La Palabra me dice
Jesús ha tomado la decisión de iniciar su camino hacia Jerusalén, hacia su muerte y resurrección, abrazando así el designio de salvación del Padre. Este camino es presentado por el evangelista como modelo del camino que todo creyente está invitado a recorrer. Por eso inicia este recorrido mediante tres diálogos que buscan señalar el riesgo y la urgencia que el seguimiento de Cristo conlleva. En el primero de ellos, Jesús nos recuerda que Él no tiene un lugar propio: el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. El Jesús que nos presenta el evangelista Lucas, es rechazado por todos, expulsado hasta por sus propios conciudadanos que lo vieron crecer. En el segundo diálogo es Cristo quien interpela, quien invita al seguimiento. Enterrar a los padres es un deber importante mandado a todo judío. Pero la invitación que hace Jesús (su seguimiento, el Reino) es más importante que cualquier deber. El último caso es un sujeto que desea seguir a Jesús. Antes quiere despedirse de los suyos, como lo había hecho Eliseo ante el llamado de Elías (1 Re 19, 19-21). Pero Jesús marca una diferencia, se muestra más exigente: el Reino de Dios no permite siquiera mirar hacia atrás. Lucas, en este evangelio, no busca señalarnos consignas normativas que debemos cumplir. Lo que desea es advertirnos a todos los discípulos sobre la seriedad del camino del seguimiento de Cristo.
Con corazón salesiano
Pasados seis años del comienzo del oratorio, después de aquel providencial encuentro con Bartolomé Garelli, Don Bosco sigue teniendo problemas para encontrar colaboradores que lo ayuden con sus muchachos. Es ahí cuando tiene el “El sueño del rosal” (1847; MB. 3,37-39). Nos ayuda a comprender que el camino que transitaba era hermoso, pero lleno de “ocultas” dificultades que espantaban a cuantos se entusiasmaban con seguirlo: “...había un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía un jardín colgante encantador, rodeado y cubierto de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo: (...) «Échate a andar bajo el jardín colgante: es el camino que debes seguir» (...) Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas escondían agudisimas espinas que hacían sangrar mis pies. (...) Los que me miraban, y eran muchísimos, y me veían caminar bajo aquel jardín colgante, decían: «Don Bosco marcha siempre entre rosas! ¡En todo le va bien!». No veían cómo las espinas herían mi pobre cuerpo. Muchos seminaristas, sacerdotes, seglares, invitados por mí, se habían dedicado a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que habían que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: «¡Nos hemos equivocado!»”.
A la Palabra, le digo
Señor, Tú me invitas a seguirte. A caminar contigo el camino pascual, el único que es para todo hombre camino que conduce a la felicidad plena, a la salvación. Me siento amado por Tí. Te pido la gracia de saber escuchar Tu llamado, y poder responderte sin demora alguna. Y a medida que vamos caminando, ayúdame a ir eliminando poco a poco de mi vida, todo aquello que es un obstáculo en tu seguimiento. No quiero poner más excusas, no quiero poner más “peros”. Sólo quiero abandonarme a Tu amor. Amor.
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