La Palabra me dice
"Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: 'Despide a la multitud...'": cuántas veces, con la excusa del excesivo trabajo y entrega pastoral, deseo quedarme solo con Jesús; pero no tanto para acrecentar la amistad con El, sino más bien, descansar de la multitud. O descubro la mezquindad de mi corazón, mi mirada corta-limitada, que me hace sentir incapaz de responder a tanta demanda. La falta de memoria de la acción de Dios en la historia me lleva a mirar las posibles respuestas sólo desde las capacidades humanas. "Denles de comer ustedes mismos": dejo que este "mandamiento" resuene en mi corazón, lo movilice, lo saque de la parálisis de la comodidad, lo comprometa a jugarse a tiempo pleno, a no escaparle a la entrega. Con el pan en mis manos me descubro como Pedro y Juan al encontrarse con el paralítico del Templo, diciendo: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy: en Nombre de Jesús de Nazaret"... (Hch 3,6). "No tenemos más que cinco panes y dos pescados...": como el pueblo de la antigua alianza, en el desierto, me desespero, tengo miedo que no alcance, vuelvo a mirar la historia con mis ojos. Algunas veces me descubro "comprando" algún alimento, haciendo trámites para conseguir..., metido en diez proyectos con los que se podría..., y pareciera que nada alcanza, ni siquiera me alcanza el tiempo; no tengo más que siete días en la semana, 24 horas en el día; y mientras tanto, en el desierto el pueblo tiene hambre. ¿¡Pretendo comprar ese Alimento!? ¡Ese Alimento no tiene precio! "...levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando...": no es un pan cualquiera, no es un alimento más; celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, el Pan Vivo bajado del Cielo, el Pan que da la Vida Eterna. "Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas": ante la poquedad de mi respuesta, mis miedos y mezquindades, se levanta el derroche amoroso de un Dios que no se reserva nada cuando se trata de sus hijos.
Con corazón salesiano
Don Bosco seguramente escuchó algo parecido en algún momento de la creación del Oratorio: "despide a la multitud"; pero dentro suyo, movido por el ardor de una caridad que se entrega, resonaba la invitación-mandato del Señor: "denles de comer ustedes mismos". Decía Domingo Savio: "Si quiero algo grande, voy a recibir la Hostia Santa... ¿Qué me falta para ser feliz? Nada en este mundo, sólo me queda poder gozar cara a cara en el Cielo de quien ahora miro y adoro en el altar con los ojos de la fe". Don Bosco animaba a sus jóvenes: "No hay cosa que más tema el demonio que estas dos prácticas: la comunión bien hecha y las visitas frecuentes al Santísimo Sacramento". En el sueño de las dos columnas aparece claro el lugar de privilegio que Don Bosco daba a la Eucaristía para la vida de sus chicos y de la Iglesia.
A la Palabra, le digo
Señor Jesús, Pan Vivo bajado del Cielo, hoy vuelvo a ponerme cerca tuyo para escucharte; tengo hambre de Vos, te necesito; yo soy el primer hambriento de Vos. Mi vida muchas veces es este desierto, donde no encuentro alimento, no tengo donde apoyarme, se hace de noche; y mis hermanos viven lo mismo. Mirá estos hermanos míos, no se merecen otro alimento que Vos mismo. No dejés que los despida a sus casas sin darles el alimento verdadero; no dejés que los alimente con cualquier pan; no dejés que me interese por comprar y andar metido en tantas cosas que no me alcance el tiempo, las fuerzas, las ganas para dar de comer a mis hermanos. No quiero quejarme de mis miserias o poquedades, quiero confiar en tu Presencia siempre amorosa y generosa. Vos, que sos el Pan de vida eterna, danos siempre de este Pan.
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