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11 de abril, 2019

Alcanza y sobra

La “economía de comunión”, otra forma de pensar el uso de los bienes.




En tiempos en que los criterios económicos se proponen como la única forma de pensar la realidad y la cultura, hay experiencias que van contra la corriente y siembran alternativas posibles para construir una sociedad distinta.

La economía de comunión es una propuesta que nace en el seno de los Focolares, un amplio movimiento de la Iglesia iniciado por la italiana Chiara Lubich, fallecida en 2008. Tras la Segunda Guerra Mundial y en medio de los escombros de Trento, su ciudad natal, Chiara decide consagrar su vida a la vivencia radical del siguiente mandato evangélico: “Que todos sean uno” (Juan 17, 21). Esta experiencia de fraternidad y unidad comunitaria, empezando por los más pobres, fue creciendo poco a poco, incluyendo la comunión de los bienes.

Más que buenas intenciones

En 1991, coincidiendo la publicación de la encíclica de San Juan Pablo II, Centesimus Annus —escrita en ocasión del centenario de la primera encíclica “social” de la Iglesia, Rerum Novarum— Chiara visita a las comunidades focolares en Brasil y queda impactada por la postergación de las favelas y la lacerante desigualdad de Río de Janeiro.

Ella comprendió que la “civilización del Amor” impulsada en aquellos años por el Papa no brotaría simplemente de nobles iniciativas y bellos gestos de buenas personas a título personal. Era necesario poner en práctica alternativas: frente a la cultura del “tener”, una cultura del “ser” y del “dar”. Surge así una nueva idea para administrar las empresas, basada en la economía de comunión.

En efecto, preguntarse por la finalidad de la ganancia económica abre la posibilidad de no dar ninguna respuesta por sentada, romper con lo establecido y vivir de una manera distinta, poniendo en el centro a la persona y teniendo presente las palabras atribuidas por San Pablo a Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir” (Hechos 20, 35).

Otros usos de la ganancia

Las empresas que adhieren a la economía de comunión no distribuyen de manera automática los beneficios entre sus dueños y quienes aportaron dinero, sino que se proponen distribuir las utilidades obtenidas contemplando tres fines:

  • Ayuda a los necesitados. Una empresa que ponga en el centro a la persona se propone generar trabajo para promover a los pobres y excluidos. Es una respuesta concreta de solidaridad y sensibilidad social. Así se favorece la inserción social y económica, luchando contra la miseria y la indigencia, movilizando los recursos de las personas.

  • Desarrollo de la empresa. Se busca el crecimiento de la institución de manera que pueda seguir generando riqueza, bienes, servicios y puestos de trabajo. Debe entenderse a las empresas como creadoras de desarrollo humano y de bien común. La preservación y la generación de puestos de trabajo no es simple beneficencia: el trabajador también hace un aporte valioso que genera un valor económico, y que debe ser reconocido como tal por el mercado y por el Estado.

  • Formación cultural. La acción económica siempre es expresión de un estilo de vida más amplio, de una visión del mundo. Por eso, una parte de los beneficios se destina a la formación en la “cultura del dar” y a su difusión.


Cuando se comparte, sobra

Por otra parte, no podemos desconocer que el espíritu de la comunión se vive también en la gente humilde, sencilla y pequeña, al compartir lo poco que tienen para poder cubrir mejor sus necesidades, como ocurre en tantas familias. La sabiduría popular intuye que “cuando se comparte, sobra”, y que antes que buscar acumular pensando en el propio futuro, es necesario responder a requerimientos más urgentes que otros. Es un gran regalo poder tomar conciencia de este hecho, madurarlo y profundizarlo a la luz de la fe, haciendo que la vida compartida se vuelva un lugar para encontrarse con el Dador de la Vida en abundancia.

La vivencia de la comunión y del don gratuito hacia el prójimo, inspirada en la propia experiencia de haber recibido dones que nadie puede reclamar por mérito propio, también abre interrogantes e inquietudes para nuestra comunidad. ¿Facilita nuestra sociedad amplias oportunidades para la inserción de la personas? ¿Da posibilidades para el desarrollo y despliegue de los talentos personales? ¿O, por el contrario, desde una actitud que pone en el centro el mérito, le echa la culpa al pobre de quedar atrapado en una trampa viciosamente circular de marginación, falta de oportunidades y pobreza?

Es posible ser discípulo de Jesús también en el propio puesto de trabajo y conduciendo la toma de decisiones económicas. Llenar con el espíritu de comunión la circulación de recursos económicos posibilita una nueva forma de misión ante los desafíos de la sociedad actual.