos y, por supuesto, cantaba las misas e incluso en repetidas ocasiones compuso sus propias obras.

En el oratorio de Turín, rodeado de sus tantísimos jóvenes, logra ver en la música una herramienta que podía servir de puente para la salvación y educación de ellos, y no duda en emplear todos sus talentos y dones musicales para que sus chicos se acerquen a Dios y eviten caer en malas actividades. La música en el oratorio logró generar un ambiente de alegría y serenidad. Despertaba la imaginación y la creatividad de sus chicos, evitaba el ocio negativo y acompañaba los espacios religiosos y de oración. Coros, bandas de música, ceremonias religiosas, paseos y excursiones, funciones teatrales y veladas musicales… ¡La música está en nuestra historia salesiana!

Y como la música era tan importante para toda la vida del Oratorio, Don Bosco también se encargó de que sus salesianos sean excelentes músicos. Tal es así que del Oratorio salieron músicos de muy alto nivel, entre ellos los coadjutores José Dogliani, Bartolomé Molinari y Esteban Belmonte. El más nombrado de ellos fue monseñor Juan Cagliero, de quien aún conservamos en Buenos Aires muchas de sus obras escritas.

Educarnos en la música es una tradición y deber que debemos mantener para darles a nuestros chicos y a Dios lo mejor.

 

Por Federico Poldi