La Palabra me dice
En el discurso del llano del evangelio de Lucas, Jesús proclama un mensaje universalista con la pretensión de un profundo cambio social y cultural que parte del mismo querer de Dios para la humanidad. ¡Jesús es el mensajero del Padre! Y la centralidad de su anuncio reside en la transformación por el amor; no el amor a secas, sino un amor creativo como es el amor de Dios. Un amor que se sobrepone de las violencias y enemistades; un amor que no ingresa en la lógica del comercio del dar para que me den; un amor que en definitiva crea nuevos modos de relación y de lógicas sociales, en las cuales prevalece la misericordia por sobre la justicia. Es un amor lo más parecido al amor del Padre que, misericordioso, cuida de cada uno de sus hijos e hijas, aunque ellos sean desagradecidos y olvidadizos de aquél que les otorga y les conserva en su existencia. Así de generoso y amplio está llamado a ser nuestro amor, y desde este amor revolucionario transformar las lógicas dominantes de un mundo egoísta.
Con corazón salesiano
Don Bosco, en su camino de fidelidad a la misión encomendada por Dios, sufrió grandes incomprensiones y conflictos, no solamente con autoridades civiles sino también en el interior de la misma Iglesia. Son bien conocidas las dificultades que tuvo con su obispo Monseñor Lorenzo Gastaldi, que significaron una verdadera cruz para nuestro padre. Este obispo, por incomprensiones y ciertamente por una diferente manera de ver las cosas, puso severos obstáculos al quehacer de Don Bosco: no se fiaba de él ni de su Congregación, no quería ordenar sacerdotes a los seminaristas salesianos; no lo recibía en audiencia; llegó al extremo de quitarle a Don Bosco la facultad de confesar; escribía al Vaticano contra él, poniendo a algunos cardenales contra Don Bosco. Con todo esto, nuestro padre nunca se rebeló, nunca habló mal de su arzobispo; le mantuvo gran respeto y rezaba por él.
A la Palabra, le digo
Dame, Señor, un corazón misericordioso como el tuyo. Que sepa amar a pesar de las contradicciones y rechazos que pueda enfrentar en procura del bien. Que sepa amar más allá de ser correspondido en el amor y en la valoración de mis acciones. Que no espere más que el premio de mi conciencia de haber hecho lo que debía hacer y de saberme hijo querido del Padre.
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