21 de noviembre, 2014
Amarse con los ojos
En la familia van desapareciendo las ocasiones que permitían a las personas “mirarse”. Una estadística afirma que el tiempo medio que un padre pasa con un hijo adolescente se puede estimar actualmente en doce minutos al día. Tampoco la cena se hace ya en familia, por las muchas actividades en que se está implicado, y por los diferentes gustos en cuanto a los programas de televisión. De los doce minutos, al menos diez se emplean en dar instrucciones o verificar la ejecución de las que se dieron el día anterior; los otros minutos se emplean en cuestiones poco importantes. De ese modo resulta creíble la oración ya clásica:
“Señor, haz que me convierta en televisor, así mi madre y mi padre me mirarán un poco más”.
Tan simple como parece
El contacto visual es mirar directamente a una persona a los ojos. La mayoría de la gente no entiende lo vital que es ese contacto. Pero todos saben el fastidio de una conversación con alguien que mira constantemente a otro sitio y es incapaz de mirar a la cara al interlocutor.
Las personas necesitan que se las mire. ¿Para qué sirven tantos cuidados en el vestir, en el
look, en el cuerpo, más que para atraer la atención y la mirada de los demás? También el piercing, los tatuajes y las originalidades muchas veces desconcertantes de los adolescentes son un inquietante reclamo: “¡Mírenme!”.
El contacto visual es esencial, no sólo para comunicarse con los niños, sino para satisfacer sus necesidades emotivas. El niño utiliza el contacto visual con los padres para nutrirse emotivamente. Con los ojos se comunica amor. Lo saben bien los enamorados. Todos sienten la profunda emotividad de la frase “comerse con los ojos”. También el evangelista Marcos, en el episodio del encuentro de Jesús con el joven rico, afirma:
“Jesús le miró fijamente, lo amó...”.
La mirada de los padres significa amor, atención real, aprecio e interés. Los ojos de los padres son una fuente de valor y una forma de alimento moral y emotivo. Un hijo multiplica su esfuerzo si se siente mirado por sus padres. Por desgracia, muchos padres están ocupados en hacer multitud de cosas para sus hijos, y después se olvidan sencillamente de “mirarlos”.
Es también fácil para los padres adquirir la
terrible costumbre de usar el contacto visual sobre todo cuando quieren hablar seriamente, casi siempre en sentido negativo, a sus hijos. Un niño está más atento cuando se le mira directamente a los ojos, y así los padres aprovechan este hecho para dar órdenes, reñir, criticar. Entonces salta la frase amenazante: “¡Mirame a los ojos!”, con el ceño fruncido. Cuando un padre usa inconscientemente este poderoso medio de control, sobre todo en sentido negativo, el niño empieza a sentir en los padres una peligrosa actitud de rechazo. Si los padres prestan atención a los niños casi exclusivamente cuando éstos provocan un conflicto o hacen una travesura, los problemas tienden a aumentar, sobre todo con los niños de temperamento “fuerte”.
Sostener la mirada
No sentir nunca una mirada de auténtica atención amorosa por parte de la madre, y sobre todo del padre, es para un muchacho una herida mortificante y un impulso a la rebelión. Es una costumbre de resultado dudoso también la de evitar el contacto visual como forma de castigo. Para un niño es más difícil soportarlo que un castigo físico. Significa “abandono” y desinterés en un sentido afectivo cruel.
La mirada sirve sobre todo como vehículo de amor.
En un pupitre, antes de las vacaciones de Navidad, un maestro encontró estas palabras en el anverso de un examen escrito:
“Si antes de Navidad nadie me hace un gesto, desapareceré”. El que no se siente mirado pierde el deseo de vivir.
Enseñar a los hijos una buena capacidad de contacto visual es importante para su vida. El alimento afectivo y emotivo de los hijos no es un elemento que pueda descuidarse: ¿qué diferencia hay entre un niño agradable y atractivo y uno que no lo es? En otras palabras: ¿cuál es el elemento básico de la simpatía? Precisamente la capacidad de mantener un contacto visual agradable, acompañado de la sonrisa. Los niños que tienen estas dotes son los preferidos de los maestros y amigos, se les sigue mejor, adquieren seguridad y una buena imagen de sí mismos.
Por Bruno Ferrero, sdb