La Palabra me dice
¡Cómo les pesaba la tristeza a los que siempre habían acompañado a Jesús! Suele pasar que a veces la alegría de una o dos personas no logra romper el pesimismo e incredulidad de una comunidad. Pasó en aquellos días y también pasa en nuestros tiempos. Sin embargo estamos llamados a ser perseverantes y no callar la alegría que inunda nuestra existencia por la gloria de la resurrección. ¡Hasta cuándo daremos espacio a nuestra testarudez! No seamos ciegos a la presencia de Jesús entre nosotros. Él realmente está aquí, en los necesitados, en los pequeños… en nuestros jóvenes, ¡está en la Eucaristía! y cada vez que estamos ante su presencia y la recibimos, Él nos envía por el mundo a anunciar el Evangelio. Es así que en cada misa, Él renueva nuestra vida para que seamos peregrinos de la Esperanza. No nos dejemos contagiar por el desdén, al contrario, seamos insistentes con nuestro testimonio y contagiemos la alegría de la resurrección.
Con corazón salesiano
“Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”. ¿Te resulta familiar? ¡Cómo no vivir en este tiempo de Pascua con alegría si el que se entregó por amor por nosotros está vivo! Cristo es el fundamento de nuestro gozo y cuando Él está en nuestro corazón la tristeza no tiene lugar. Podemos pensar con cierta lógica que Jesús y la nostalgia no pueden estar en un mismo lugar ¿ves el punto? Cuando Don Bosco pide que saquemos la tristeza de nosotros, lo que nos dice en el fondo es que le demos paso a Jesús a nuestra casa, a nuestra vida.
A la Palabra, le digo
Te pedimos Señor que nuestra vida sea testimonio de alegría para los que no creen en ti o están inmersos en la tristeza, y que, viéndonos sepan que Tú nos amas y quieres extender tu amor hacia ellos. Que al igual que María siempre salgamos al encuentro de los necesitados llevándote en nosotros para que, como Juan Bautista al sentir tu presencia, ellos salten de alegría y de gozo. Amén.
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