La Palabra me dice
El texto dice que María Magdalena fue al sepulcro donde habían colocado el cuerpo de Jesús. Lo hizo de madrugada, el primer día de la semana. Estas circunstancias son tan amables que nos envuelven en un ambiente especial. Estamos respirando la Pascua. Y es así: Domingo (primer día de la semana), la primera luz del día, correr al encuentro de Jesús Resucitado. Es aquello que nos enseñó María Magdalena frente al inmenso misterio de la resurrección. Las primicias, la luz, el anuncio. Ella, una de las mujeres del alba, nos invita a tener la misma experiencia. Ella, la mujer responsable y atenta a cada detalle, nos lleva de su mano para preocuparnos de lo que realmente tiene sentido: la vida, nueva, resucitada. Estas pocas señales nos deben indicar el movimiento personal para vivir intensamente la Pascua de Jesús, nuestra Pascua personal y comunitaria. Unimos a nuestra reflexión serena y silenciosa, los signos sagrados del cirio pascual, del agua bendita, de la Palabra proclamad y rumiada, del Pan para muchos…
Con corazón salesiano
“Jesús ofrece una propuesta liberadora cargada de humanidad, hecha de gestos y palabras de acogida, de reciprocidad, de escucha. Esto implica, en el plano de la antropología cristiana, la íntima reciprocidad entre la riqueza de la humanidad de toda persona y la experiencia humana de Jesús. Se fundamenta en la Encarnación de Cristo: la vida humana, incluso bajo las apariencias más pobres y mezquinas, se hace digna de llegar a ser, a imitación de Cristo, el lugar donde Dios se hace presente; a su vez, está llamada a desarrollarse hasta la comunión plena con Dios por medio del don de sí mismo. Por la Encarnación, Jesús de Nazaret es el único camino accesible para conocer el misterio de Dios y el del hombre. El mundo de Dios y el del hombre no son lejanos e incomunicables. Dios y el hombre están en diálogo pleno gracias a Jesucristo, el intérprete más profundo de la verdad de todo ser humano”. La Pastoral Juvenil Salesiana, pág. 54.
A la Palabra, le digo
“Señora de la Pascua, Señora que aguardaste esta madrugada de la resurrección. Señora que sentiste el dolor fecundo de la Cruz y, por eso, supiste lo que es esperar, enséñanos –aun en medio de la oscuridad humana en que nos debatimos- a esperar. Enséñanos, sobre todo, Señora, a amar. Que brindemos a quienes viven con nosotros, a quienes encontramos en el barrio, en la escuela, en el negocio, en el taller, en el ómnibus, en el mercado, la luz y la esperanza que esta noche se han encendido de una manera inextinguible en nuestro corazón. Sí, Madre de la Pascua, estoy seguro y lo grito con toda el alma: ‘Resucitó Cristo, nuestra esperanza’. Que así sea”. Beato Card. Eduardo Pironio.
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