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20 de enero, 2016

Apalabrándonos: Palabras que dicen y hacen

Una invitación para acercarnos a la Biblia, Palabra de Dios, en nuestras comunidades.

“Viaja la luz de las estrellas muertas, y por el vuelo de su fulgor las vemos vivas.
La guitarra, que no olvida a quien fue su compañero, suena sin que la toque la mano.
Viaja la voz, que sin la boca sigue.”
Eduardo Galeano, Las palabras andantes


 La voz, que sin la boca sigue, es más que voz. Solemos llamarla “palabra”. La palabra atraviesa toda nuestra vida y es mucho más que la posibilidad de hablar. Es un misterio que nos acompaña desde siempre y viaja con nosotros: en esto de hacernos humanos empezamos a decir, a nombrar, a “palabrear”.
De niños, los adultos que nos acompañaban seguramente guardaron memoria celebrativa de nuestras primeras andanzas expresivas: “¡Dijo su primera palabra! ¡Ya sabe escribir su nombre! ¡Reconoce algunas letras y números!”.
De la misma manera, cuando poco a poco vayamos soltando la vida, quienes presencien esos tramos finales recordarán: “Sus últimas palabras fueron… ¡Antes de irse hizo aquel gesto de siempre!”.
Y así vamos caminando. Haciéndonos hombres y mujeres y haciéndonos, también, palabra.

“No se las lleva el viento”

Nuestra palabra dice, expresa, nombra. Tiene una fuerza vital que la hace atravesar la realidad. Lo sabemos muy bien cuando en el cuerpo experimentamos el “te quiero” o el “te odio”. Lo sabemos cuando año tras año, a medida que crecemos, intentamos retener las preciosas palabras que nos llenaron de vida, pero también luchamos contra aquellos fantasmas que nacieron de decires infelices, descuidados, llenos de heridas.
Suele indicarse entonces que la palabra tiene una capacidad “performativa” o configuradora de la realidad. Dicho de otro modo, las palabras “moldean” realidades, nos moldean a nosotros mismos. Y eso es porque, ciertamente, a las palabras no se las lleva el viento. Las palabras que verdaderamente dicen son palabras que, a la vez, hacen.
Nuestros ancestros, los pueblos de nuestra tierra, le daban un valor sagrado a la palabra humana. Ese decir —bajo todas sus formas— producía novedades, compromisos, lazos; producía la lluvia, la germinación, el nacimiento; producía la danza y la risa, la memoria, la verdad, la fecundidad.

Palabra humana y divina

Al igual que nuestros ancestros, el pueblo de la Biblia tuvo la misma experiencia. Entendió que la palabra es mucho más que un sonido o una escritura. Entendió que la palabra nombra, la palabra dice, la palabra hace, la palabra vulnera, la palabra compromete. Y entendió que ese misterio humano expresaba también el misterio de Dios. Que la palabra humana tenía tan grande vuelo que podía expresar, humanamente, a la palabra divina. Y que Dios, a la vez, se hacía palabra en la palabra humana.
El pueblo de la Biblia eligió una expresión muy especial para trasmitirnos esto. Eligió la palabra hebrea dabar. En ella quiso mostrar ese misterio amoroso y desbordante de lo divino, pero que podía ser narrado por lo humano y al modo humano. Dabar quiere decir justamente eso, quiere decir “palabra”.
Dabar, palabra que dice y hace, es más que sonido o mención. Es la palabra surcadora de la realidad, porque la nombra, pero además la transforma.
Es la palabra diciente y actuante que nos atraviesa antes que toda palabra, antes que todo nombre. Es la palabra que nos habita antes de nuestras propias palabras —y a la vez está en ellas—, y que permanecerá después que nosotros.
Es la palabra madre-padre, fuente, manantial. De ahí brota la danza de cualquier poema, de cualquier canto, del decir de nombres y cosas.
Dabar es la palabra universal, más allá de toda lengua o de todo idioma. Está en el balbuceo del niño, en la no-palabra del doliente, en el grito sordo del desesperado. Está en el rugido del león y en el aleteo de las libélulas. Está en el murmullo del mar calmo o en el ruido de su desenfreno. Está en el silencio expectante que precede al amanecer, cuando el mundo, todavía, no tiene cuerpo definido.
Dabar está en el goteo del rocío y en el ritmo interior de la tierra sembrada. En los pasos de la hormiga y en el canto de los pájaros.
Dabar es palabra más allá de toda palabra, más allá de todo concepto, más allá de todo nombre. Y está en nuestras palabras, en nuestros conceptos y en nuestros nombres.
Dabar es palabra más-allá-de-toda-palabra.
Dabar es yo diciente, vos diciente, nosotros dicientes.
Dabar es Dios diciente.
Dabar es Palabra de Dios.

Y así el pueblo de la Biblia expresó la Palabra Divina:

“Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá sino que empapan la tierra
la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer,
así será mi Palabra —dabar—, la que salga de mi boca
que no regresará a mí vacía
sin que haya realizado lo que quiero
y haya cumplido aquello a lo que la envié”.
(Is. 55,10-11)


En próximos artículos nos sumergiremos en esta experiencia de Palabra de Dios compartida, con la certeza de que en el misterio de nuestra humanidad se manifiesta la hondura de la dabar de Dios.

Para seguir pensando:

  • ¿Qué palabras recibidas recuerdo con dulzura y amor, y entiendo que me han “configurado”, que me han hecho ser quien soy?

  • ¿Qué palabras he dicho o expresado a otros y con ellas he suavizado o enternecido sus vidas? ¿Sé de alguien para quien una palabra mía ha sido importante, trascendente y vital?

  • ¿Qué palabras, dichas o recibidas, reconozco como dabar, y experimento que me muestran algo del misterio de Dios?


Algunos tips:

  • Para continuar adentrándonos en el misterio de la palabra humana, podemos escuchar la canción Una palabra, de Carlos Varela.

  • También podemos ver y escuchar a la escritora argentina Liliana Bodoc hablándole a los jóvenes acerca de la palabra poética: //bit.ly/1tMIzyP.