La Palabra me dice
Sanación, para servir. Así vive la suegra de Pedro, su encuentro con Jesús. Se le acerca, se inclina sobre ella y la libera de su fiebre. La noticia corre. Son muchos entonces los que le acercan los enfermos de las familias. Y junto a las enfermedades, huyen también multitud de demonios gritones, al solo gesto de la imposición de las manos de Jesús. Al amanecer queda patente un nuevo gesto del Maestro: se retira a un lugar apartado a orar. Cuando lo encuentran quieren retenerlo, pero se despide con simples palabras. “La Buena Noticia del Reino debo anunciarla en otras ciudades…”.
Con corazón salesiano
Cuando la atención y el cariño de Don Bosco comienzan a atraer a los jóvenes y logra establecerse ya definitivamente en el prado de “i Becchi”, entre ellos se pasan la voz y el dato para encontrarse con él cada domingo, y él los recibe con una liturgia juvenil: misa, la banda, los cantos, juegos, premios. Cada vez más organizados, con otros jóvenes animadores y ayudantes. Y alguno de sus sacerdotes amigos que administran el sacramento del perdón. Y con las otras buenas señoras colaboradoras, el corazón maternal de Mamá Margarita y otras madres que asumen también a los canillitas y los muchachos que Don Bosco va recibiendo, que no tienen familia, ni casa, ni proyecto de vida.
A la Palabra, le digo
¡Señor, dame la oración de Don Bosco de aquellos momentos difíciles! Cuánto Sagrario, cuánta rodilla gastada, cuántos rosarios y visitas a María. “Todo lo ha hecho María”. En el final de su vida, Don Bosco repetirá esta frase infinidad de veces y le agregará la otra: “Ahora lo comprendo todo”.
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