La Palabra me dice
Dios miró a María para llegar a la salvación de la humanidad. Podríamos preguntarnos: ¿y por qué la miró a ella? “Humildad” significa pequeñez, nada, contar poco. Es la condición para ser “esclava” de Dios. “Ha mirado la humildad de su esclava.” La miró para elegirla, jovencita, entre todas las muchachas del mundo y encomendarle la tarea más increíble: convertirse en la madre del Hijo de Dios, de Jesús. Pero, aunque María tuvo un designio así y aunque los elegidos de Dios son pocos, todos somos, en cierto modo, mirados por Dios. Si no fuese así, no podría decirnos a cada uno de nosotros “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Mt 10,30). Él ha pensado en una magnífica historia para ti y ha previsto un espléndido designio para tu vida. Podremos vivir esta historia si cada día, en cada momento nos preguntamos cuál es la Voluntad de Dios para nosotros, qué nos está proponiendo, qué camino nos muestra para ser felices. Y con libertad, responder a su llamado. María respondió con la actitud más perfecta: se presentó a Dios con total apertura a su Palabra, con una disponibilidad completa a su querer y con plena conciencia de su pequeñez. Y con esta actitud colabora del modo más eficaz a la acción de Dios. Hagámonos pobres de espíritu, cultivemos la sencillez y la humildad para que Dios no esté lejos de nosotros. Dios nos mira si nos parecemos a María, pues él: “Ha mirado la humildad de su esclava”.
Con corazón salesiano
Hoy es un día de mucha gratitud a Dios. Gratitud por la presencia de María como Madre y Maestra del Oratorio. Un 8 de diciembre de 1841 comenzaba una verdadera aventura. Los protagonistas fueron cuatro personas: El Espíritu Santo, María, Don Bosco y un muchacho, Bartolomé. Lo que sucedió después, más o menos lo sabemos. Pero ese momento ha sido la génesis de todo un movimiento del Espíritu, no tan fácil de comprender en plenitud. Nuestras Constituciones Salesianas lo expresan así: “Con sentimientos de humilde gratitud, creemos que la Sociedad de san Francisco de Sales no es sólo fruto de una idea humana, sino de la iniciativa de Dios. Para contribuir a la salvación de la juventud - la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana-, el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a san Juan Bosco. Formó en él un corazón de padre y maestro, capaz de una entrega total: ‘Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes’. De esta presencia activa del Espíritu sacamos la energía para nuestra fidelidad y el apoyo de nuestra esperanza.”
A la Palabra, le digo
Gracias Señor por el regalo inmenso de María. Ella es nuestra Madre y Maestra, en Ella nos reconocemos como hijos de Dios y hermanos de Jesús. Gracias por el inmenso regalo del oratorio. Gracias por el regalo inmenso del carisma salesiano y la misión juvenil. Que seamos dignos de tan hermosos regalos, que seamos capaces de ser signos y expresión de tu amor a los adolescentes y jóvenes del mundo, especialmente los más pobres, necesitados y en peligro. Amén.
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