25 de noviembre, 2016
¡Bienvenido a casa!
Aproximándose la Navidad, una señora se dirigió al comercio del barrio con el propósito de comprar lo necesario para armar el pesebre en su casa.
Señora —le dijo el comerciante—,
tengo vacas, ovejas, varios San José y algunas Marías pero, al niño Jesús lo tenemos agotado; ya no tengo más “Niños Jesús”. Y… ¿dónde podré encontrar un niñito? —
preguntó la mujer—
. No sabría decirle.
Este diálogo comercial puede ser una realidad catequística, encontrar al niño Jesús, en medio de todo el folklore de las fiestas.
Las fiestas de Navidad, año nuevo y reyes nos traen a la imaginación y al recuerdo costumbres, signos, cantos que millones de personas, de todas las latitudes, utilizan para festejar y celebrar. ¿Festejar y celebrar qué? ¿Qué significa todo esto?
Es bueno rescatar el o los “acontecimientos de fe” de estas fiestas bellas y buenas; así como también el tiempo de preparación —el adviento, es decir
llegada— que abarca los cuatro domingos anteriores al 25 de diciembre.
Todo el ropaje humano con el que solemos revestir estas fiestas no debe dejar en segundo plano
el acontecimiento central de fe: ese pequeño es un niño, ese niño es el Salvador, ese Salvador es Jesús, ese Jesús es Dios;
es el niño Dios que vino, que viene y que vendrá para todos y por todos los hombres.
En los primeros capítulos del Evangelio de San Mateo y de San Lucas encontramos los relatos de la infancia de Jesús y particularmente los relatos del nacimiento. Estos son muy conocidos, pero, quizás, los acontecimientos salvadores hayan quedado un tanto desdibujados y el anuncio feliz,
“hoy les ha nacido el Salvador”, bastante debilitado. Sin embargo,
Dios, a través de ellos,
nos llama al diálogo, a la conversión, a la vida plena.
Por ello queremos salir al encuentro de Jesús que viene, siguiendo un camino sencillo, pero un camino de fe: la contemplación hogareña de un pesebre de Navidad armado con cariño en la familia, la iglesia doméstica.
El relato de la Nochebuena
José fue con su esposa María desde la ciudad de Nazaret hasta la aldea de Belén. Allí, dio a luz a un hijito a quien le pusieron por nombre Jesús. Ella lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue.
En las cercanías se encontraban unos pastores que vivían en la intemperie y cuidaban de noche a su rebaño.
Un ángel del cielo se les apareció en medio de una luz y les dijo:
“les traigo una gran alegría, una gran noticia. Hoy les ha nacido un Salvador; es el Mesías, el Señor”. Ustedes van a encontrar a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De repente, muchos ángeles cantaron:
“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que Dios ama”.
Los pastores fueron corriendo y encontraron todo tal cual el ángel les había dicho. Después, llenos de alegría fueron contando lo que habían visto; y, alabando a Dios volvieron al rebaño.
Poco después y desde muy lejos, vinieron unos magos que, guiados por una estrella llegaron hasta Belén. La estrella se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Ellos se llenaron de inmensa alegría. Vieron al niño con su madre, María, se postraron, lo adoraron y le ofrecieron regalos.
María conservaba todo esto meditándolo en su corazón.
Dos mil años después, niños y grandes se juntan para armar el pesebre de Navidad. Reviven los relatos y reavivan la esperanza en la Salvación que nos trae el pequeño de Belén.
El Niño
Entre María y José ponemos al Niño. Está entre nosotros. Bajó del cielo a la tierra para llevarnos al cielo.
Con sus pequeños brazos abiertos quiere abrazarnos a todos y espera el abrazo de todos. Navidad es el día del gran encuentro con Jesús, del abrazo de fe y confianza, de amor y esperanza.
El artífice de la paz y la salvación es un niño aclamado por los mensajeros del cielo. ¡Bienvenido a casa, Señor! le gritamos fuerte nosotros.
María
A la derecha de Jesús colocamos a María, mujer de fe. Ella le dijo sí a Dios. Con la mirada cariñosa puesta en su hijito, guarda todo en su corazón. Todavía, en silencio, escucha la Palabra de Dios y sigue respondiendo:
“aquí estoy”.
Ese niño, al que ahora contempla, le pedirá un día ser madre de todos para que nos cuide.
¡María, madre de Dios, ruega por nosotros!
José
José a la izquierda, bastón en mano. También mira. Habla poco. Pero hace mucho. Cuida, defiende, y salva a su familia. Es carpintero; lleva el pan a casa. No entiende mucho pero confía mucho. Hombre de fe le hace caso a Dios. Llega a poner en riesgo su vida para salvar la vida del niño. Silenciosamente se perdió en el tiempo. No sabemos cuándo murió. Quizás, en brazos de Jesús y María.
José, nosotros seguiremos cuidando a Jesús y María.
Pesebre
El Ángel del Señor le dio las señales a los pastores, más aún, los guió para dar con el Niño: Belén, gruta, pañales, pesebre. No podían equivocarse. Jesús nace humilde y pobre. Un Niño pobre y pequeño pero Señor de cielos y tierra. No tenía plata, no vino a comprarnos, pero pagó con su vida nuestra vida.
José carpintero, al volver, le habrá hecho una cunita. María… ¡si habrá lavado pañales! Y nosotros:
“cariños al Niño pobre de Belén”.
Pastores
Allí están rodeando el pesebre. Sencillos y humildes pastores que vivían a la intemperie recibieron a Jesús. Los poderosos lo rechazaron y persiguieron. Se anuncia a los pobres la Buena Noticia. Ellos tienen su corazón abierto y le dan la bienvenida al niño de Belén.
Son pastorcitos pobres pero no pobres pastorcitos, peregrinos de la esperanza y la alegría, oidores de la Palabra, anuncian a los demás la feliz noticia y cantando se pierden en la oscuridad de la noche entre sus ovejas.
Muchos ángeles cantaron y nosotros nos unimos.
Magos
Los camellos asoman detrás de unas rocas. Montados en ellos unos magos vienen de lejos.
Miran al cielo. Es que una estrella los guía hasta posarse sobre una gruta. Entonces bajaron la vista y ven con alegría a un niño en un pesebre.
Son magos, hombres que llegaron del “fin del mundo”, estudiosos de los astros, viajeros del firmamento. Afirman que alguien “desde arriba los conduce” al encuentro de un niño “rey de los judíos”… desensillan, miran al niño, miran la estrella, doblan la rodilla y abren sus maletas y contentos depositan junto al niño hermosos regalos. El niño abre sus brazos y les sonríe. Abre sus brazos a todos, para salvar a todos.
¡Aquí estamos también nosotros… Niño Jesús!
Estrella
Sobre la gruta. Brilla e ilumina.
“Que de noche, cuando escampa, las estrellas son la guía que el gaucho tiene en la pampa”, -así dice el paisano-. A lo largo de los siglos el hombre se guió por las estrellas. Así sucedió hace 2000 años. Esa estrella era y es Jesús:
“luz para alumbrar a las naciones”.
Es verdad para el mago, para el paisano y también para nosotros:
“que de noche y sin salida, Jesús es la luz Divina que el hombre tiene en la vida”.
Pongamos las notas y cantemos.
Por
León Le Bretón • redacción@boletinsalesiano.com.ar
Ilustración:
Gustavo Daguerre
Boletín Salesiano, noviembre 2016