Evangelio del Dia

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Jueves 28 de Marzo de 2024

La Palabra dice


Jn. 13, 1-15

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. 

Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».

«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos».

Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»

La Palabra me dice


Jueves Santo. La hora tan esperada por Jesús, ardientemente deseada, cuidadosamente preparada, frecuentemente anunciada… Es la hora de amar hasta el extremo… “Él, que había amado a los suyos… los amó hasta el fin”. El espesor de estas palabras manifiestan el estilo y la incondicionalidad de su amor… y revelan la conciencia que Él tenía de su hora, expresándolo en un gesto cuya fuerza de impacto será inolvidable: lavar los pies a sus discípulos… Gesto que está enmarcado por el “quitarse” (13,4) y “volver a ponerse los vestidos” (13,12) y que nos reenvía al Buen Pastor, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus ovejas…

Dejá que fluya en vos el agradecimiento por este amor sin medida… por esta hora donde tu existencia recibe nueva vida….

“No”, le dijo Pedro, “¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”. En el evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para entender la lógica de amor de su Maestro. Pedro no puede aceptar la humildad de Jesús: se trata de un acto de servicio que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro (13,6). En la cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar los pies era una acción que sólo podían realizar los esclavos. Pedro se escandaliza de lo que Jesús está haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver las cosas y el modo como Jesús las ve. Pedro se resiste a entrar en la lógica de Jesús “donde el mayor sirve al más pequeño”, “donde el primero se hace esclavo de todos”… No hay discípulo si no hay vinculación profunda con el modo de ser del Maestro que hace que comparta la misma suerte.

El discipulado que Jesús inaugura invita a quedarse “asociados” a su manera de ser: me detengo en mis actitudes… ¿desde dónde sirvo a la vida de los demás, la vida de mis hermanas/os de comunidad, la vida de los jóvenes?... ¿A quiénes “estoy lavando los pies”?... Este caminito de kénosis, abajamiento ¿cómo está presente en nuestra vida cotidiana, fraterna, pastoral, de animación?... ¿Las Eucaristías que celebro son, luego en mi diario vivir, gesto solidario y mesa compartida, capacidad de incluir, rostro misericordioso, compromiso por la justicia?


Con corazón salesiano


“Siendo el Misterio de Cristo, en su Encarnación-Muerte-Resurrección, la revelación plena y cumplida de la humanidad y de la enorme grandeza de toda persona, la Iglesia puede hacerse intérprete de lo humano, puede presentarse como experta en humanidad, puede arriesgarse libremente, sin miedo, en el terreno de lo humano: una antropología cristiana, donde la centralidad de la persona -no ciertamente en competencia con el primado de Dios- se comprende en el horizonte de su iniciativa. La conciencia de vivir inmersos en el don de salvación de Dios y de ser, en Jesucristo, “criaturas nuevas” (Rm. 8) es una experiencia que unifica la existencia”. La Pastoral Juvenil Salesiana, pág. 55.


A la Palabra, le digo


“Señor, el amor es lo único que puede darnos la paz, lo único que puede construir de veras la historia. Señor que yo aprenda a amar a sembrar el amor entre mis hermanos. Te lo pido, Señor, esta noche, para mí y para mis hermanos, por la intercesión de María nuestra Madre, que vivió la intensidad del amor hecho contemplación, hecho servicio, hecho redención. Que Ella, Señor, nos enseñe a ser testigos de tu Amor. Así sea”. Beato Card. Eduardo Pironio.