La Palabra me dice
"Jesús le respondió: 'Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente'". La imagen del banquete era usual en el judaísmo para designar el reino de Dios. Él mismo es el anfitrión de una gran fiesta (a veces el banquete es de bodas, no en este texto más sobrio). Su deseo es invitar a todos, "a mucha gente". El Reino es comunión, alegría, celebración. Hay una invitación personal a cada uno y esto impone la necesidad de dar una respuesta. "Empezaron a excusarse...". Es significativa la seguidilla de renuncias a la fiesta. Evidentemente hay otros intereses: las ocupaciones, los negocios, la propia vida afectiva, tantos motivos para decir que no... Si bien la parábola es una crítica contra los dirigentes religiosos del judaísmo, a quienes se anuncia su exclusión del reino divino, es justo que nos espejemos hoy sobre esa actitud. ¿Es que de verdad valen más mis cosas que el participar del Reino? ¿Es que no tengo en consideración la invitación del servidor que viene a invitarme en nombre del Señor? ¿Es que me cuesta tanto despegarme de mi rutina, de mi mirada demasiado terrenal y utilitaria? ¿Es que no quiero compartir mi tiempo con los otros invitados? "Este, irritado, le dijo...". La irritación es una manifestación de la ira... El Señor reacciona de esta manera, con un sentimiento de indignación y sus palabras dejan bien en claro que este sentimiento mueve una determinación enérgica: "Les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena"... Pero el banquete del Reino no se clausura. Habrá otros invitados: "Trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos... Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa". El Reino termina siendo de aquellos a quienes por fin está destinado: los últimos, los pequeños, los pobres, los pecadores. Y por último: de los alejados, los que no creen, los que están del otro lado de los cercos, en otros caminos... El banquete se transforma en una fiesta universal de un Dios que es Dios de todos y quiere celebrar con todos.
Con corazón salesiano
Don Bosco respondió generosamente a la invitación-llamada-de-Dios a participar en la construcción del Reino de Dios entre los jóvenes y para eso dejó su casa, su familia, su tierra, varias posibilidades de tener recursos y un buen pasar... Abandonó la imagen de un sacerdocio que daba honor y prestigio... Trabajó de "servidor" recorriendo las calles, las plazas, las cárceles, los cafés, para invitar a los jóvenes marginados a participar del gran banquete del Reino. Soñó las misiones y envió a sus hijos para ir a buscar a los más lejanos en la Patagonia para hacerlos partícipes de esta invitación.
A la Palabra, le digo
Dame, Señor, una escucha y una atención fiel a tu invitación, cada vez que reciba las cartas, llamadas, mails o mensajitos de tus servidores con la invitación a sumarme al banquete y a compartir mi vida contigo y con mis hermanos, en la gran fiesta del amor recíproco. Haceme también un servidor a tu disposición para recorrer el día invitando a todos a tu fiesta.
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